Personajes Bíblicos: Letra – L

Personales Bíblicos: Letra – L

LABÁN

Suegro de Jacob el hijo de Isaac, Jacob le trabajó dos períodos de 7 años, uno por cada una de sus hijas, Lea y Raquel.

Génesis 24:29 al 60, 29:1 al 30, 30:25 al 31 y el 55.


LÁZARO. El nombre de Lázaro es una forma abreviada de Eleazar, que significa «Dios ha auxiliado». Quizá los más íntimos amigos de Jesús fuera de los discípulos, Lázaro y sus dos hermanas, María y Marta, vivían en Betania. Muerto Lázaro, como era de familia pudiente, se le hizo un excelente funeral y se le enterró en la tumba familiar en Betania. Jesús lo resucitó aunque ya llevaba cuatro días de muerto durante el calor estival (Lucas 11:1?46). Muchas personas se convirtieron como consecuencia de este milagro, lo cual provocó los celos del Sanedrín. La tradición asegura que Lázaro tenía treinta años de edad cuando Jesús lo resucitó, y que vivió treinta años más. Algunos escritos dicen que Lázaro predicó en Francia después de su resurrección.


La campesina de Bahurim

«Y tomando la mujer de la casa una manta, la extendió sobre la boca del pozo, y tendió sobre ella grano trillado; y nada se supo del asunto» (2 Samuel 17:19).

Léase: 2 Samuel 17:18-21.

En un momento crucial, una campesina de Bahurim, una aldea cercana de Jerusalén, fue instrumento para salvar la vida de David, de su ejército y del reino de David.

Absalón se había rebelado contra su padre. David se había visto obligado a huir de su propio hijo. Ahitofel estaba dispuesto a destruir a David y tenía preparado un ejército de doce mil hombres para caer sobre él. De haberse seguido el consejo de Ahitofel, que era sumamente astuto, David no habría podido escaparse.

Pero David había enviado al campo de Absalón a Husay. Tenía, además, a dos fieles amigos en la fuente de Rogel. Husay se les arregló para desbaratar el consejo de Ahitofel y hacer otros planes que le parecieron a Absalón mejores que los de Ahitofel. Absalón se decidió, pues, a seguirlos.

Entretanto, Husay a través de dos sacerdotes consiguió llevar mensaje a sus amigos de David, Jonatán y Ahimas, que estaban en Rogel. El mensaje lo llevó una criada. Pero un joven partidario de Absalón vio a los dos mensajeros escondidos y, sospechando, fue a dar las nuevas a Absalón, el cual envió inmediatamente gente en su búsqueda.

Todo dependía, pues, de que Jonatán y Ahimas consiguieran hacer llegar las noticias a David. Además, su propia vida estaba en peligro. Corrieron, pues, los dos, buscando escondedero y llegaron a Bahurim. Y en una de las casas de este poblado, la mujer los escondió en un pozo vacío y para mayor. seguridad extendió una manta y puso grano encima como si se estuviera secando al sol. Cuando llegó el destacamento de Absalón e inquirieron por los fugitivos, la mujer les dijo que ya habían pasado el vado de las aguas. Como es natural no pudieron dar con ellos y tuvieron que regresar a Jerusalén.

Dios guió los pasos de Jonatán y Ahimas al patio de esta mujer, la cual, sin duda se jugó la vida para defender la vida de David. Podemos imaginarnos la emoción de la mujer mientras estaba procurando disimular el miedo de que adivinaran su estratagema.

Había numerosas personas anónimas dispuestas a exponer la vida por David. Esta mujer oraría sin duda en favor de David durante su exilio. Dios la escogió para enviar a Absalón por una senda sin salida y así salvar la vida de David.

En los momentos graves la salvación no viene siempre de la mano de los poderosos. Una simple mujer pudo salvar toda la causa de David y su reinado.


La esposa de Manoa

«Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el cual se llamaba Manoa; y su mujer era estéril, y nunca había tenido hijos» (Jueces 13:2).

Léase: Jueces 13

La esposa de Manoa es otra mujer del período de los Jueces que muestra nuestra atención. Como Sara y Ana era estéril. Las tres recibieron un anuncio especial del Señor que cambió su tristeza en gozo y alegría. Isaac, Sansón y Samuel deben su nacimiento al severo conflicto de fe de que sus madres fueron protagonistas.

La madre de Sansón estaba casada con Manoa, un varón de la tribu de Dan. Vivía en Zora. El matrimonio vivía en abundancia, pues sus establos estaban Ilenos de ganado. Pero les había sido negado el gozo de tener un hijo.

