Qué es el Ecumenismo



Por Jack Fleming

El ecumenismo fue el movimiento proselitista que inició el Papa Juan XXIII con su encíclica del 28 de Noviembre de l959, que tiene como único propósito de “unificar” a todos los credos bajo “la única iglesia verdadera”, la católica romana (LG 8) y que “fuera de ella no existe salvación” (LG 14). Se puede leer incluso en su último catecismo que recopila gran parte del Concilio Ecuménico Vaticano II publicado en 1992.
Desde sus comienzos establece que la iglesia de Roma es la única que legítimamente ha recibido la sucesión apostólica y que todos sus credos son intransables. El culto a María como Madre de Dios, corredentora y Reina de los cielos, los “santos”, el animismo y culto a los muertos, la idolatría a todas sus imágenes, la transubstanciación de la hostia en el cuerpo mismo de Cristo durante el sacrificio de la misa, la autoridad igualitaria con la Palabra de Dios de la tradición y los dichos del Papa en su condición de «Infalible» (que es uno de los atributos que le corresponde exclusivamente a la divinidad), la legitimidad del Papa de ser la única cabeza de la iglesia como representante de Dios en la tierra, el celibato del clero, la doctrina del Purgatorio, las indulgencias, etc.
En consecuencia, lo que buscan los romanistas con el movimiento ecuménico, es convertir al catolicismo a todos los credos del mundo, no solamente a los “hnos. apartados” (antiguamente nos llamaban abiertamente los herejes), sino que también a los hinduistas, budistas, Hare Krishna, Islamismo, moonies, judíos, etc. Ellos se consideran la única iglesia verdadera y que fuera del romanismo no existe salvación, porque se obtiene necesariamente a través del bautismo que realiza esa entidad (LG 14).
El romanismo define el ecumenismo de la siguiente manera:

I. Noción de ecumenismo
El Decr. Unitatis redintegratio (=UR) explica así el «problema ecuménico»: «única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo» (UR 1). Esta división contradice la voluntad de Cristo; es un escándalo para el mundo y un serio obstáculo para la evangelización. Reconoce que el «movimiento ecuménico» está impulsado por el Espíritu Santo, y considera que el deseo de restablecer la unidad es una «divina vocación y gracia» (UR 1).
Se entiende por «movimiento ecuménico», «las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos» (UR 4/b). Con la palabra Ecumenismo se designa también una dimensión de la tarea salvífica de la Iglesia, en cuanto distinta de la dimensión «pastoral» entre los fieles católicos (misión ad intra) y de la «misionera» con los no cristianos (misión ad extra).
El Decr. exhorta a la participación de los católicos en el movimiento ecuménico (cfr. UR 4/a). Juan Pablo II ha afirmado el compromiso ecuménico irreversible de la Iglesia Católica, y afirma que es «un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad» (US 8).
II. Los principios católicos del Ecumenismo
Existe un único movimiento ecuménico en el que cada Iglesia y Comunidad cristiana participa desde su propia identidad. No existe un «ecumenismo católico», sino unos principios católicos sobre el ecumenismo que versan sobre: la unidad y unicidad de la Iglesia.
Dios mismo ha dado a la Iglesia -continúa el Decreto- principios invisibles de unidad. El Colegio de los Doce es el depositario de la misión apostólica; de entre los Apóstoles, destacó a Pedro, al que Jesús confía un ministerio particular (cfr. UR 2). El Decreto considera a continuación el momento sucesorio enraizado en la voluntad de Jesús: «Jesucristo quiere que por medio de los Apóstoles y de sus sucesores, esto es, los Obispos con su Cabeza, el sucesor de Pedro, por la fiel predicación del Evangelio y por la administración de los sacramentos, así como por el gobierno en el amor, operando el Espíritu Santo, crezca su pueblo; y perfecciona así la comunión de éste en la unidad» (UR 2).
La Iglesia una no se ha disgregado en fragmentos varios. «La Iglesia católica afirma que, durante los dos mil años de su historia, ha permanecido en la unidad con todos los bienes de los que Dios quiere dotar a su Iglesia.


