Pureza Sexual … ES MEJOR QUE DOBLE LA ROPA.

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Te podrás preguntar, qué tiene que ver el doblar la ropa con la lucha para alcanzar pureza sexual… Pues te diré que casi, casi, no tienen relación alguna, pero para el que suscribe, la diminuta relación tiene una importancia gigantesca. Pero para que puedas entender la relevancia entre pureza sexual y doblar la ropa, te tengo que llevar hacia el pasado, hacia la vida de un hombre dominado por el sexo, donde la carne reinaba y sentaba pautas con poder incuestionable.

Esta es la historia de un hombre que le rindió culto a la lujuria sexual, al dios sexo, durante toda su vida adulta.  Un hombre que, como niño, recibió un modelaje de lujuria sexual y hombría machista tan torcido como te lo puedas imaginar.  Un hombre que a la edad de 9 años descubrió la pornografía en las gavetas bajo llave de los adultos claves de su infancia.

Esos adultos que los niños idolatran con sus mentes infantiles e inocentes y que de repente, un balde de agua fría los despierta a la realidad de que tales adultos no son tan perfectos y guardan escondidas en las gavetas de sus vidas, oscuros secretos, otras caras que resultan repugnantes y que avergüenzan. Allí en aquellas gavetas, aquel hombre pudo ver las primeras imágenes pornográficas que sus ojos se grabaron, imágenes pornográficas que sus ojos se tragaron para archivar en un corazón que nunca olvida.

Allí, en aquellas gavetas, aquel hombre pudo ver con sus ojos de niño que el mundo de los adultos idolatra en secreto al sexo, vive fascinado con la mentira y con la doble vida, vive una vida de apariencias. Allí en aquellas primeras experiencias –aquellos roces iniciales con la lujuria sexual– aquel hombre comenzó a aprender las “ventajas” de la mentira; las ventajas de fingir una vida que no es nada transparente.  Allí, aquel hombre aprendió que más ventaja tiene el hombre que tiene mil disfraces y que se intercambia la cara para utilizar la que más le conviene, que el hombre sin disfraz y que sólo exhibe la cara verdadera que Dios le implantó sobre su vestimenta terrenal.

Y aquel hombre creció levantando altares a la lujuria sexual, cultivando aquella semilla de mentiras, de apariencias, de doble vida, que recibió mientras dejaba atrás una inocencia que la lujuria sexual le robó cuando apenas comenzaba a vivir.  En su mundo de niño, se le enseñó que el “hombre de verdad” no tiene una sola mujer.  Se le enseñó que el sexo es como el oxígeno para la hombría y que, para sobrevivir, el hombre lo buscará a donde quiera que se le ofrezca.  Se le enseñó que la mujer es como una fruta que se exprime cuando se está sediento, cuando la sed de la urgencia sexual te quema por dentro.

Se le enseñó a aquel hombre que el matrimonio no es una camisa de fuerza donde uno esté obligado a tener una sola mujer. Que a la esposa se respeta dándole su “posición” como señora de la casa, pero que eso no quiere decir que el hombre no pueda tener a otras mujeres –muchas de ellas– para divertirse y satisfacer sus antojos y fantasías torcidas en la calle. De hecho, eso debe ser así porque la esposa “se respeta” y no se “usa” para ciertos tipos de actos sexuales, que las mujeres de la calle sí están dispuestas a realizar.  De esa manera, respetamos a la esposa, al no exigirle las conductas “sucias” que el sexo puede proponernos.

Así creció este hombre, atado a la pornografía, a la masturbación, a la fantasía sexual.  Pero cuando tuvo suficiente edad para buscar la relación amorosa, se dio cuenta que no podía sacar de la ecuación el componente sexual por más que quisiera.  Había aprendido que uno se relaciona con la mujer utilizando el sexo.  Al comenzar a chocar con toda mujer “buena” y no poder tener un noviazgo sano, se alejó de las relaciones tradicionales que no le funcionaban porque involucraba sus sentimientos, se enamoraba, para después romper la relación cuando las exigencias del sexo no se daban.

Ahí este hombre comenzó a esclavizarse a los prostíbulos, a los clubes de sexo y bailarinas exóticas. También, con el paso implacable de un cáncer que no tiene misericordia, este hombre se ató a los salones de masajes, a los negocios de pornografía y parafernalia sexual, que son lugares frecuentados por los adictos al sexo que buscan relaciones sexuales anónimas. Claro está, era más fácil pagar por el sexo que comprometer los sentimientos.

Así, este hombre llegó al matrimonio pensado que una mujer en su alcoba, una mujer sólo para él, sería la solución para curar todos sus apetitos sexuales.  Su ceguera sexual no le permitió ver que la pureza no se alcanza con un anillo de bodas ni con una ceremonia frente a un altar.  Adulterio llegó al matrimonio en corto tiempo.

La catapulta del sexo compulsivo lanzó nuevamente a este hombre a la calle, con más fuerza destructiva que antes.  Ahora, el sexo era un instrumento para castigarse, para asumir conductas todavía más peligrosas, para condenarse por su fracaso como hombre y como esposo.  Ahora, el sexo era un látigo para fustigarse, para ver si un SIDA o una redada policiaca se lo llevaba en la próxima visita al prostíbulo.

Luego de 30 años de esclavitud, ese hombre llegó a los brazos de Jesucristo, habiendo perdido un primer matrimonio y al borde de perder el segundo.  Casi en la quiebra económica, perdido, deprimido, alcoholizado, atado al miedo, a la mentira, este hombre había llegado al fondo del barranco.  Y allí, en el fondo de ese barranco, estaba Dios, esperándolo para recoger los pedazos de su vida destrozada.  Este hombre no sabía lo que era el dominio propio; no sabía lo que era mirar a una mujer con respeto y poder observar en ella algo más que un pedazo de carne para satisfacerse sexualmente.

