¡Oh Señor…! Todos los que te dejan serán avergonzados… dejaron al Señor, manantial de aguas vivas. – Jeremías 17:13.
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El Señor vino a traer salvación a los hombres, sin embargo llamó a Judas “el hijo de perdición” (Juan 17:12). Judas, quien se volvió esclavo y juguete del diablo, se perdió, pues, eternamente. Llegó a una situación irreversible.
La conducta de Judas nos horroriza, pero no olvidemos que nosotros también estamos hechos de barro (Job 33:6). Tal vez el dinero no sea nuestro ídolo, pero ¿no tenemos otros que podrían conducirnos por el mismo camino? El descenso es rápido y el desenlace fatal. Mas la gracia de Dios está ahí, siempre dispuesta a socorrernos, pero esta seguridad no debe llevarnos a actuar con ligereza. “Dios no puede ser burlado” (Gálatas 6:7). Las advertencias se repiten, y al final llega la última, si no respondemos a los llamados de Dios.
Sansón, consagrado a Dios, quien le había dado una fuerza excepcional, terminó su vida en la vergüenza, ciego y encadenado, traicionado por una mujer desleal (Jueces 16). David, el muy amado del Señor, cometió adulterio y homicidio. El sabio Salomón volvió los ojos hacia numerosas mujeres, y se fue tras sus ídolos. Tantos ejemplos deben llevarnos a considerar seriamente nuestra conducta y nuestras motivaciones ante Dios. Pero Dios escucha la oración de aquel que se arrepiente verdaderamente. Él perdona y restaura. Jesús dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Con él, cualquier situación es reversible.
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