Pureza Sexual … MUERE A LA PORNOGRAFÍA, O ELLA TE MATARÁ

Saludos a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Y encontré algo más amargo que la muerte: a la mujer que es una trampa, que por corazón tiene una red y por brazos tiene cadenas. Quien agrada a Dios se librará de ella, pero el pecador caerá en sus redes.  Eclesiastés 7:26

En los oscuros confines de la lujuria sexual, todo pecado, por más pequeño, tiene la capacidad de encadenar el corazón y esclavizar el alma.  Porque la trampa no está en el pecado en sí, sino en la obsesión de nuestra carne de repetirlo y repetirlo hasta el cansancio.  Hasta que la compulsión carnal nos deje totalmente erosionados.  La pornografía en el Internet no es una excepción a esta regla.

El pasaje en Eclesiastés afirma que un tipo de mujer resultará ser más amarga que la muerte: aquella cuyo corazón tiene una red y sus brazos son cadenas.  ¿Te has topado con un tipo de mujer así?  Para el hombre que ha vivido en la prisión de la pornografía cibernética, todas sus paredes están empapeladas con tal tipo de mujer. No puede existir una mejor definición que la provista por Eclesiastés para describir a la mujer que exhibe sus imágenes de seducción en la pantalla de una computadora.

Así, poco a poco, mediante el elixir embriagante de la pornografía, nos convertimos en adoradores de nuestra carne, adictos de nuestro libido y de nuestras hormonas sexuales; nos convertimos en autómatas obsesionados con nuestros cuerpos y con los cuerpos de personas que nunca conoceremos, porque son meras imágenes electrónicas, retocadas y ficticias, obras de un programador artístico.

Al principio, la pornografía era un juego de curiosidades.  En nuestras mentes infantiles, fantasiosas y lujuriosas, aquellas caras sensuales y sonrientes nos amaban, nos aceptaban, nos veían como super-hombres atractivos dignos de un harén real en los tiempos del antiguo testamento.  En este mundo irreal, las mujeres no desmerecen, no envejecen, nunca están cansadas ni enfermas y siempre tienen un libido y hambre sexual igual o mayor a la que el hombre puede tener.  ¿Podrá mi esposa competir contra estas adversarias irreales en un frente de batalla tan falsificado y utópico?

A pesar de mil argumentos en contra del mundo pornográfico, en mi mente, este mundo de perversión era bueno para mi esposa, porque le daba descanso.  De esta manera, mientras cubría mis apetitos desproporcionados en este buffet lujurioso, mi esposa no era presionada por los vaivenes de la lujuria sexual que atacaba mi carne.  En mis adentros me decía, “por lo menos, con la pornografía no tengo que estar molestando a mi esposa, ya que puedo resolverme por mi cuenta mis impulsos sexuales…” 

Muchas veces también me dije: “con la pornografía no tengo que mostrarle a mi esposa mi verdadera cara; si ella realmente supiera la magnitud de mis apetitos sexuales, pensaría que soy un monstruo, un depredador sexual, o un enfermo sexual descontrolado.”  Entonces, irónicamente este veneno de la pornografía le daba, según mi parecer, estabilidad a mi vida.  Entre el supuesto “mal” de quitarme la máscara y mostrarme como realmente era y el mal de esclavizarme en la pornografía, escogí el peor de los males.  ¿Cómo es posible que no hubiera visto las mentiras de la pornografía, nublando mi mente y llevándome al precipicio?

Mi engañado corazón siempre me dijo que la pornografía cibernética era inocente y sin víctimas y que no me tenía que sentir mal por caer entre sus redes.  Por el contrario, lo que mis voces interiores siempre me afirmaron fue que este tipo de pornografía era un freno para mantenerme en mi casa, alejado de la calle y sus otras seducciones de muerte.  En otras palabras, mi corazón atado a la pornografía pretendía apaciguar mi culpa al decirme que la imagen porno es una defensora de la fidelidad en mi matrimonio, al mantenerme anclado en mi hogar.  ¡Vaya argumento!  La verdad es que un corazón esclavizado es capaz de inventarse cualquier mentira o justificación para seguir bañándose en el fango del pecado.

No obstante las mentiras de mi corazón, la pornografía  siempre traía consigo este sentimiento de insatisfacción; una insatisfacción producto de horas y horas de búsqueda en la pantalla de la computadora, esperando ver aquella imagen, o video que fuera suficiente como para hacerme parar.  Eso es lo que los llamados “adictos al sexo” se refieren al material pornográfico que me iba a “curar” de la atadura, porque después de haberlo encontrado, nunca más desearía ver otra imagen pornográfica.

