« Señor, sálvame».

Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo

« Señor, sálvame».

(Mt.14:30)

Pedro se hunde, pero no por ello se hunde Jesucristo. Y mientras Jesús no se hunda, tampoco podrá Pedro hundirse del todo, siempre y cuando no olvide esta única cosa:

Que en ese momento debe confiar total y absolutamente en Jesús.

Sí, aun cuando los cristianos, los elegidos de Dios, fracasen, a pesar de ello seguirán siendo los «llamados», y su servicio sigue en pie, lo mismo que sigue en pie su misión.

Los mayores siervos de Dios han sido la vergüenza de Dios.

Pero no por ello los ha abandonado Dios ni a ellos ni a los suyos.

Si somos infieles, él permanece fiel; sólo es necesaria una cosa:

Que pensemos en ello y que, cuando seamos ya incapaces de salir del paso, gritemos y le digamos de corazón:

« Señor, sálvame».

La existencia misma de esta posibilidad, de esta llamada desde lo hondo del

apuro -llamada que en realidad no denota más que la misericordia de Dios-,

Nos lleva a tener que hacer uso de ella.

Pues hay que regresar de la prisa a la espera para allí ser fortalecidos para nuevos hechos.

Porque, sin duda, para eso permite Jesucristo que los suyos flaqueen, para que se

fortalezcan aún más.

«Lo asió de la mano».

Este acto de asir o tomar, es el fortalecimiento más espléndido que cabe pensar.

Así lo considera siempre el débil. Y este débil es entonces más fuerte que el más fuerte de este mundo.

¡Ojalá estemos dispuestos a aprender a dirigir toda nuestra confianza a esto:

«Ciertamente tú eres el Hijo de Dios,

tú y sólo tú eres nuestro salvador»!

Dios los bendiga…..


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