2 Corintios 7:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, el apóstol especifica el motivo del consuelo y del gozo que ahora le embargaban el corazón.

1. La desazón que sufría (v. 2Co 7:5). En 2Co 2:13, se había referido a la falta de reposo en su espíritu. Ahora añade: «ningún reposo tuvo nuestra carne (lit.)», vocablo con el que aquí expresa la debilidad física, corporal. Dice Tasker: «Parte de la fragilidad de la naturaleza humana es estar sujeta a tensiones y molestias que tienen repercusiones de tipo mental y físico». Le quitaban el reposo los conflictos provenientes del exterior, y los temores que sentía en su interior. En los primeros suelen ver los autores las persecuciones, las malas lenguas, etc., de que le hacían objeto sus enemigos, mientras que los temores parecen referirse a la inquietud que le causaba el estado espiritual de la iglesia en Corinto.

2. El consuelo que encontró (vv. 2Co 7:6, 2Co 7:7). La llegada de Tito, con las buenas noticias que traía, le llenó de consuelo. El ver a Tito contento y consolado (comp. con 2Co 1:4-7) le llenaba todavía más de gozo y consuelo; tanto más, al hacerle saber Tito la añoranza (gr. epipóthesin), esto es, el anhelo de verle y de verle consolado, el profundo pesar (gr. odyrmón) que sentían por haberle causado pesadumbre, y el celo, esto es, la preocupación, por él, consistente en su deseo de defenderle contra los que hablaban mal de él y en su docilidad para seguir las instrucciones de él.

3. El regocijo que tuvo al enterarse del sincero arrepentimiento de ellos (vv. 2Co 7:8-11).

(A) El gozo de Pablo, en esta ocasión, es por el buen resultado de la pesadumbre que les ocasionó la Epístola (que no nos ha llegado) que les dirigió (v. 2Co 7:8). No se alegra precisamente de la pesadumbre que les causó (v. 2Co 7:9), sino de que aquella pesadumbre tuvo tan buen resultado: «Ahora me siento feliz, no porque os apenasteis, sino porque vuestro pesar os condujo al arrepentimiento; pues os apesadumbrasteis conforme agrada a Dios, y así no recibisteis ningún daño de nuestra parte» (NVI).

(B) Vemos, pues, como aclara Pablo (v. 2Co 7:10), que hay un pesar, una pena o tristeza que es según Dios, esto es, como Dios la quiere y como a Dios le agrada. Es una tristeza que conduce a un sincero arrepentimiento (gr. metánoia, cambio de mentalidad que comporta un cambio de conducta) y, por tanto, está en la línea de la salvación, porque es pesadumbre por el pecado, no por el castigo. De este arrepentimiento no hay que remorderse (gr. ametaméleton, no es de la misma raíz que el verbo metanoéo), pues no deja huellas (no las debe dejar, al menos) de pesadumbre, sino que produce inmenso gozo por el perdón de Dios.

(C) Pero hay (v. 2Co 7:10) otro pesar, otra tristeza que es la del mundo, es decir, la que sufren los mundanos por la frustración de sus ilusiones, o por la pérdida de las cosas temporales o, incluso, por el pecado mismo en cuanto que trae desánimo, depresión, persistente complejo de culpabilidad, etc., pero no está santificado por el amor, pues no se debe a la operación del Espíritu Santo en el corazón del pecador, sino a la astuta maniobra del diablo, quien, después de conducir al pecado, desea hundir en la desesperación al pecador; por eso, dice el apóstol de esa tristeza: «produce muerte». Dos casos respectivos, bien característicos, de ambas tristezas los tenemos en Pedro y en Judas. El uno pecó al negar al Maestro; el otro pecó al venderlo por treinta monedas. En cuanto a las señales exteriores, el remordimiento de Judas, la confesión de su pecado y la pena capital que se impuso a sí mismo sobrepasaron con mucho a las lágrimas de Pedro; pero en Pedro había un elemento esencial (para vida) que no había en Judas: el amor al Maestro (v. Jua 21:15-17), a pesar de la cobardía anterior al negarle. Por eso, el arrepentimiento de Pedro fue sincero y fructífero (v. Luc 22:32), mientras que el remordimiento de Judas le llevó al suicidio.

4. El apóstol muestra la sinceridad del arrepentimiento de los corintios (v. 2Co 7:11) basado en los buenos resultados que la tristeza según Dios había producido. Cuando se produce un verdadero cambio en la mente y en el corazón, cambian también la vida y las actitudes: «Ved, si no, lo que este santo pesar ha producido en vosotros: qué gran interés ha suscitado en vosotros, qué afán por disculparos, qué indignación, qué alarma, qué afecto, qué preocupación, qué presteza en hacer que se aplicara al culpable la disciplina. De todos modos habéis demostrado que erais inocentes en este asunto» (NVI). Estaban, pues, avergonzados de su pecado, alarmados ante la justa ira de Dios, llenos de afecto y deseo vehemente de ver a Pablo, de promover su honor y de aplicar al culpable la disciplina a que se había hecho acreedor. Todo eso mostraba que habían pecado por negligencia, pero no por haberse confabulado con el ofensor. Lo habían mostrado en todo detalle (gr. en pantí, singular, pero que abarca distributivamente todos los modos y puntos , comp. con 2Ti 3:16 «Toda Escritura»).

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