Señor restaura nuestros dones, renueva nuestra fe.

Oh Dios, restáuranos;

Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.( Sal 80:3)

No hay mayor desgracia, en la vida cristiana, que perder la fe y volvernos cínicos, ni nada peor para un siervo de Dios, que ser suspicaz.

Un pastor me comento, hace ya algún tiempo, del grave peligro de dudar de otros siervos en el ministerio y sospechar de todo. También, es así, en la vida de aquellos que se llevan desengaños, pierden la ilusión y se sienten traicionados por haber confiado en alguien o en algo y cuántas preguntas surgen después por estas decepciones.

¿Dónde está Dios?

¿Por qué lo ha hecho?

¿Por qué lo ha permitido?

Ciertamente, muchos sufrimos desilusiones, desánimos, depresiones, pero la fe cristiana consiste en mantener la confianza que tuvimos al principio firme hasta el fin.

“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio…” (Hebreos 3:14)

El camino es largo, no es una carrera de cien metros, sino un maratón de muchos obstáculos.

Si algunos sufrieron desilusión, indudablemente, fueron los discípulos de Cristo. Tenían tanta esperanza en que Jesucristo, sería rey y gobernarían con Él. Todas sus expectativas y sueños se frustraron, cuando le vieron entregarse para ser crucificado en la cruz.

No entendieron nada. Desalentados, todos le abandonaron, dejándole solo.

Pero, gracias a Dios, el obispo de nuestras almas, el buen pastor anduvo buscando y presentándose a sus ovejas, una por una. A los dos de Emaús, a los diez en Jerusalén, junto al mar de Tiberias, a los del Aposento alto, a todos, fue renovándoles y devolviéndoles su fe que había sido muy zarandeada.

Cuando le vieron resucitado y les mostró las manos y el costado, la Biblia dice:

“…los discípulos se regocijaron viendo al Señor”. (Juan 20:19-20)

Y el apóstol Pedro declara:

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”. (1ª Pedro 1:3).

Los discípulos experimentaron la restauración de la fe. Asimismo, necesitamos que Dios avive nuestra fe en Él. Anhelemos una fe nueva, para impartir con los demás.

El rey David, en el salmo 80, suplicó tres veces la misma oración:

“Oh Dios de los ejércitos, restáuranos; Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos”.

Su clamor creo, es el que actualmente necesita la iglesia y debería brotar en cada corazón. Muchos hemos sido decepcionados, defraudados, heridos, otros estamos titubeando y tambaleándonos:

¡Señor restáuranos, haz resplandecer tu rostro y seremos salvos!

Señor restaura nuestros dones, renueva nuestra fe.

El mayor don que Dios da, es el arrepentimiento, en cambio, es el menos deseado. El salmista David oró arrepentido:

“…No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmo 51:11-12).

David a pesar de todos sus errores y debilidades, tenía un corazón que agradaba a Dios, porque sabía arrepentirse con toda su alma.

Nosotros, a veces, sólo tenemos remordimiento, es decir, lloramos, gritamos e incluso nos revolcamos en el suelo, pero continuamos haciendo y practicando las mismas cosas, mientras que el arrepentimiento genuino, ayuda a cambiar, a dar un giro, a tomar otra dirección. La diferencia es grande…

“Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos y los pecadores se convertirán a ti” (Salmo 51:13).

Con el arrepentimiento nace el deseo profundo de evangelizar y le sigue la felicidad de testificar a las almas.

“Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza;

Entonces dirán entre las naciones:

Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres”. (Salmo 126:2-3)

Dios ha prometido restaurar la fe, la visión, para emprender algo nuevo, No perdamos la ilusión. Él me está avivando, dándome visión, nuevas fuerzas.

David, en su oración por la restauración, cantaba:

“Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan”. (Salmo 126:1)

Soñamos que Dios nos reavive con los dones del Espíritu Santo; entonces, aguardemos no solamente la sombra de Pedro cayendo sobre los enfermos, sino también la otra parte, la persecución. Existen amenazas, cuando hay

avivamiento. El avivamiento no es para sentirnos mejor, sino para que el nombre de Dios sea glorificado, honrado, bendecido y los demás nos vean como “epístolas vivas” reflejando su gloria.

El espíritu de intercesión está comenzando sobre nuestras iglesias, hay núcleos pequeños que poseen ese espíritu de oración, pero deben extenderse. Que cada corazón tenga un anhelo ferviente de que sea restaurada la fe, la visión, la unción. La unción que quiebra el yugo.

“…y el yugo se pudrirá a causa de la unción”. (Isaías 10:27).

Esa unción viene cuando estamos dispuestos a pagar el precio. Que la iglesia atesore una meta unida y un sólo propósito, la Biblia dice que:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos”. (Hechos 2:1).

Aferrémonos a las promesas de Dios y defendámoslas. En los últimos días, Dios dice: Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:

Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” (Hechos 2:16-17).

Timoteo nos ayuda a poder discernir los últimos días:

“También debes saber esto:

Que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.

Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.” (2ª Timoteo 3:1-5).

No creo que vengan tiempos mejores, al contrario, van de peor en peor, pues la opresión satánica es cada día mayor. Si sabemos que estamos en los últimos tiempos, hasta cuando estaremos esperando un ángel que venga a remover el agua.

¿Quieres ser ungido del Espíritu Santo?

¿A que esperas?

Cuando el profeta Daniel, supo que la profecía de los 70 años de cautiverio de su pueblo se había cumplido y era tiempo que Israel quitara el yugo de su cuello, comenzó a buscar al Señor y la Biblia dice:

“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza”. (Daniel 9:3)

Pidamos las promesas de Dios, la restauración de la unidad de la iglesia, los dones del espíritu, el don de intercesión, el espíritu de oración, la disciplina apostólica que hubo en la iglesia primitiva, el temor de Dios como resultado de esa disciplina, el gozo de la salvación y la conversión de los pecadores.

Dios tiene algo para mí, y aún no lo he visto. No puedo decir, como el siervo Simeón:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación”. (Lucas 2:29-30).

Quiero ver la grandeza de la gloria de Dios en mi país. No puedo esperar mucho más; por esta razón, cada vez que predico digo:

“Señor restaura a tu pueblo”.

Es tiempo que Dios nos restaure el fuego de la iglesia primitiva, el gozo y nuestra fuerza espiritual.

Dios les Bendiga…


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.