Pureza Sexual … TAN SOLO MIGAJAS

Saludos a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

“… al oír hablar de Él, una mujer cuya hijita tenía un espíritu inmundo, fue y se postró a sus pies.  La mujer era gentil, sirofenicia de nacimiento; y le rogaba que echara fuera de su hija al demonio.  Y Él le decía: Deja que primero los hijos se sacien, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. Pero ella respondió y le dijo: Es cierto, Señor; pero aun los perrillos debajo de la mesa comen las migajas de los hijos.  Y Él le dijo: Por esta respuesta, vete; el demonio ha salido de tu hija.”  Marcos 7:25-29

¿Hasta dónde llegarías con tal de reestablecer la salud de tu hija que padece de una enfermedad incurable?   ¿Dejarías una piedra sin remover, o un rincón de la tierra sin visitar en busca de una cura?  Ante esa encrucijada se encontraba aquella mujer sirofenicia de quien nos habla el Evangelio.  Porque muchas veces, no es hasta que uno está en el mayor entuerto de su vida, cuando todo se derrumba alrededor nuestro, que miramos al cielo para pedir un auxilio que en nuestra mente no creemos merecer y que pensamos no llegará.

Y aquella mujer gentil, apartada de las costumbres judías, se encontraba al final de una calle sin salida en su noche más oscura, mientras la salud de su pequeña se quebrantaba más y más.  ¿Tocaría a la puerta de un judío, de un Rabino, para que su hija fuese sana?  ¿Qué no haría ella, por su niña?

Así fue que escuchó de aquel hombre, llamado Jesús.  Todos decían que estaba lleno de virtud y gracia del cielo y que curaba los enfermos.  ¿Y qué se necesitaba para que ocurriera uno de esos milagros en la vida de su hija?  Pues creer.  Creer que ese milagro le pertenecía y declararlo a los cuatro cientos, sin dudas, sin reparos.

De tal manera llegó aquella mujer al encuentro con Jesús.  Y allí, cuando pudo ver la misericordia de Dios engendrada y hecha carne, la mujer sirofenicia se postró ante los pies de Cristo a clamar por su milagro.  Pero algo sucedió.  Ante sus ruegos, Jesús aprovechó el momento para aclarar un dilema y plantar un fundamento.  ¿Alcanzará la gracia de Dios a los gentiles, a los que no pertenecen al pueblo escogido de Israel?  Y es aquí que se enuncian aquellas palabras de Cristo, donde le dice a la mujer sirofenicia que primero deben comer el pan los hijos (refiriéndose a los judíos) para que ellos se sacien, porque no está bien que antes se eche el pan a los perrillos.

Y ahora, ante tal pronunciamiento de Cristo, ¿puede decirse algo más?  Mientras la multitud de judíos miraba a la mujer, dirigiendo sus ojos sobre ella como navajas filosas, su boca se abrió para decirle a Jesús aquella respuesta que quedaría perpetuada como una de las más hermosas en todo el Evangelio: “Es cierto, Señor, pero aun los perrillos comen las migajas de debajo de la mesa de sus amos.”  ¿Puedes entenderlo?  ¿Puedes apreciar la medida de fe tan descomunal de aquella mujer?

Aún con las migajas del cielo, aquella mujer tendría su milagro.  Sí, tan solo migajas, de esas que nadie, o casi nadie, valoraría, o vería como suficientes para calmar el hambre.  Porque para poder ver y apreciar una pocas migajas caídas en el suelo e ignoradas por todo el mundo, es necesario tener un hambre extraordinaria.  Sí, un hambre tan fuera de este mundo, tan sobrenatural, como el hambre de aquella mujer sirofencia.  Porque ella solo necesitaría una pocas migajas del Pan de Vida para que la puerta de lo sobrenatural se abriera.  Solo unas pocas e “insuficientes” migajas y su pequeña sanaría.  Y así ocurrió.  Su hija fue sanada cuando el Dios de los imposibles le dijo que para Él todo era posible.

¿Sabes por qué estas migajas hablan a tu vida y a la mía?  Porque lo que es insuficiente para el incrédulo es suficiente para Dios y para el que cree en Él.  Puede ser que la vida te esté ofreciendo en estos momentos solo unas pocas migajas en momentos difíciles; que ante tus ojos carnales la provisión que tienes sea insuficiente.  No te desanimes.  Ahora mira estas migajas con los ojos de la fe.  Ahí verás la suficiencia de Dios en tu vida, porque aunque solo fuera con esas pocas migajas, ¡tu milagro viene!

¿Puedes declararlo así para tu vida?  ¿Puedes creer que con tan solo unas pocas migajas, desprendidas de la mesa de la gracia, ignoradas en el suelo por muchos incrédulos, tu milagro ocurrirá?  Créelo.  Porque le servimos a un Dios que no excluye de su mesa a ninguno de sus hijos y que da más que migajas, da con abundancia a quien se lo pide.  Pídele.  Porque Él tiene mucho más que migajas para ti; ¡Él tiene Sus manos repletas de milagros para transformar tu vida!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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