Pureza Sexual … RECUERDOS DE UNA FIRMA

Saludos a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.”  Efesios 2:10

Sentado en su alta butaca de piel marrón y reclinándose frente a su macizo escritorio de caoba clara, mi Padre trabajaba concentrado, bolígrafo en mano.  Como un cirujano que había convertido el movimiento del escalpelo en un arte, el escalpelo de mi padre era el bolígrafo, con el que revisaba documentos, marcaba y subrayaba textos importantes de contratos u opiniones legales.

Yo, con la estatura suficiente como para rasgar con mi vista la superficie de aquella planicie de trabajo intenso, llegaba sigilosamente por la espalda de aquella butaca imponente, que mi padre mecía sutilmente al compás de sus pensamientos.  Allí me quedaba parado, en silencio, viendo cómo mi padre terminaba los documentos revisados, que luego trasladaba metódicamente a una bandeja, para después aprisionarlos con un pisa-papeles metálico que estaba vestido con una franja verde y donde se podía leer la palabra “terminado”.

Como un conductor de orquesta, sus movimientos eran elegantes y precisos y yo, como espectador callado, observaba maravillado su concierto.  Pero no había momento más fenomenal que cuando mi padre acercaba algún documento para estampar en él su firma.  En aquella mañana, vi cómo abrió la gaveta lateral de su escritorio para sacar la chequera.  Entonces, luego de abrirla y escribir todos los detalles de un cheque, procedió a hacer unos peculiares movimientos con el bolígrafo y luego, como si estuviera tachando algo, escuchaba la punta de aquel utensilio de escritura casi rasgando el papel.

Y en efecto, la firma de mi padre era tan peculiar y única que parecía una obra de arte en caligrafía, porque luego de escribir su nombre con elegancia, rodeaba el mismo con estas hermosas y fuertes órbitas ovaladas a manera de rúbrica.  Aquella mañana un fuerte suspiro rompió mi silencio al ver a mi papá creando aquella firma.  Entonces, lo vi cómo giró su butaca para mirarme y sonreírse conmigo.  Haciendo un gesto con sus manos, supe que me estaba llamando para sentarme sobre sus rodillas y permitirme contemplar desde la altura aquel maravilloso escenario.

Y allí, acurrucado y protegido por sus brazos, miré la fascinante firma que mi padre acaba de imprimir con una tinta azul intensa sobre aquel cheque.  La miré por varios segundos, que en mi reloj sería como una eternidad, para decirle:  ”Papi, ¿por qué escribes tu nombre y luego lo tachas?” El me miró con ternura y se sonrió de nuevo conmigo, como quien comprendía la pregunta y hasta la esperaba.  Entonces me respondió:  “No lo tacho.  Es que así es mi firma.  Los abogados y notarios hacemos firmas con estos garabatos que se llaman rúbricas para que nadie las pueda copiar o pretender imitar.”

“Ah, ahora entiendo”, le dije, agradeciendo la explicación.  Entonces, mirándolo a los ojos, le pregunté si podía darme uno de esos cheques en blanco, para poder escribirlo y firmarlo como él. “Si, mi hijo, vamos a escribirlo y firmarlo, para que puedas cambiar este cheque cuando seas grande.”  Y así, mi padre me ayudó a escribir todos los detalles del cheque y cuando llegó el momento de la firma, puso su mano sobre la mía para ayudarme a hacer una rudimentaria rúbrica sobre mi nombre, mientras me decía:  “¡Así es que se hace!  Que no se te olvide…”

Con el paso de los años y mi advenimiento a la profesión legal también desarrollé una complicada firma, como aquella de mi papá.  Pero no fue hasta hace poco tiempo que un día, escribiendo un carta, me llegaron estos recuerdos.  Ensimismado en mi escritura, terminé la referida carta y la firmé prontamente para llevarla al correo.  Entonces, escuché una suave voz, desde mi espalda, que me dijo:  “Por qué tachaste la carta luego de escribir tu nombre?”   Al voltear la mirada, lo pude ver.  Era mi hijo, Pedro Esteban, con su semblante asombrado y sus ojos tan negros y grandes que me arropaban…

Una marejada de recuerdos vino a mi mente y me transporté a la oficina de mi padre, sentado sobre sus rodillas, cuarenta años atrás.  Allí sentí su caluroso y protector abrazo, su sonrisa, su amor, envueltos todos en aquel recuerdo que mi hijo me había regalado.  Entonces, hice lo único que podía hacer en aquel momento…  Lo tomé entre mis brazos y lo senté sobre mis rodillas y al abrazarlo, con voz entrecortada le dije cómo el abuelo me había enseñado aquella firma y que ahora yo podía enseñársela a él.

