• Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. – Juan 5:39.
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Si usted siente, aun confusamente, las profundas necesidades de su ser, la ausencia de relación con su creador, no dude en leer la Biblia, pues ella le conducirá a reconocerlo como Dios. La fe en un Dios cercano que se revela no tiene comparación con lo que la filosofía o la tradición religiosa pueden aportarnos.
Es preciso acercarse directamente a la fuente. La Biblia nos presenta el testimonio de hombres y mujeres que buscaron y encontraron. Su búsqueda se transformó en seguridades, pues “el que busca, halla”, dice la Escritura (Mateo 7:8). La grandeza del hombre no reside en una búsqueda sin fin, que sólo sería una constatación de fracaso. No, la grandeza del hombre radica en la aceptación confiada del interés y del amor que Dios nos tiene, pues siempre está buscándonos.
Si la humildad es la clave para ir a Dios, también es la llave de la lectura y comprensión de la Biblia. Leámosla en oración, con simplicidad, sin buscar explicaciones complicadas, sino reteniendo primeramente el sentido más directo. Dios habla a nuestro corazón y a nuestra conciencia de manera que todos lo comprendamos.
Felipe, un discípulo de Jesús, se encontró con Natanael, un israelita piadoso, y trató de explicarle que había encontrado al esperado Mesías. Como Natanael discutía sobre el valor de los argumentos, Felipe lo tomó de la mano, por así decirlo, y le dijo: “Ven y ve”. Natanael dio el paso, encontró a Jesús, se inclinó y dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios” (Juan 1:46, 49).
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