Ezequiel 37:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Visión de una resurrección de muerte a vida.

1. En su sentido literal, el presente capítulo solamente se refiere a la resurrección política y espiritual de Israel. Toda otra interpretación podrá ser útil para aplicaciones devocionales, pero ha de entenderse que es una acomodación, por muy provechosa que sea. El texto sagrado no deja lugar a dudas (v. Eze 37:11): «Me dijo luego: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel».

2. En su sentido acomodaticio, puede aplicarse a la resurrección espiritual del pecador, de la muerte del pecado a la vida de la justicia, a una vida santa, espiritual, celestial y divina, mediante el poder del Espíritu Santo que, con su gracia y la eficacia de la Palabra de Dios, nos hace nacer de nuevo (Jua 3:5).

3. En cuanto a los detalles particulares de esta visión, tenemos:

(A) La deplorable condición de estos huesos. Como otras veces (por ej., en Eze 3:12; Eze 8:3; Eze 11:24), Ezequiel fue transportado en espíritu, esto es, en trance profético, y puesto en medio de un valle (v. Eze 37:1), «al vecino y ya conocido valle de Tel Abib (cf. Eze 3:22), que esta vez se le presenta lleno de huesos» (Asensio). Por lo que vemos en el versículo Eze 37:2, estos huesos estaban: (a) por supuesto, muertos; (b) secos; (c) separados y (d) esparcidos por todo el campo. Es como si una gran batalla hubiese tenido lugar allí, y los soldados hubiesen muerto en lucha feroz cuerpo a cuerpo y, después, los cadáveres que yacían en tierra hubiesen quedado insepultos y a merced de buitres y fieras del campo que, al cebarse en ellos, hubiesen dejado todos los huesos descoyuntados y dispersos. Después de hacer notar que eran muchísimos, el texto sagrado dice enfáticamente (v. Eze 37:2, al final): «Y ¡mira!, ¡secos en gran manera!» (lit.), como si hubiesen estado expuestos por largo tiempo al sol y al aire.

(B) Así estaban los judíos en Babilonia y en otros países: como muertos y secos, sin formar pueblo, sino esclavos de sus opresores y separados unos de otros, sin esperanza humana de que volviesen jamás a unirse, y menos aún a formar un solo cuerpo; y lo menos probable aún, a formar un cuerpo político y espiritualmente vivo. Dios le da a entender claramente a Ezequiel lo deplorable del caso, para que se percate de que no había otro poder en el Universo, fuera del poder de Dios, capaz de hacer algo que remediase, en el menor grado, la situación (v. Eze 37:3): «Y me dijo: Hijo de hombre, ¿pueden revivir estos huesos?» La respuesta de Ezequiel es notable (v. Eze 37:3): «Señor Jehová, tú lo sabes». Dice Feinberg: «La respuesta de Ezequiel revelaba que se requería un poder sobrehumano para realizar aquello. Fue una respuesta de reverencia, sin contestar positiva ni negativamente». Detrás de esta reticencia puede leerse lo que Ezequiel pensaba: «Señor, tú sabes si pueden revivir y si de hecho revivirán; si tú no pones vida en ellos, es cosa cierta que no pueden revivir».

(C) Los medios usados para reunir todos estos huesos muertos, secos, separados y dispersos; y, después de unidos, hacerles volver a la vida. Dios ordena a Ezequiel profetizar sobre los huesos (v. Eze 37:4), esto es, proclamar sobre ellos la palabra del Señor, y, después, le ordena (v. Eze 37:9) profetizar al espíritu, esto es, apelar al aliento vital que hace que una persona sea un ser viviente (Gén 2:7). Así lo hizo Ezequiel (vv. Eze 37:7 y Eze 37:10): «Profeticé como me fue mandado … Me profeticé (es curiosísima, en este segundo caso, la forma reflexiva del verbo) como me mandó». Es como si hubiese predicado a los huesos y, después, se hubiese predicado a sí mismo mientras se dirigía al espíritu de vida. Así es como, por la palabra de Dios, aquel gran milagro tuvo efecto y aquellos muertos volvieron a la vida. La profecía al espíritu fue como una oración, de forma que la vida real, espiritual, de aquellos muertos fue resultado, conjuntamente, de la predicación y de la oración del profeta. Nótese que solamente cuando entró en ellos el espíritu de vida se pusieron de pie (v. Eze 37:10). La palabra del profeta les ha dado esqueleto, tendones, carne y piel; pero sólo la oración del profeta tuvo como respuesta que los muertos tuviesen vida: «Espíritu, ven … y entró el espíritu en ellos, y vivieron» (vv. Eze 37:9, Eze 37:10). La gracia de Dios puede salvar almas sin nuestra predicación, pero nuestra predicación no puede hacerlo sin la gracia de Dios. Y esa gracia hay que buscarla en oración.

