Una visión correcta

Marvin Byers

El joven oficial y sus soldados estaban bajo un fuerte ataque enemigo. El había perdido todo contacto por radio con su comandante quien se encontraba a 40 kilómetros de allí. Al considerar su situación, tal distancia que bien pudiera haber sido el otro lado del mundo, ya que estaba, en efecto, al otro lado de las líneas enemigas.
El oficial sabía que los refuerzos podían ser enviados para liberar a su compañía del ataque, y salvarles la vida, si tan sólo lograba enviar un mensaje a su base. Pero su radio estaba muerto. Entonces recurrió a su última opción: en un pedacito de papel garrapateó una nota que describía brevemente su posición y su situación.


Luego suavemente sacó a una paloma de su jaula. El había traído consigo esta paloma para un tiempo como este. Ató el papelito a la pata de la paloma y la soltó. De inmediato, la paloma empezó su ascenso en círculos y, después de tan solo unos segundos, escogió su curso y voló en una línea recta hacia la base, el único lugar de esperanza de salvación para los hombres de aquel joven oficial. Veinticinco minutos después, la paloma aterrizó en el alféizar de la ventana del comandante.


Cuando el comandante recogió con ternura al pajarito, no solo descubrió la nota sino también que la nota iba atada a la única pata que el quedaba a la paloma. La otra había sido desecha por el fuego enemigo, y su pecho había sido herido por una bala. En cuestión de minutos sus hombres iban camino a rescatar con éxito a los soldados atrapados; también en cuestión de minutos se dio atención médica para salvar a la paloma que había arriesgado su propia vida por salvar a otros.


Esta narración está basada en eventos reales de la Primera Guerra Mundial. En el transcurrir de la historia las palomas han sido utilizadas para comunicaciones, aun hasta en la década de 1950, en la Guerra de Corea. Las palomas poseen una habilidad casi sobrenatural para volar directamente hacia la casa de su dueño, desde cualquier distancia hasta 1000 kilómetros, aun cuando no tengan una forma aparente de saber en dónde están. La ciencia moderna sigue sin poder explicar cómo una paloma puede instintiva e inmediatamente volar hacia su amo desde cualquier ubicación, y a pesar de cualquier obstáculo que se le ponga en el camino. Los científicos sí saben que las palomas tienen la habilidad de ver cosas que los humanos no vemos.
En el Cantar de los Cantares 1:15 el Rey le dice a Su amada que sus ojos son como palomas. Se ve que esto es una parte clave de su belleza. Estos son los ojos espirituales que el Señor desea crear en nuestro hombre espiritual. Son ojos que continuamente se vuelven a El, y se enfocan en El, sin importar en dónde estén, qué sea lo que vean a su alrededor, o cuantas dificultades pudiera estar enfrentando en la vida. Conforme aprendemos a volver siempre nuestra mirada hacia la belleza de Jesús durante el día, sin importar las distracciones, nuestros ojos llegarán a ser más y más como palomas. Así, conforme El se vuelva más y más hermoso para nosotros, nosotros nos haremos más y más bellos para El.


Así como el Señor les ha dado a las palomas la habilidad de ver lo que los hombres no ven. El puede hacer que nuestros ojos también vean lo que otros no ven. El puede Darnos una visión de El Mismo, y de la esfera espiritual, de la misma forma en que hizo que Moisés viera al Invisible (Heb. 11:27). Si tu visión siempre está llena de cosas terrenales, pídele al Señor que te dé ojos que sean como palomas; ojos que pronto, vuelvan a enfocarse en El, sin importar las distracciones de la vida. Esos ojos espirituales pueden verlo a El en todas las situaciones, cuando todos a nuestro alrededor no ven más que problemas.


El Señor puede hacer que nuestros ojos vean a Aquél que reina soberanamente sobre todo y en todos, aun cuando todo parezca ir mal, y las balas enemigas pasen volando en todas direcciones. Cuando la vista y la mente de los demás están fijas en los problemas de la vida, o cuando vean al diablo en medio del horno de fuego, el Señor puede darnos ojos para ver al Hijo de Dios en medio de ese mismo horno de fuego. ¿Pueden ver tus ojos al Rey y el Reino de Dios cada día, o está tu visión bloqueada por las vanidades ilusorias del mundo actual?


