Una Tumba Vacía.

Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y fue sepultado, y… resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.1 Corintios 15:3-4.

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Cuando estuve en el Extremo Oriente me mostraron, en un monasterio, un diente de Buda colocado cuidadosamente en un relicario y expuesto para la devoción de la gente. Para los bonzos, en su vestido de color amarillo, esa minúscula reliquia confirmaba la existencia histórica del fundador de su religión. Para mí era prueba de otra cosa, es decir, de la muerte de su dios.

El Señor Jesús no dejó ninguna reliquia en la tierra. Si el cuerpo del Señor, o el más pequeño de sus elementos, pudiese ser mostrado a los hombres, ¿Qué quedaría de la fe cristiana? ¿Cómo sabemos, en efecto, que Jesús es el Hijo de Dios? Porque fue “declarado Hijo de Dios con poder… por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4). ¿Cómo sabemos que somos justificados? Porque Jesús, habiendo vencido a la muerte, “fue resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Dios aceptó su sacrificio. ¿Cómo sabemos que nosotros mismos resucitaremos? Porque “Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:20).

Ése es para nosotros, amados creyentes, el lenguaje glorioso de la tumba vacía. Sí, el Señor Jesús resucitó realmente (Lucas 24:34). Él es ese Dios vivo a quien necesitamos. “Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:17-18).


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