y tu salvación, según tu promesa,
así responderé al que me insulta
que confío en tu palabra.
No apartes de mi boca la palabra veraz:
-oh Dios grande e inmortar-,
pues espero en tus mandamientos.
Que cumpla tu voluntad, Dios eterno,
por siempre jamás;
y camine en libertad,
buscando tus decretos.
Que hable de tus preceptos ante reyes
sin sentir vengüenza,
y me deleite en tus mandatos
que tanto amo.
Alzaré las palmas
hacia tus amados mandatos
y meditaré tus normas.
Parece contra todo sentido común el pensar que los mandamientos de Dios son los que producen libertad. De hecho, la mayoría de nosotros los percibimos como restrictivos y limitadores de la misma.
Sin embargo, mi experiencia es que cuando uso mi libertad para pecar contra Dios y saltarme sus mandamientos me voy convirtiendo poco a poco en un esclavo. Hay áreas de mi vida en las que cada acto de rebelión contra Dios implica una nueva vuelta en la llave de la esclavitud y una mayor quimera de libertad.
Usamos nuestra libertad para alejarnos de Dios y entregarnos en los brazos de una esclavitud mucho peor, más dañina y autodestructiva. Ya lo dijo claramente Jesús, todo aquel que hace pecado se convierte en un esclavo del pecado.
¡Que triste paradoja, Jesús viene para liberarnos del pecado y nosotros usamos esa recién estrenada libertad para entregarnos de nuevo en sus brazos! Es como el síndrome de la mujer maltratada, volvemos a nuestro maltratador para que nos esclavice aun más.
Los mandamientos del Señor, por paradójico que resulte, nos otorgar libertad.
Una oración
Por el conocimiento de las buenas noticias en Portugal.
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