Jesús declaró que un hombre empieza a ver el Reino de Dios cuando nace de nuevo. Con la experiencia del nuevo nacimiento empezamos a ser parte de la esfera celestial. Nuestros ojos espirituales son abiertos por primera vez. Vemos que la única vida que vale la pena vivir es la vida que se pierde en Dios, y está rendida totalmente a El. Un cristiano recién nacido está lleno del primer amor, y su visión celestial es repentinamente tan clara, que sólo puede pensar y hablar acerca de Jesús.


Después del nuevo nacimiento, nuestra visión puede ser fácilmente nublada por las cosas de este mundo. Podríamos permitir que los problemas terrenales llenen de tal manera nuestra visión, que hasta perdamos de vista a Aquél que es Invisible. Todos enfrentamos problemas de una u otra índole: problemas en el trabajo, problemas en la escuela, problemas con nuestro cónyuge, problemas con nuestros hijos, problemas con nuestros amigos, problemas en la iglesia, problemas con nuestro vehículo, problemas con nuestra casa, problemas con el banco, problemas con la compañía telefónica. El listado pareciera ser interminable.


Cuando Jesús le dio vista al ciego en Juan 9, nos dio dos lecciones espirituales de enorme importancia. Primero, untó lodo en los ojos del ciego. ¡Quién hubiera pensado que dicha medida tan drástica ayudaría a que un ciego viera! Se ha aseverado correctamente que en el reconocimiento de nuestro problema radica 75 por ciento de su solución. Antes de que nuestra visión espiritual pueda ser restaurada, debemos reconocer por qué hemos perdido aquella visión que era tan clara después de que nacimos de nuevo.


Dios le dio a Adán la tarea de labrar la tierra para ganarse la vida. Nosotros también debemos ganarnos la vida, pero podríamos llegar a estar involucrados tan intensamente en labrar la tierra de este mundo, con tal de alcanzar nuestras metas en la vida, que esa tierra podría terminar encegueciéndonos. Nuestra visión está llena del lodo de este mundo, de manera que no podemos ver nada más. Somos ciegos al Invisible, conforme ponemos nuestra mirada más y más en las cosas a nuestro alrededor.


Después que Jesús hubo untado lodo en los ojos de este hombre, para revelar qué es lo que ciega al ser humano, él le dio la respuesta siendo la solución a todos aquellos que reconocen que no tienen ojos como de paloma. El le dijo al ciego: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé”. Aquellos que hemos pasado tiempo lavándonos en la fuente de vida que El abrió para lavar de pecado e inmundicia, sabemos que, en un momento, el agua de Su presencia quita de nuestros ojos el barro de este mundo.


En unos pocos minutos empezamos a ver claramente otra vez. En un instante nos preguntamos: “¿Por qué hago cualquier otra cosa que no sea esto? ¿Por qué malgasto mi vida y mi tiempo en las vanidades ilusorias de este mundo, en vez de invertir mis días buscando al Señor, y viviendo en Su presencia?”


Al hablar de nuestra “visión” no me refiero a una experiencia sobrenatural, o un trance. Más bien, significa que nuestra caminata diaria sea controlada por nuestro entendimiento espiritual, que haga que veamos las cosas desde la perspectiva de Dios, en vez de la del hombre. Es una mentalidad espiritual que surge de pasar tiempo en la presencia de Dios y en Su Palabra, involucra tener en la vida una meta que cambia nuestro modo de pensar, actuar, hablar y andar.


En este mundo hay muchas visiones distintas para que la gente escoja. Mahoma le dio al mundo islámico una visión. De acuerdo a los dos libros sagrados del Islam, el Corán y el Hadit, la meta de todo musulmán verdadero debe ser la conquista del mundo, y matar a todos lo infieles. Afortunadamente, en toda la historia no ha habido suficientes seguidores de todo corazón de Mahoma como para provocar el caos total en el mundo, pero esto está cambiando rápidamente.


