Secretos


No siempre puedo hablar de lo que siento. ¿No te sucede lo mismo? Tú lloras y yo hago lo posible por entender qué es lo que quieres. ¿Hambre? ¿Cansancio? ¿Calor? ¿Frío? ¿Incomodidad? ¿Enfermedad? Anhelo que llegue el día que hables para que me digas con palabras cuál es tu molestia.

Pero reconozco que aún cuando empieces a balbucear y a decir tus primeras palabras, yo no lo sabré todo, no me enteraré de todo, no conoceré todo lo que anida en tu corazón. Porque nadie puede saberlo, solo uno mismo. Y Dios.

Cuántos secretos no se albergan en el alma. Dolencias y heridas provocadas por otros. Pensamientos oscuros que nos avergüenzan. Pero también momentos de sumo gozo que somos incapaces de formular verbalmente o que simplemente no creemos que el otro entenderá.

Y en medio de tantos secretos, Él nos oye. Él comprende. Él los sabe todos. A él podemos acudir cuando nos resulta imposible armar una oración. Él ha dicho que el Espíritu Santo reparará nuestra deficiente elocuencia para hallar y transmitir la verdad.

Así que recuérdame en el mañana que tú también tienes derecho a tus secretos, y que no siempre yo conoceré todo. Y en el hoy, permite que me guarde, como María, muchos secretos en el corazón. Pues quizá el secreto más grande de todos, aunque lo llegue a decir con dos palabras, (aunque esas dos emisiones de voz no abarcan lo que uno experimenta dentro) es que te amo.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.