Y ahora, dando a la película para el frente, ¿dónde está ese hombre?  Pues te diré que pudo salvar aquel segundo matrimonio, el cual pasó por duras pruebas que incluyeron la infidelidad, la mentira, la violencia, la pornografía, el desprecio, el insulto, entre muchas más.  Porque por muchos años, ese hombre no supo amar a su esposa, no supo respetarla, no supo ver en ella la maravillosa creación que ella es, la belleza de sus atributos y dones, sino que lo único que le preocupaba e interesaba era ver su carne, su sexualidad.

Ese hombre no podía contenerse sexualmente con su esposa y toda su conducta con ella era sexualizada, avasallante, abusiva e intransigente cuando se trataba de la satisfacción sexual.  En su proceso de restauración, amargas batallas se desataban, cuando la esposa rechazaba sus pedidos sexuales.  Tales rechazos causaban violencia y frustración incontrolables en este hombre, que no podía soportar el rechazo sexual, porque lo veía como una agresión, un golpe a su fibra más íntima, aquella que fue tan herida desde su infancia.

Pasaron 12 años durante los cuales Dios trabajó con este hombre en una escalada hacia una pureza que tuvo sus altas y sus bajas.  Ahora, ese mismo hombre, tan esclavizado, tan obsesionado por el sexo, puede vivir una vida tan llena de la libertad que Cristo le ha concedido, que todavía se sorprende.  Eso le ocurrió estos pasados días…

Llegando a su casa, luego de una semana super difícil, donde su esposa había estado enferma, este hombre fue confrontado con el dilema de lo bueno versus lo correcto. El cansancio de la semana y las tareas domésticas habían vencido a su esposa.  Toda la limpieza de la casa estaba atrasada.  Había que barrer, limpiar baños, recoger los cuartos.  Por su parte, el hombre estaba exhausto, lleno de compromisos, con pocas horas de sueño, con muchas presiones económicas y tensiones de la calle.  Su esposa lo notó.

Su esposa pudo ver aquel rostro, algo tenso, algo perdido y preocupado por las bregas de la vida diaria.  ¿Se habrá preocupado su esposa por tanta presión sobre los hombros de aquel hombre?  ¿Consideraría aquel hombre regresar a aquel pasado de esclavitud sexual para anestesiarse, luego de cinco años de pureza?  Su esposa no lo pensó dos veces.  Lo fue a buscar al cuarto.

Acercándose, le dijo:  ”Sé que estás cansado y tenso por todo lo que hemos pasado en esta semana. ¿Por qué no tenemos un tiempo para nosotros, para compartir sexualmente?”  Aquel hombre escuchó aquellas palabras como la música más melodiosa y placentera.  Pero al mirar el rostro de su esposa, vio en ella todo el cansancio de aquella semana.  Pensó en todas las tareas que quedaban en la casa. Reflexionó que, en la gran mayoría de las veces, era a su esposa a quien le tocaba el peso de la limpieza, de todas las tareas domésticas.

Entonces, en ese momento, cuando acarició la invitación de su esposa, fue que sus ojos se posaron sobre aquellas dos torres imponentes.  Allí, al pie de la cama, las dos cestas llenas de ropa sin doblar se levantaban como dos gigantes impresionantes.  Allí las había puesto su esposa para doblarlas antes de acostarse.  Por más que quería, no podía.  Aquel hombre no podía decirle que sí a la invitación de su esposa, para recibir un alivio sexual, cuando su cansada esposa tenía tanto que hacer en la casa. Se abrió su boca y le dijo: “Es mejor que doble la ropa, así puedo ayudarte un poco… No te preocupes, mi amor, vendrán mejores momentos, gracias, mi vida…”

Todavía me sorprendo de aquella contestación que pude darle a mi esposa…  La carne quedó callada. La lujuria sexual se tragó la lengua.  El líbido sexual yacía dormido, entre las sábanas blancas de una vida pura, libre y restaurada.  ”¿Habría sido yo el que habló?”  Hoy me siento libre, me siento complacido con esta sexualidad restaurada que Dios me ha regalado.

No me siento timado, engañado, conformado a vivir una sexualidad aguada, aburrida, menos intensa, menos pasional.  Por el contrario, Dios me ha permitido disfrutar de una nueva sexualidad con mi esposa, más intensa, más comprometida, más llena del placer y amor de Dios.  No cambiaría un segundo de mi presente por mil años de aquel pasado que el mundo torcido de allá afuera seguirá proponiéndome para que re-visite.

Tanto que busqué…  Tantos lugares que visité buscando una cura sexual que me llenara para siempre… Hoy me doy cuenta que sólo tenía que buscar en mi casa, en el lecho matrimonial, en el tierno corazón de mi esposa y en la mano dadivosa y abundante de mi Dios, esa plenitud sexual que nunca encontré en los lugares lujuriosos.   Ahora puedo comprender que le sirvo a un Dios que TODO lo da a manos llenas, inclusive una sana sexualidad para los esposos.

Claro está, me reservo lo que ocurrió cuando doblé toda la ropa y la casa quedó limpia… ¡Porque Dios es siempre un Dios que recompensa!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.

Escucha todos los miércoles a las 10PM (GMT -4:00) nuestro programa radial, “Pureza Radical” por www.restauracion1580am.com  (“Radio Restauración, Tu Frecuencia Sanadora, Llegando a las Naciones”)


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