El nuevo término que han acuñado es “unicidad” para referirse de una forma más elegante a “la iglesia una” la católica, que es la que ellos consideran que es la única que debe subsistir, porque es la única que salva y tiene la verdad completa que dicen haber heredado de Jesucristo en la persona de Pedro.
Pero ¿qué dice la Palabra de Dios respecto a esta unidad poligámica? Con frecuencia tuercen un texto que dice: (Jn.10: 16) “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”. Aquí el Señor le está hablando a sus discípulos judíos, a quienes Él mismo les había dicho: Mt 10:5 “A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis”.
En Jn. 10: 16 los está preparando para el tiempo cuando los gentiles también habrían de ser incorporados en la obra de salvación que Cristo realizaría en la cruz del Calvario. Todos: Judíos y gentiles, serían salvos de la misma forma, porque ahora en la iglesia no existe división. (Gál. 3: 28) “Ya no hay judío ni griego, todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Los que han nacido de nuevo y han aceptado al Señor Jesucristo como el único y suficiente Salvador personal, son uno, sin importar nacionalidad.
Pero jamás el Señor nos ha exhortado a unirnos bajo otros elementos que no sean la aceptación plena y exclusiva de la Palabra de Dios. Es más, nos prohíbe toda clase de mixtura doctrinal que se contradiga con la Biblia.
2Jn. 10 “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!”.
Una de las características que Dios destaca en la iglesia de los últimos tiempos, es que será tibia (la mezcla entre lo frío y lo caliente). Ap.3: 15-17 “que ni eres frío ni caliente. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
2Cor.6: 14-17 “No os unáis en yugo desigual; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor”.
Como vemos, el Señor expresa claramente Su voluntad en este tema, y que se contradice abiertamente con la filosofía moderna. El Señor dice contundentemente: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor”.
Volver bajo la tutela de Roma, es además una alta traición a la sangre y las vidas que ofrendaron los mártires de la Reforma, quienes ardieron como antorchas humanas para iluminarnos el camino de la fe.
El Señor es muy preciso para señalar a estos que están fornicando con la Gran Ramera. Ap.17: 1-6 “Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la cual está sentada sobre muchas aguas (y en el vr.15 aclara que estas aguas donde está sentada la gran ramera: “son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas”), con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación. Estaba vestida de púrpura y escarlata (el color característico del clero), y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación, ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús”.
Entonces con toda justicia el creyente verdadero, que tiene la seguridad de su salvación se pregunta ¿qué comunión podría esperarse con aquellos idólatras de la iglesia mariana de Roma? Con aquellos que no compartimos ninguna de sus doctrinas de hombres: La idolatría, la adoración a un dios de harina, el culto al hombre, la salvación por obras, el Purgatorio, las indulgencias, fábulas y leyendas de la tradición humana; sino que muy por el contrario, nuestra fe descansa únicamente en la infalible Palabra de Dios. Los romanistas tiene todo el derecho a creer en lo que mejor les parezca, pero no pidan que los creyentes en el Dios de la Biblia creamos lo mismo.
Nos separa un abismo tan profundo, como la enorme cantidad de Biblias que quemaron, que solamente una aceptación plena en la única fuente de verdad que es la Palabra de Dios, podría realizar un acercamiento. Pero sabemos por la revelación del Señor que eso no sucederá, sino que (2Tm.3:13) “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”.
El fundamento básico del ecumenismo es que se puede ofender a Dios, pero no a los hombres. No tiene ninguna relevancia lo que Dios a dicho en Su Palabra, siempre va ha ser más importante dejar contenta a las mayorías, aunque eso signifique discrepar con lo que el Señor ha ordenado en la Biblia.


http://www.estudiosmaranatha.com/faq/faq77.html


 


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