La estufa

Al ir leyendo Isaías me queda muy claro el tema del libro. Dios insiste que él es el único Dios, el verdadero, el todopoderoso. No hay otro como él. En pocas palabras, no hay otro Dios. Los hombres podemos hacer «dioses», pero solo hay un Dios en el universo.

Insiste que la gente adora ídolos hechos por manos humanas, diseñados por mentes humanas, inventados por conciencias humanas. Pero no son Dios. Nunca lo serán.

En un ejemplo cotidiano e imperfecto, pensé en lo siguiente:

Imagina que es el Día de las Madres y tu hijo te regala una tarjeta que dice: «Mami, te amo, eres la mejor». Tú le das un abrazo y acto seguido el niño corre a la estufa y le da otro abrazo: «También te amo a ti por alimentarme». Quizá después de las risas, vendría el enfado. ¿Cómo se atreve tu hijo a darle las gracias a la estufa que técnicamente no hace nada? No cocina. Tú eres quien planeas el menú y compras los ingredientes. Tú eres quien sigue la receta y la pones a cocinar. Si no fuera por ti, la comida, simplemente, no estaría en la mesa. Tu hijo, en pocas palabras, tiene dos amores. Adora a dos dioses. Y uno ni siquiera es «dios», por así decirlo.

Lo mismo sucede en el terreno espiritual. Debemos adorar al único Dios. Todo lo demás es imitación, es falsedad, es un engaño. ¿Dónde están nuestros ídolos? En lo que nos causa placer, en lo que podemos adquirir, en lo que soñamos con lograr.

Pero Dios es único. No hay otro como él. La estufa no hace la comida. La estufa no merece flores el 10 de mayo, pero tú sí. Del mismo modo, tus ídolos no han hecho nada por ti ni por mí. Las flores corresponden al único Dios verdadero.


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