Pureza Sexual … EL PODER DEL PERDON

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

¿Podría perdonarme algún día por mis acciones, mis decisiones?  ¿Sería algún día merecedor del perdón de Dios?  ¿Recibiría alguna vez el perdón de mi esposa, después de haberle traspasado el alma con mis mentiras e infidelidades?  La culpa me doblegaba.  Ella había venido a ser como la lujuria sexual, esclavizante y amordazante, carcelera de mi vida y de mis sueños.

Pero un día, caminando entre la multitud de hombres encorvados, atados a la lujuria sexual, escuché un voz que me dijo:  “¿Amado hombre, cuándo vas a dejar de cargar una Cruz que Yo ya llevé por ti hasta la muerte?  Acepta mi perdón.  Otras cruces te pediré que cargues, pero no será la cruz de tu culpa, porque tu culpa, dejó de ser tuya cuando la llevé sobre mi espalda desgarrada hasta el Calvario.”

Finalmente, lo pude entender.  Su perdón es irracional e incomprensible.  No puede entenderse, ni medirse, porque su perdón es envase para llevar todo el dolor y la oscuridad del mundo.  Su perdón no se gana con acciones externas, ritos o exhibiciones.  Su perdón se gana en lo profundo del corazón.  Sí, se gana en ese cuarto secreto y oscuro del alma; allá donde nadie más puede vernos, excepto El.

Entonces, pude verme como aquella mujer, atrevida para tantos, alocada para muchos, irreverente para los religiosos, depreciada para los legalistas e ignorada por la muchedumbre del mundo y su rutina.  Según muchos vieron con el ojo humano –que tantas veces engaña y es engañado– aquella mujer interrumpió aquella cena y trastocó todo lo que allí estaba pasando.  ¿No sería al revés?  ¿No sería que aquella cena fue preparada para ella, para que fuese interrumpida por su supuesto atrevimiento?  ¿No sería que el mismo Cristo estaba esperando aquel momento, anhelante su corazón, cuando el legalismo del hombre fuera vencido por el amor de Dios?

Allí me he visto, postrado en el suelo, con un centenar de ojos clavando sus filosas cuchillas de juicio y censura sobre mi espalda.  Allí me he visto, postrado ante los pies más sublimes de esta loca historia: La historia de un Dios empeñado en amar al hombre, a pesar de sus infidelidades y traiciones, anhelando, todavía, ese elusivo amor de Sus criaturas.

¿Podría estar en otro sitio?  Imposible.  Porque le servimos a un Dios que no deja que ni una de nuestras lágrimas caigan al suelo.  Por eso, allí postrado, utilizaré cada lágrima para agradecerle Su Perdón; para darle ese amor que tanto lo evadió; para reconocer con cada lágrima lo que El hizo por mí en la Cruz de su Perdón.

Sí, mi pasado me dice que no soy digno de nada; que mis acciones y conductas hirieron a tantos, causaron tantas heridas que debería ser juzgado, sentenciado y condenado por tanto dolor que causé. Pero Su Cruz me dice que estoy perdonado; que la deuda está salda; que el embargo de muerte que pesaba sobre mí ya no existe.

Allí postrado, El ha dejado que mis lagrimas enjuguen sus pies cansados y heridos con los caminos pedregosos de este mundo tan sediento de ser amado y de dar amor.  Sí, el mundo me juzgará.  Eso es inevitable. El mundo dirá que no soy digno de perdón ni de misericordia.  Que la carga de mis pecados es tan grande que nada ni nadie podrá soportarla.

Pero, yo no necesito la aprobación del mundo.  No necesito que las cuchillas afiladas de esos ojos juzgadores se aparten o me entiendan.  Yo sólo necesito unos ojos, un corazón que me entienda. Porque su boca se ha abierto para decirme: “Edwin, al que mucho se le perdona, mucho ama…” ¿Necesitaré algo más? ¿Necesitaré otro perdón para sanar mi vida?  ¿Y qué de mi propio perdón, o el perdón de mi esposa?

Después entendí que Su Perdón es la fuente de donde emanan, como ríos, todos los otros perdones genuinos de este mundo.  Un día escuché de la voz de mi esposa:  “Si Dios te ha perdonado, yo también te perdono…”  Porque el Perdón de Dios invita a perdonar.  Porque Su Perdón es contagioso e irresistible.  Porque Su Perdón liberta y quita cargas tanto al que lo da como al que lo recibe.  Ese es el Poder de Su Perdón.

Hoy, no podría estar en un mejor lugar, porque no existe. Allí, postrado ante mi Salvador, El me dice que el pasado ha quedado atrás; que soy digno de su perdón y de su amor; que soy libre de la culpa; que soy apto para seguirle y servirle.  Hoy respiro el Perdón de Dios, Su Amor y Su Misericordia por donde quiera que vaya.

Agárrate con todas las fuerzas de tu corazón de esos sublimes pies que caminaron la ruta de amor más extraordinaria que jamás se haya conocido.  Es la ruta de un amor extremo, como nunca ha existido desde que se creó la Tierra:  Es la increíble ruta que caminaron esos hermosos pies, desde el pesebre hasta la cruz, sólo por Amor a ti y a mí…

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!


PD: Escucha el audio testimonio de Edwin Bello de cómo pudo vencer a la lujuria sexual.  Presiona pureza sexual para acceder.


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