Carta peligrosa

No conozco tu nombre, ni tu apellido. Bien podría ser Pedro o Juan, Martínez o Pérez. Lo cierto es que escucho de ti en las noticias. Traes asolado a mi país, sobre todo en el norte. Te crees el dueño del territorio; manejas camionetas equipadas y portas armas que dejan pálidos a los policías.

Entras a establecimientos concurridos y matas sin ton ni son. Ejecutas a tus enemigos; bloqueas las avenidas, robas sin misericordia. Te mueves como si nada pudiera dañarte; solo piensas en los billetes que recibirás. Quizá has vendido tu alma, porque no sufres cuando en el fuego cruzado ejecutas a un niño… o a dos.

Tus únicos pensamientos rondan en protegerte, vengarte y ganar más dinero. Te preocupa tu “familia”, pero no la de sangre, sino la que te ha unido a esos grupos de poder y corrupción. Has dejado tu humanidad por el tráfico de sustancias prohibidas. Eres el héroe de la película, pero yo puedo ver dentro de ti.

Porque allá en el fondo tú lo sabes bien. No eres feliz, ni siquiera cuando eres más rico. En tus pesadillas aparecen los rostros de aquellos a quienes han matado, sobre todo el de tu primera víctima. No duermes en paz, pues sabes que quizá al otro día los enemigos darán contigo o el jefe se aburrirá de ti.

Has traicionado, así que corres el riesgo de ser traicionado. Todo se puede revertir en tu contra: mentiras, engaños, violencia. Y debajo de ese corazón endurecido por la maldad, aún reside ese niño que un día soñó con volar, que jugó en la milpa, que pateó un balón para divertirse.

Mi corazón sangra al ver a mi México desgarrado por el terror. Comercios cerrados, gente inocente enterrando a sus familiares… violencia. Así que no apelo a ti, sino al niño. Recuerda ese tiempo en que el cielo azul se extendía solo para ti, y haz la paz con Dios. ¿Qué tiene que ver Dios con todo esto? Tiene mucho que ver. Tiene todo que ver.

Porque él creó al niño; porque él amó al niño. Y por más increíble que parezca, aún ama al hombre sanguinario que eres hoy.


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