El pecado es un dulce muy amargo…


La supuesta dulzura del pecado se desvanece enseguida, dejando en su lugar vergüenza, horror, pena y terror. 
A los mundanos les complacen el beneficio y el placer prohibidos; para ellos, la locura es la alegría. Muchos anhelan jugar con los bocados envenenados del pecado que no alimentan sino que destrozan el vientre, esto es, el alma que los recibe. Muchos comen en la Tierra lo que tendrán que digerir en el Infierno. Los bocados letales del pecado engañan a aquellos que los consumen. Después del banquete vendrá la factura.
NO creas que podrás bailar y comer con el diablo para después cenar con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos; ni que podrás alimentarte de hiel de áspides sin que su veneno te mate. Cuando el áspid muerde, su víctima siente primero un cosquilleo que le hace reír; poco a poco el veneno sube al corazón, donde le atormenta mucho más que le deleitó. Así es el pecado: al principio tal vez guste un poco, pero al final el alma se verá grandemente atormentada.

Fragmento tomado de “Remedios Preciosos contra las artimañas del Diablo” de Thomas Brooks


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