LEVÍTICO PARTE I/ LA REGULACIÓN DE LOS SACRIFICIOS/ CAPÍTULO 4

Si es el sacerdote ungido el que ha pecado haciendo con ello culpable al pueblo, ofrecerá al Señor un novillo sin defecto alguno como ofrenda de purificación por el pecado que ha cometido.

El sacerdote no es inmune al pecado y tiene que lidiar con esa realidad en su propia vida. No está exento de tener que ofrecer los mismos sacrificios que ha de ofrecer cualquier persona del pueblo para que su pecado pueda ser perdonado. En este sentido el sacerdote es igual que los demás, un mortal, alguien de carne y hueso.

Nosotros somos mortales, de carne y hueso y tenemos el mismo problema de pecado que tienen aquellos que no son seguidores de Jesús. La diferencia radica, no en nuestra superioridad moral o nuestra bondad natural, sino en el hecho de que ese pecado ha sido perdonado por Jesús. Sin embargo, compartimos con el resto de los seres humanos la responsabilidad y la culpa y la realidad de que somos pecadores y seguimos pecando debería darnos una actitud de mucha misericordia y compasión hacia aquellos que todavía no conocen a Jesús ni han experimentado su perdón.

No tenemos derecho a no ser compasivos y misericordiosos. No debemos olvidar nuestra propia condición compartida con el resto de los humanos. No debemos olvidar que únicamente el sacrifico de Jesús por nosotros hace que podamos tener una relación con Dios.

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