vigila, oh Altísimo, la puerta de mis labios.
No dejes que mi corazón se incline al mal,
a perpetuar acciones criminales
con hombres malhechores.
¡No seré comensal en sus banquetes!
La Biblia habla mucho acerca del peligroso poder de las palabras. Estas tienen un gran poder para bendecir a otros y, al mismo tiempo para dañar a otros emocional, intelectual, físicamente y su reputación. Por otro lado, las palabras también tienen un increíble poder para dañarnos a nosotros mismos. Catalina la Grande, la zarina rusa, afirmaba, eres dueño de las palabras que no has dicho y esclavo de las que has pronunciado.
En la Escritura el corazón es el centro de control de la vida de una persona. Allí se cuecen las motivaciones, los valores, las prioridades, los pensamientos y todo aquello que posteriormente se convierte en acciones u omisiones. Por eso Jesús daba tanta importancia al corazón e indicaba que ahí radicaba el problema del ser humano.
Finalmente, la conducta, lo más visible y, en ocasiones, lo más escandaloso y dañino de una persona. El salmista pide también protección de parte de Dios para que su conducta sea la adecuada aunque, como comentaba, el corazón determina la conducta.
Yo mismo necesito que el Señor no me deje en estas tres dimensiones, mis palabras, mis acciones y mi corazón.
Un principio
Corazón, conducta, palabras. Tres áreas en que necesitamos ayuda contra nuestro peor enemigo.
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