Los medios de comunicación se refieren muchas veces a los problemas provocados por “unos cuantos fundamentalistas islámicos radicales en el Medio Oriente” que son los causantes de tanto terror, violencia, tortura y derramamiento de sangre. Hay dos cosas que el mundo no ha reconocido plenamente, a pesar de que los hechos son indiscutibles. Un hecho es que ellos no son musulmanes “radicales”. En realidad son sencillamente musulmanes fieles que han bebido la visión de Mahoma. Segundo, no son pocos en número: hay muchos millones de ellos. Su enorme cantidad le asegura al mundo que no habrá escasez de jóvenes y señoritas islámicas que estarán más que felices de ser bombarderos suicidas. Su “visión” les dice que ésta es una senda que lleva directamente al cielo de Mahoma (el que la Biblia describe como el lago de fuego).


Así como la visión de un musulmán verdadero afecta la forma en que piensa, actúa, habla y camina, también una visión del Señor y su verdad hará lo mismo en nosotros. Es fácil detectar a un hombre que tiene una visión real, sea de Dios o de alguna otra cosa en la vida. Esa visión lo consume. Thomas Alba Edison fue un hombre de ese tipo. El fue consumido por el afán de encontrar una forma de convertir la electricidad en luz. Hubo un punto cuando pasó cuatro días y cuatro noches en su laboratorio buscando el secreto de la bombilla incandescente.
Durante esos días no comió y durmió. ¡Me pregunto qué se necesitaría para que nosotros fuéramos tan consumidos por una visión de Dios, que realizamos este tipo de esfuerzo tan siquiera una vez, buscándolo denodadamente! ¡Que nosotros no sólo busquemos al Señor con esa misma intensidad que Edison manifestó, sino también por la misma razón, aunque en un plano espiritual: el poder hallar la luz de vida!


A través del profeta Malaquías el Señor revela un hecho celestial asombroso: “entonces los que tenían a Jehová hablaron cada uno a su compañero, – y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito el libro de memoria delante de el para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre”. En la presencia de Dios está siendo escrito un libro acerca de la vida de cada cristiano. Cada vez que hablamos del Señor, y pensamos en su nombre, nuestras palabras y pensamientos son registrados en ese libro, debiéramos hacernos la pregunta: “¿Cuántos registros tengo yo allí?”


¿Por qué haría el Señor algo así? Porque El sabe que los pensamientos y las conversaciones de todo ser humano se vuelve continuamente hacia aquello que más amamos. Es realmente asombroso observar como funciona esto en la vida real. Si a un hombre le encanta la pesca tratará de que cualquier conversación con cualquier persona que se encuentre sea dirigida hacia el tema de la pesca. Realmente no puede hacer nada por evitarlo, esto es lo que el habla y piensa casi continuamente. Si el interlocutor no está interesado en la pesca, probablemente la conversación resultará siendo muy breve.


Para Dios no es difícil determinar que es lo que cada uno de nosotros realmente ama.


Ni para nosotros es difícil determinarlo. Si traemos a memoria el tema más frecuente de nuestras diez conversaciones más recientes, no relacionadas con nuestro negocio, trabajo, sabremos lo que realmente amamos en la vida. El Señor sabe esto, pero ¿Lo sabemos nosotros? Es por esto que él escribe un libro de memorias para los que hablan de él (los que le temen) y piensan en su nombre. La única razón por hacerlo es porque son consumidos por un amor por él. El llena su visión conforme transitan por esta vida.


En el Huerto de Getsemaní Jesús oró con denuedo y le pidió al Padre que, si fuera posible, que él permitiera que pasara de él la copa que era llamado a beber. Esta copa era la copa de pecado por toda la humanidad. Como Pablo escribió: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Jesús sabía que perdería por un tiempo su relación íntima con el Padre, ya que el Padre no podía tolerar el pecado. El sabía que pronto exclamaría: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.


Cuando Jesús oraba, su sudor fue como grandes gotas de sangre cayendo al suelo.
El derramó sudor y lágrimas en su intento por evitar perder su relación íntima con el Padre. ¿Cuánto sudor y lágrimas estamos nosotros dispuestos a derramar, con tal de hallar esa relación íntima con El? La respuesta a este cuestionamiento está ligada vitalmente a si tenemos, o no, ojos como de paloma. Si nuestra visión se vuelve continuamente hacia el maestro, si vemos al Invisible, que es lo que otros no ven, lo buscaremos con todo nuestro corazón. Nuestra visión se hará más clara cada día, y esa visión cambiará nuestro propósito mismo de vivir. Cambiará los rincones más recónditos de nuestro corazón, y la gloria del Señor vendrá sobre nosotros.


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