nos sentamos, y lloramos
con nostalgia de Sión.
El salmo está muy lejos de mi realidad como persona, a menos, que lo vea de forma metafórica. De alguna manera soy un exiliado porque no me reconozco ni me identifico con el tipo de mundo y sociedad que me ha tocado vivir.
Este, como tantas veces he reflexionado sobre ello, no es el mundo que Dios pensó, ideó y tenía en mente. Este es el mundo que el pecado, mi rebelión contra la autoridad del Señor ha generado. Consecuentemente, no puedo encontrarme a gusto en él. No puedo considerar la pobreza, el abuso, el dominio, la especulación, el maltrato, la violencia ejercida contra los pobres y desvalidos, las desigualdades, el dolor, la enfermedad y ese largo etcétera como algo normal y natural.
Con nostalgia pienso en Sión, pienso en el Reino de Dios. Medito en ese día en que el universo y la humanidad serán como el Señor pensó y tuvo en mente desde el principio. Este mundo no es ni mi patria ni mi hogar.
No quiero decir con eso que me desentienda y me aisle. No abogo por vivir en el gueto para no contaminarme. No proclama la indiferencia y desentendimiento de un mundo que sufre. Antes al contrario, colaboramos con Jesús en la restauración de un mundo y una humanidad rota, sabiendo que este no es nuestro hogar, que vivimos exiliados anhelando el regreso a nuestro casa, a nuestro hogar, al Reino de Dios.
Exiliados pero comprometidos.
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