HECHOS 27. EL TESTIMONIO APOSTÓLICO EN JUDEA Y SAMARIA 8

Hechos 9:9-33


9 Al día siguiente, mientras los mensajeros de Cornelio se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea a orar. Era alrededor del mediodía, 10 y tuvo hambre; pero mientras preparaban la comida, cayó en un estado de éxtasis. 11 Vio los cielos abiertos y algo parecido a una sábana grande que bajaba por sus cuatro puntas. 12 En la sábana había toda clase de animales, reptiles y aves. 13 Luego una voz le dijo:

Levántate, Pedro; mátalos y come de ellos.

14 —No, Señor —dijo Pedro—. Jamás he comido algo que nuestras leyes judías declaren impuro e inmundo.[b]

15 Pero la voz habló de nuevo:

—No llames a algo impuro si Dios lo ha hecho limpio.

16 La misma visión se repitió tres veces, y repentinamente la sábana fue subida al cielo.

17 Pedro quedó muy desconcertado. ¿Qué podría significar la visión? Justo en ese momento, los hombres enviados por Cornelio encontraron la casa de Simón. De pie, frente a la puerta, 18preguntaron si se hospedaba allí un hombre llamado Simón Pedro.

19 Entre tanto, mientras Pedro trataba de descifrar la visión, el Espíritu Santo le dijo: «Tres hombres han venido a buscarte. 20 Levántate, baja y vete con ellos sin titubear. No te preocupes, porque yo los he enviado».

21 Entonces Pedro bajó y dijo:

—Yo soy el hombre que ustedes buscan. ¿Por qué han venido?

22 Ellos dijeron:

—Nos envió Cornelio, un oficial romano. Es un hombre devoto y temeroso de Dios, muy respetado por todos los judíos. Un ángel santo le dio instrucciones para que vayas a su casa a fin de que él pueda escuchar tu mensaje.

23 Entonces Pedro invitó a los hombres a quedarse para pasar la noche. Al siguiente día, fue con ellos, acompañado por algunos hermanos de Jope.

24 Llegaron a Cesarea al día siguiente. Cornelio los estaba esperando y había reunido a sus parientes y amigos cercanos. 25 Cuando Pedro entró en la casa, Cornelio cayó a sus pies y lo adoró; 26 pero Pedro lo levantó y le dijo: «¡Ponte de pie, yo soy un ser humano como tú!». 27 Entonces conversaron y entraron en donde muchos otros estaban reunidos.

28 Pedro les dijo:

—Ustedes saben que va en contra de nuestras leyes que un hombre judío se relacione con gentiles[c]o que entre en su casa; pero Dios me ha mostrado que ya no debo pensar que alguien es impuro o inmundo. 29 Por eso, sin oponerme, vine aquí tan pronto como me llamaron. Ahora díganme por qué enviaron por mí.

30 Cornelio contestó:

—Hace cuatro días, yo estaba orando en mi casa como a esta misma hora, las tres de la tarde. De repente, un hombre con ropa resplandeciente se paró delante de mí. 31 Me dijo: “Cornelio, ¡tu oración ha sido escuchada, y Dios ha tomado en cuenta tus donativos para los pobres! 32 Ahora, envía mensajeros a Jope y manda llamar a un hombre llamado Simón Pedro. Está hospedado en la casa de Simón, un curtidor que vive cerca de la orilla del mar”. 33 Así que te mandé a llamar de inmediato, y te agradezco que hayas venido. Ahora, estamos todos aquí, delante de Dios, esperando escuchar el mensaje que el Señor te ha dado.

Pedro tiene que afrontar un reto gigante para su cosmovisión religiosa, ir a casa de una persona no judía, un gentil en el argot de Israel, y compartir el evangelio con él. Eso implicaba para Pedro tener que superar prejuicios y barreras de tipo cultural, social, étnico y religioso. Por definición los judíos consideraban despreciables a los no judíos y más, si estos eran los invasores romanos. El mero hecho de entrar en la casa de Cornelio representaba para Pedro el «contaminarse» y no poder participar temporalmente en la vida religiosa de Israel. Cuán fuertes eran esos prejuicios que el mismo Dios ha de enviarle al apóstol una visión consciente de que sería la única manera de que pudiera superar sus reticencias.

Me ha hecho pensar en mis propios prejuicios culturales, raciales, religiosos, sociales e incluso étnicos. Me ha hecho pensar cuando estos prejuicios, encubiertos de religiosidad o de una honesta incomprensión de la Palabra del Señor, me llevan a juzgar, desechar, despreciar o marginar a grupos humanos o a simples personas y, lo que es peor, como en el caso de Pedro, considerarme moralmente superior a ellos, despreciarlos y creerme que no son dignos de mi atención o mi relación.

¡Qué fácil es olvidar nuestra condición miserable y despreciar a aquel que desde nuestro punto de vista es inferior moralmente a nosotros! ¡Qué fácil es y qué contrario a la esencia de gracia del evangelio!

Un principio

Nuestra moralidad nos puede apartar de alcanzar a los que Dios ama.

Una pregunta

¿Quiénes son aquellos a los que desprecio por considerarlos moralmente inferiores e indignos de mi trato?


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