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Romanos 2 - Arcas-Fernandez (Nuevo Testamento)

El justo juicio de Dios

1. Por eso, tú, quienquiera que seas, no tienes excusa cuando te eriges en juez de los demás. Al condenar a otro, tú mismo te condenas, por cuanto tú, que te eriges en juez, no eres mejor que los demás.

2. Sabido es que el justo juicio de Dios cae con rigor sobre quienes cometen tales culpas.

3. Y tú, que condenas a quienes actúan así, pero te portas igual que ellos, ¿te imaginas que vas a librarte del castigo de Dios?

4. ¿Te es, acaso, indiferente la inagotable bondad, paciencia y generosidad de Dios, y no te das cuenta de que es precisamente esa bondad la que está impulsándote a cambiar de conducta?

5. Pero no, tú tienes duro y terco el corazón, y estás amontonando castigos sobre ti para aquel día de castigo, cuando Dios se manifieste como justo juez

6. y pague a cada uno según su merecido.

7. A los que buscan la gloria, el honor y la inmortalidad mediante la práctica constante del bien, les dará vida eterna.

8. En cambio, a los egoístas, a los que rechazan la verdad y confían en el error, un implacable castigo.

9. Sufrimiento y angustia habrá para cuantos hacen el mal: para los judíos, desde luego; pero también para los no judíos.

10. Gloria, honor y paz, en cambio, para los que hacen el bien, tanto si son judíos como si no lo son.

11. Porque a Dios no caben favoritismos.

12. Quienes pecan sin estar bajo la ley de Moisés, sin necesidad de recurrir a la Ley serán condenados; y quienes pecan estando bajo esa Ley, por ella misma serán juzgados.

13. Porque no basta escuchar la Ley para que Dios nos restablezca en su amistad; es necesario cumplirla.

14. Lo que quiero decir es esto: cuando los que no están bajo la Ley de Moisés actúan de acuerdo con ella movidos de la natural inclinación, aunque parezca que no tienen ley, ellos mismos son su propia ley.

15. La llevan escrita en el corazón, como lo demuestra el testimonio de su conciencia y sus propios pensamientos, que a veces los acusan y a veces los defienden.

Los judíos y la ley

17. ¿Y qué decir de tí? Alardeas de judío, confías en la Ley de Moisés y estás orgulloso de tu Dios.

18. Dices que conoces la voluntad de Dios y que la Ley te ha enseñado a escoger lo más valioso.

19. Te consideras guía de ciegos, y luz de cuantos viven en tinieblas.

20. Crees poseer el secreto de instruir a los ignorantes y de enseñar a los más simples, porque, según piensas, tienes en la Ley el compendio de toda ciencia y toda verdad.

21. Pues bien, ¿por qué no aprendes, tú que enseñas a los otros? ¿Por qué robas, tú que exhortas a los otros a que no roben?

22. ¿Por qué cometes adulterio, tú que condenas el adulterio en los demás? ¿Por qué te aprovechas saqueando sus templos, tú que aborreces a los ídolos ?

23. ¿Por qué presumes de la Ley, tú que afrentas a Dios al no cumplirla?

24. Claro que ya lo dice la Escritura: Por vuestra culpa el nombre de Dios es denigrado entre las naciones

25. ¿Y la circuncisión? Tiene ciertamente valor, si cumples la Ley; pero, si no la cumples, lo mismo te da estar circuncidado que no estarlo.

26. Si uno que no está circuncidado cumple lo que exige la Ley, ¿no le habrá de considerar Dios como si lo estuviese?

27. Es más, el que no lleva la marca de la circuncisión en su cuerpo, pero cumple la Ley, te juzgará a ti que estás circuncidado, a ti que posees la ley escrita, y, sin embargo, la conculcas.

28. Porque no se es judío por el aspecto externo, ni la verdadera circuncisión es la marca visible hecha en el cuerpo.

29. Lo que distingue al auténtico judío es su conducta; la genuina circuncisión es la interior, la que es obra del Espíritu y no de reglas escritas. Y no serán los hombres, sino Dios, quien aplauda a quien tal sea.