SALMO 141. SEÑOR NO DEJES

Coloca, Señor, un guardián en mi boca,
vigila, oh Altísimo, la puerta de mis labios.
No dejes que mi corazón se incline al mal,
a perpetuar acciones criminales
con hombres malhechores.
¡No seré comensal en sus banquetes!

Al leer este poema lo he visto como una continuación natural del salmo 140. Si yo soy mi peor enemigo, el control de mi potencial para el mal se convierte en una prioridad. El salmista pide al Señor ayuda en tres áreas muy concretas, sus palabras, su corazón y su acciones.

La Biblia habla mucho acerca del peligroso poder de las palabras. Estas tienen un gran poder para bendecir a otros y, al mismo tiempo para dañar a otros emocional, intelectual, físicamente y su reputación. Por otro lado, las palabras también tienen un increíble poder para dañarnos a nosotros mismos. Catalina la Grande, la zarina rusa, afirmaba, eres dueño de las palabras que no has dicho y esclavo de las que has pronunciado.

En la Escritura el corazón es el centro de control de la vida de una persona. Allí se cuecen las motivaciones, los valores, las prioridades, los pensamientos y todo aquello que posteriormente se convierte en acciones u omisiones. Por eso Jesús daba tanta importancia al corazón e indicaba que ahí radicaba el problema del ser humano.

Finalmente, la conducta, lo más visible y, en ocasiones, lo más escandaloso y dañino de una persona. El salmista pide también protección de parte de Dios para que su conducta sea la adecuada aunque, como comentaba, el corazón determina la conducta.

Yo mismo necesito que el Señor no me deje en estas tres dimensiones, mis palabras, mis acciones y mi corazón.


Un principio

Corazón, conducta, palabras. Tres áreas en que necesitamos ayuda contra nuestro peor enemigo.


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