Vergüenza


Jamás ha sentido tanta vergüenza. No sabe si es humillación o coraje lo que hierve en su pecho, pero se mezcla con el dolor físico y espiritual. Por una parte, le arden las cavidades donde antes se ubicaban sus ojos. Su ceguera no le incomoda tanto como la cicatrización y la comezón que siente a cada rato. En cierto modo, prefiere no ver, pues así se ahorra la molestia de contemplarla a “ella”, cuya voz a veces percibe entre las risotadas de sus enemigos. Le duelen los pies por estar encadenado para moler grano en la cárcel. Pero más allá de sus muchas molestias corporales, en su pecho le hiere la angustia de saber que Dios se ha apartado de él.

¿Por qué lo abandonó en el momento más crítico de su existencia? Agacha la cabeza y suspira, pues en cierto modo, él lo dejó primero a él. No consideró las indicaciones que le hizo desde su nacimiento, ni las leyes que sus padres le enseñaron desde la cuna. Menospreció el secreto de su fuerza, y ahora paga las consecuencias. Rojo de vergüenza, sin pelo en la cabeza, aislado de su familia y triste por el engaño de la mujer a la que más amó, muele grano hora tras hora, día tras día, con las burlas de esos incircuncisos haciendo eco en su mente. Quizá le convendría quedar sordo también.

Sansón no tendría de qué avergonzarse si hubiera cumplido con los mandatos de su Dios. Pero en ocasiones solo se aprende hasta que uno toca fondo, como en el caso de este juez israelita.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.