(D) Véase en detalle el resultado maravilloso del empleo de dichos medios. Quienes obran como les es mandado, aun frente a situaciones que parecen desesperadas, no tienen por qué dudar del éxito. Ezequiel miró por encima de aquella gran multitud de huesos secos y dispersos, profetizó sobre ellos y vinieron a ser cuerpos humanos.

(a) Primero, lo que tuvo que hacerles saber es que Dios quería decididamente devolverles la vida (vv. Eze 37:5 y Eze 37:6). Enfáticamente se repite ese «y viviréis».

(b) Lo que de inmediato se consiguió con ellos es que se pusiesen en movimiento (v. Eze 37:7). Una tal cantidad de huesos secos había de producir por fuerza gran ruido, «y el ruido llegó a ser conmoción cuando los huesos se juntaron para formar esqueletos humanos» (Fisch). Incluso los muertos y secos, como estos huesos, comienzan a moverse cuando son llamados a oír la palabra del Señor.

(c) A pesar de haber una multitud de huesos tan separados y dispersos, a la voz de Dios todos ellos se movieron y, sin errar uno solo, cada uno se unió a su compañero en el lugar que le correspondía y en el esqueleto respectivo (v. Eze 37:7, al final): «y los huesos se juntaron, cada uno en su sitio (lit. hueso a su hueso)».

(d) Un paso más, y sobre los esqueletos respectivos, ya formados (v. Eze 37:8), aparecen tendones, «sube», es decir, crece, la carne, y los cubre la piel por encima; pero (éste es un grandísimo «pero») «no había nada de espíritu en ellos» (lit.). ¿De qué sirve un gran ejército de soldados, fuertes y robustos de cuerpo, si les falta el aliento de vida? Comenta atinadamente Feinberg: «Es evidente que la referencia a la ausencia de aliento en los cuerpos indicaba que, cuando Israel haya regresado al país en los últimos días, estarán sin convertir. Seguramente que el tenor general de las Escrituras proféticas apunta en esa dirección (V. Zac 13:8, Zac 13:9). De no ser así, es difícil ver cómo podrá hacerse un pacto a escala nacional con un impío tal como el príncipe romano de los tiempos del fin (cf. Dan 9:27)».

(e) Una vez que el aliento de vida entró en ellos (v. Eze 37:10), vivieron, y se pusieron en pie; un ejército grande en extremo. El espíritu de vida hizo de ellos, no sólo hombres vivos, sino también hombres activos, prestos para el servicio y el ejercicio. Hace notar Feinberg que «es importante repetir que Ezequiel no hablaba de una resurrección física de los muertos, sino del reavivamiento de Israel y de su restauración a la vida espiritual».

II. Aplicación de la visión a la condición calamitosa en que se hallaban los judíos en aquellos momentos, cautivos y exiliados en Babilonia (v. Eze 37:11): «Estos huesos son toda la casa de Israel, esto es, tanto las diez tribus que moraban arriba, en el reino del norte, como las dos que moraban abajo, en el reino del sur».

1. Lo profundo de la desesperación a la que se hallan ahora reducidos (v. Eze 37:11). Israel no es ahora otra cosa que eso: Una multitud de huesos muertos, secos, separados y dispersos. La aflicción había durado demasiado tiempo, y las esperanzas se habían marchitado con la continua y persistente frustración. Así lo veían ellos mismos (v. Eze 37:11): «Nuestros huesos están secos, se ha perdido nuestra esperanza, y estamos cortados del todo». «Se comparan a sí mismos a miembros separados del cuerpo, para no volver jamás a ser unidos en un organismo viviente» (Fisch).

2. Pero una fe activa en el poder, la promesa y la providencia de Dios pueden reanimarles las perdidas esperanzas (vv. Eze 37:12-14): «Por tanto, porque las cosas han llegado así a tal extremo, profetiza y diles que ésta es la hora en que Dios se va a manifestar a ellos (la hora final): os haré subir de vuestras sepulturas y os traeré a la tierra de Israel» (v. Eze 37:12).

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