Pureza Sexual … LAS DUDAS DEL SEXO COMPULSIVO

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.  Entonces los otros discípulos le decían: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré.  Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez dentro y Tomás con ellos. Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a vosotros.  Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.  Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído?  Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron.”   Juan 20:24-29

“Ver para creer…”  Esta frase recoge, cada vez con mayor fuerza, un postulado del mundo moderno; un mundo que ya no cree en el poder sobrenatural de Dios; un mundo que siempre cuestionará lo que sólo puede entenderse por medio de la fe.

Y en este escenario de cuestionamientos, la lucha contra la lujuria sexual es particularmente escabrosa.  ¿Por qué?  Porque esta lucha es más espiritual que carnal; porque esta lucha tiene que ver más con nuestro espíritu que con nuestra misma carne.

Porque alcanzar una completa libertad de esta atadura requiere un verdadero milagro.  Requiere que nos convirtamos en milagros ambulantes; en milagros vivientes; en milagros que respiran y hablan.  Pero ante el privilegio divino de creer, está el derecho humano de dudar. Y ante esta encrucijada, más son las veces que escogemos dudar que creer.

¿A dónde nos ha llevado esta postura?  A la permanencia de la esclavitud sexual.  Si para ser libres, necesitamos un milagro, no creer en el poder milagroso de Dios será suficiente para matar toda posibilidad de que nos convirtamos en milagros vivientes.

Así, sin darnos cuenta, le hemos quitado el poder a Jesucristo para dárselo al padre de las mentiras y a su inseparable cómplice, la lujuria sexual.

Viviendo sin el toque de un Dios milagroso, nuestra incredulidad nos ha llevado a estériles desiertos, prisiones malolientes y fosas oscuras.  Nos cuesta creer.  Sobretodo, nos cuesta creer que el poder restaurador de Dios se pueda manifestar milagrosamente en nuestras vidas.  En nuestras batallas contra la lujuria sexual, hemos caído vez tras vez en las garras de esta fiera y, con cada caída, nuestra fe ha ido menguando.

Podemos escuchar a otros hablar sobre cómo las cadenas del sexo compulsivo se han roto en sus vidas: Cómo un matimonio ha sido restaurado del adulterio; cómo la pornografía y la masturbación han abandonado a un hogar después de reinar en él por décadas.  Aún así, la voz de nuestra incredulidad nos interrumpe para decirnos, “eso nunca te pasará a ti…  Tú estás fuera del alcance de esos milagros; has estado demasiado tiempo esclavizado a la lujuria; se te hizo tarde.”

Así –como Tomás– muchas veces practicamos una falsa fe que exige pruebas visibles de lo invisible; que no creerá hasta obtener pruebas terrenales de lo espiritual.  Y nuestra incredulidad cegó la mirada de nuestros ojos carnales y espirituales.  Como aquel discípulo escéptico, vivimos la experiencia de la Cruz, pero sólo vimos en ella, soledad, vergüenza y derrota.

En el momento de la prueba, cuando la multitud pidió la cruz, no entendimos que el sacrificio perfecto hecho hombre, el Hijo de Dios encarnado, estaba a punto de aceptar su muerte en silencio, con tal de redimir a la humanidad.  Nuestra ceguera nos permitió ver la humillación de la cruz, pero nunca pudimos ver la gloria de la tumba vacía.  Por eso es que nuestra afirmación de que “no creeremos si no vemos” es tan obvia….  Porque como dice la Palabra, “de la abundancia del corazón habla la boca.”

Pero hoy, como siempre, la misericordia de Dios nos alcanza.  Aún cuando merecíamos ser enjuiciados y sentenciados a muerte por el delito de crasa incredulidad, Cristo no lo permitió.  Allí, en medio de nuestra falta de fe, El vendrá a abrirnos los ojos.  ¿Crees que nunca podrás vivir en pureza sexual?  ¿Te lamentas porque son los otros los que recibieron su milagro y viven ahora en libertad?  No te preocupes.  Jesús no te juzga ni te condena.  El sólo te pide que te acerques.

Y al acercarte, pocas cosas más te pide:  El te pide que llenes tus ojos incrédulos con la maravillosa y extraordinaria visión de sus heridas gloriosas.  Sí, dirige tu mirada en aquellas manos, clavadas en la cruz por ti y por mí.  Sí, llena tus ojos con la visión de aquel costado abierto por la lanza que traspasó al más sublime corazón; ése que te ha amado desde antes de la fundación del mundo.

Y una vez tus ojos hayan visto y se llenen de lo que parecía increíble, Cristo te pide que le toques.  Sí, toca esa heridas que sangraron amor por toda la humanidad.  Mete tu mano en la herida de aquel costado que te amó hasta la muerte.  Entonces, cuando hayas visto y te hayas hecho uno con la llagas de Cristo, sólo te falta una cosa…  Cree.  Permite que tu fe muerta en una cruz, resucite gloriosamente en convicción y gozo.

Nunca permitas que la incredulidad te robe tu identidad.  Nunca permitas que tus ojos te roben la fe.  Porque no se trata de lo que has visto con ojos carnales, sino lo que tu espíritu clama dentro de ti.  ¡Cristo ha resucitado!

Y con su resurrección, ¡tu pureza cobra nueva vida!  ¡Creelo!         

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!



Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.