Así, tomé un pedazo de papel y posando mi mano sobre la de él, lo ayudé a trazar su nombre y a rodearlo con aquella peculiar rúbrica que sigue tan viva, después de tanto tiempo.  Entonces Pedrito me miró y apretando mi mano, me dio las gracias y me dijo con una voz que comprendía aquel momento: “Papi, yo también extraño al abuelo.”  No hicieron falta más respuestas ni palabras.  Allí nos quedamos abrazados, agradecido yo por la vida, por mi padre y por mi hijo, por el pasado vivido, este presente viviente y lo porvenir que se vivirá.

Hoy te quería compartir estos recuerdos, porque ellos me evocan grandes verdades sobre mi vida y la tuya.  Porque como dice la Palabra, “somos hechura de Dios”.  Y como toda obra maestra, toda pieza de arte, todo hermoso manuscrito, nosotros también llevamos la firma de nuestro Hacedor.  Le pertenecemos.  Eso, precisamente es lo que dice y reclama la firma de Dios sobre nosotros.  Somos hechura suya, inigualables, irreplicables, únicos  incomparables e irremplazables, como esa misma firma, tan singular de nuestro Padre.

¿Y cuáles son las consecuencias de llevar la firma de Dios sobre nosotros?  Si nos perdemos, si nos extraviamos, Él nos reclamará.  Él no descansará hasta llevarnos nuevamente bajo el techo y el abrigo de su hogar.  Él armará miríadas angelicales de rescates para encontrarnos.  Porque Él no es un Padre que se da por vencido cuando uno de Sus hijos se extravía.  Porque para Él, todo hijo que lleva su firma tiene un valor incalculable.  ¿Sabes cuanto valor tiene Su firma sobre ti?  Cuenta cada gota vertida por su Unigénito en la Cruz por ti y hallarás el valor de Su firma.

Y como aquel cheque que vi hacer y firmar a mi Padre en su escritorio, lo que me da valor es su firma, su marca en mi vida.  Sin ella, no soy nada ni nadie, soy un huérfano sin destino, sin herencia y sin porvenir.  Por eso, cuando dudas te asalten sobre tu identidad, sobre tu caminar por esta vida y sobre tu destino, solo mira la firma de tu Padre sobre ti.  Porque ella te habla volúmenes de quien tú eres, quien es Él, de dónde vienes y a dónde vas… Porque Él es el delicado alfarero que te dio forma con amor, que puso sus manos sobre un barro sin identidad para crear una obra de arte extraordinaria.  Porque Él es quien te ha llamado hijo, heredero, príncipe y sacerdote.  Porque en Él, no eres un producto “genérico” y sin identidad sino que tienes nombre y propósito eternos.

Y como tantas obras de arte que se han extraviado y olvidado en algún oscuro ático o diván lleno de cosas viejas e inservibles, hoy puede ser tu día para que seas rescatado(a); hoy puede ser el día cuando te envuelvan las cuidadosas manos de alguien que te limpie con ternura y luego de quitarte años de polvo y descuido, re-descubra la firma de tu Creador.  ¡Entonces, celebrarán tu hallazgo con gozo, porque te creían perdido(a) para siempre pero has sido hallado(a)!  Así ocurrió conmigo.  Así puede ocurrir contigo…

Nunca olvides la firma que llevas, porque ella no solo habla de identidad y destino, sino también habla de una herencia gloriosa: Porque tu firma y la mía anhelan un retorno a la eternidad, allá donde nuestro amado Padre nos espera sentado en su imponente trono, esperando para vernos nuevamente.  Allí será donde nuestro Padre, con un amoroso gesto nos pedirá que nos acerquemos a Él. Allí será donde nuestro Padre nos tomará en sus brazos y nos subirá en sus rodillas para verle cómo conduce el concierto del Universo.  Entonces, ya nada nos podrá separar de Él…

¿Te lo perderías por algún placer pasajero de este mundo?  ¡Declaro que no! ¡Declaro que la firma de tu Padre te lleva de regreso a Su Mansión Eterna!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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