Una elección (parte 1)

El placer, y no solo sufrimiento, dijo Chesterton, induce también al cansancio. Vivimos en un mundo que agota. Compromisos, prisas, trabajo. Ansias por hacer dinero (ya sea para sobrevivir o para vivir bien); premura por el éxito (aunque pocos comprendemos qué implica el término).

Hubo un profeta en el Antiguo Testamento llamado Jeremías. Me cae bien Jeremías; me identifico con Jeremías. No fue popular, sino todo lo contrario. No recibió honras en vida, sino maltratos y burlas. Pero él se mantuvo firme, dando el mensaje que Dios le enviaba, y en uno de sus apartados describe el mundo actual.

Después de advertir que el enemigo se aproximaba para pelear y destruir la ciudad, Dios recuerda a su pueblo que la catástrofe no viene sola, sino acompañada. La maldad de la ciudad ha provocado la ira de Dios. ¿Por qué? ¿Qué hacen los israelitas?

En primer lugar, la Palabra del Señor los ofende. Detestan escucharla. ¿Suena familiar? La Biblia es anticuada, dicen unos. Nadie desea recordar que existen diez mandamientos y que ciertas cosas que hoy se llaman “libre elección” en sus páginas se describen como pecado.

Segundo, los habitantes de Israel codician ganancias injustas, aún los religiosos. Todos practican el engaño. ¿Suena familiar? Tele-predicadores exigiendo ofrendas, comerciantes elevando los precios o alterando las pesas, muchos eligiendo el crimen para enriquecerse.

Tercero, supuestos “guías” curando heridas por encima. Deseando paz, cuando en realidad no la hay. ¿Suena familiar? Políticos bañados de pureza, pero repletos de corrupción en el interior. Líderes religiosos (de todos ámbitos) prometiendo paz que nunca llega.
Entonces Dios, a través de Jeremías (6:16), habla y todo cambia de perspectiva. 


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