La realidad es que nunca encontré “mi cura” porque solo unos segundos después de haber encontrado aquella imagen casi “perfecta” mi carne me decía que allá en la oscuridad de este foso de esclavitud habrían muchas más imágenes “mejores” que aquella que acababa de encontrar.  Y entonces, en medio de una locura que se extendía hasta la madrugada, la catarata de páginas pornográficas seguía invadiendo la computadora y el ambiente de mi casa.

Sin darme cuenta, con cada sesión de pornografía, la lujuria sexual plantaba otra bandera de perversión y esclavitud en los cuartos de mi hogar y en mi corazón.  Lo que primero comenzó como una diversión, se había tornado en una guerra perdida, donde iba todas las tardes, cabizbajo, derrotado, apabullado, a rendirle pleitesía y a doblar rodilla ante el altar podrido de la diosa sexo y todas su perversiones.

Así, la pornografía seguiría anestesiando mi consciencia.  La fría pantalla del monitor acabaría cansándome.  No puede esperarse otra cosa de una impersonal superficie de cristal que no conoce tu nombre, no puede abrazarte, ni entenderte, ni aspirar a construir una relación contigo.

La falsa intimidad que se crea con una imagen pornográfica es similar al efecto que causa aquellos anuncios comerciales donde vemos con lujo se detalles a alguien comiéndose una suculenta hamburguesa con todos los ingredientes desbordándose entre dos esponjosos pedazos de pan: Despertará aún más nuestra hambre, pero no podrá saciarnos. ¿Por qué?   Porque solo una verdadera hamburguesa afianzada entre nuestras manos y destinada a nuestro estómago podrá quitarnos el hambre.  De la misma manera, solo una verdadera intimidad sexual, basada en una relación de amor conforme al diseño de Dios podrá llenar nuestro vacío en esta área.

Entonces, cuando el cansancio me cubra y mi hambre por una verdadera intimidad siga creciendo, mi carne le dirá a mi engañado corazón que en la calle, entre los brazos de una mujer igualmente esclavizada al sexo, encontraré mi “cura”.  Así comenzará una cruenta lucha entre permanecer en la computadora inundada de pornografía, o lanzarme a la calle a buscar un objeto sexual de carne y hueso.  Te tengo noticias:  Desde una posición de esclavitud, donde tienes que escoger entre lo malo y lo peor, ya tienes la pelea perdida.  Tu carne siempre buscará lo más dañino, lo más perverso, lo más lujurioso.  Así es la naturaleza caída del ser humano que representada por nuestra carne, siempre lucha contra nuestro espíritu anhelante de la pureza que Dios nos ganó en la cruz.

Y cuando tu carne ya se ha indigestado con cientos y miles de imágenes pornográficas, esa misma carne te pedirá algo “diferente” para alcanzar mayor excitación, mayor adrenalina y mayor libido sexual en un esfuerzo por calmar la compulsión y tener unos pocos segundos de paz.  Y ese algo “diferente” es lo que ocurre cuando sustituyes una imagen pornográfica con una persona en “vivo y a todo color” que habla y respira a tu lado.

Ahora, según mi carne tan tonta y tan necia, mis fantasías lujuriosas serán verdaderas; mi satisfacción sexual no provendrá del acto aislado de mis impulsos carnales, sino que podré compartirla con alguien vivo y capaz de intoxicarme a niveles de lujuria que nunca me había imaginado.  Y mientras mi mente fabrica todo este andamiaje mental de lujuria desquiciante, ya he sido derrotado y sepultado.  Sin que me haya dado cuenta, la lujuria sexual ya me ganó, ya me enterró y cerró la tumba.  Mis seres queridos lloran y todavía no sé que estoy muerto.

¿Qué puedo pedirte mientras escribo estas palabras?  No permitas que la pornografía te mate.  No la veas como una cosa ingenua y sin consecuencias; ahí está una de sus mayores trampas: la trivialización.  Ahora tienes la oportunidad de abrir los ojos y darte cuenta de ciertas verdades inamovibles:

  • La pornografía nunca te dará el amor, la cercanía e intimidad de un cónyuge que te ama.
  • La pornografía nunca añade cosas buenas a tu vida; ella solo añade esclavitud y falsa intimidad.
  • La pornografía es un veneno que te va intoxicando gradualmente.
  • La pornografía buscará, en primer lugar, anestesiar tu consciencia para que no puedas escuchar la voz de Dios cuanto te esté llamando.
  • La pornografía buscará, en segundo lugar, romper el mecanismo de medir consecuencias para que no puedas sopesar el dolor de una esposa adulterada, unos hijos abandonados, un ministerio destruido, o un llamado de Dios quebrantado.

Hoy estás a tiempo.  Muere a la pornografía. Hazlo antes de que ella te mate.  Y recuerda, Cristo murió por ti.  Ámalo lo suficiente como para matar y sacar a la pornografía de tu vida.  ¡Entonces y solo entonces, podrás vivir en plenitud!

 Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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