Pero no os aflijáis ni os reprochéis el haberme vendido, pues en realidad fue Dios quien me ha enviado aquí antes que a vosotros, para salvar vidas.
Este fue el comentario que José hizo a sus hermanos después de darles a conocer su identidad. No cabe duda que el patriarca había reflexionado profundamente sobre todo lo que le había sucedido y había sacado una explicación teológica para su situación. Fue capaz de ver la mano del Señor en medio de todas las calamidades que había sufrido y, al fin, todas las piezas habían encajado y tenían sentido para él.
Sin embargo, creo que sería un error deducir que esta experiencia de José la podemos hacer universal y decir que, más tarde o más temprano, todo lo malo que nos sucede en la vida tendrá una explicación y porqué y veremos cómo Dios lo había previsto todo. No creo que eso lo podamos deducir de este pasaje que, únicamente describe la experiencia de José. Creo que hay cosas que no tienen ningún sentido en nuestras vidas, que no tienen ninguna explicación y que decirle al que sufre que, del mismo modo que José, al final verá que todo tiene una explicación hace más daño que otra cosa. Hay cosas que no tienen ninguna explicación, son tan sólo el producto y el resultado de vivir en un mundo caído afectado por el pecado donde la maldad, la injusticia, el abuso, la enfermedad, el dolor y la muerte reinan afectando por igual a creyentes y no creyentes.
Ahora bien, lo anterior no está, según mi humilde opinión, en contradicción con la afirmación de la Escritura de que todo colabora al bien de los que aman a Dios. Dicho de otro modo, que incluso de aquellas cosas que son inexplicables y para las que no existen ni razones, ni capacidad de comprenderlas, el Señor puede operar en beneficio nuestro para ayudarnos a madurar y para que el carácter de su hijo Jesús sea formado en nuestras vidas. Como ya mencioné en un comentario anterior la pregunta correcta no es por qué, sino más bien el qué.
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