Estando en el campo un día, la esposa recibió un mensaje de un ángel que se le apareció. Su aspecto era «terrible en gran manera», segun ella misma dijo luego a su marido. El mensajero conocía bien su situación, le anunció el nacimiento de un hijo y le dio instrucciones de las cosas de que había de abstenerse hasta que naciera el niño.

Todo esto Ia esposa lo comunicó al marido al llegar a casa. Le dijo que no se había atrevido a preguntar al mensajero quién era. Manoa asombrado, supuso que tenía que ser un ángel del Señor. Se postró de hinojos y pidió a Dios que le permitiera a él ver al ángel.

Su oración fue contestada. La mujer fue otra vez al campo y volvió a aparecérsele la forma resplandeciente. Esta vez corrió a casa y lo dijo al marido, Este a su vez fue al lugar de la aparición con su esposa. «¿Eres tu aquel varón que habló con esta mujer?», le preguntó Manoa. Y él dijo: «Yo soy.» Manoa se ofreció para hospedarle pero el ángel rehusó: «No me detengas. Ofrece tu holocausto a Jehová.»

Manoa sabía que era un ángel y le preguntó cual era su nombre. La respuesta fue que el nombre era «admirable». Manoa ofreció un cabrito a Jehová sobre una peña como una ofrenda. Y el ángel desapareció entre la llama que subía del altar hacia el cielo ante los ojos de Manoa y de su mujer que se postraron en tierra.

La visión desapareció, pero no las palabras que el ángel había hablado. Poco después la mujer quedó en cinta y a su debido tiempo nació Sansón. Sansón fue un gran libertador de Israel, cuyo nombre aterrorizaba a los filisteos.

El Señor había oído el clamor de su pueblo. Todas las tribus se quejaban y murmuraban. Meneaban sus cabezas porque no había un libertador. Y como siempre, al oirse estas quejas Dios ya ha provisto redención. Sansón vino al mundo de una madre que había permanecido muchos años estéril, para mostrar la providencia del Señor de un modo mas evidente. Y en esta historia Dios nos muestra que el futuro del hijo esta siendo preparado por los conflictos espirituales y físicos de la madre. Sansón iba a ser un héroe de la fe y, por tanto, su madre fue la primera que tuvo que luchar un conflicto de fe. Sansón iba a ser un nazareo a Dios, por lo que ella tenia que abstenerse de beber vino durante el período de su embarazo. Esto mostraba que ya antes del nacimiento, el alma y el cuerpo de la madre pueden causar una impresión permanente en el cuerpo y el alma del hijo.


La hija de Faraón

«Y vio ella la arquilla entre los juncos, y envió una criada suya a que la tomase» (Exodo 2:5).

LEASE: EXODO 2:5-10; HECHOS 7:20-22; HEBREOS 11:23-28

Había muy pocos judíos en Egipto que vivieran en el distrito del palacio real. El rey los destinaba en su mayoría a la región de Goshen o Pithom y Ramesés. Ello explica que no ocurriera probablemente en ninguna otra ocasión que alguna familia hebrea desesperada recurriera a depositar a un niño en el río, para ver de salvarlo. En todo caso, para la hija de Faraón tiene que haber sido un espectáculo sorprendente encontrar a un niño escondido entre juncos cuando iba a bañarse al río.

Lo que nos interesa destacar es que tenía que haber un corazón humano de veras latiendo dentro del pecho de esta princesa pagana. Habría en el fondo del mismo, a pesar de la pompa y formalidad de su vida en el ambiente regio, el verdadero impulso que mueve a las madres a abrazar en su pecho a la criatura.

La imaginación de la princesa sería cautivada por el pequeño, sonrosado y caliente, vivo, probablemente llorando entre los juncos. La princesa sabía que su padre había ordenado que todos los niños varones de los hebreos tenían que perecer ahogados. Y por ello es muy probable que hasta cierto punto se diera cuenta de que en este extraño suceso había una añagaza, y que el niño que tenía intención de quedarse pertenecía a los que debían perecer por orden de su propio padre. Pero la princesa no tiene en cuenta la amenaza de

tener que hacer frente al ceño de su padre que le podía exigir cuentas por su acto. Da rienda a su impulso amoroso, maternal, y acepta la oferta de María, haciendo oído sordo a la sospecha añadida cuando la niña le dice que iría a buscar «una nodriza entre las hebreas para criar al niño».

La princesa está conforme, y la orden que la da es el sello le protección para el niño. La «nodriza» tiene órdenes de devolver al niño una vez criado. Y así sucedió. «Cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés.»

Esta serie de acciones de una princesa pagana puede ser causa de sonrojo a más de una madre cristiana hoy en día. Cuando el niño acaba de nacer parece que les sale el amor por todos los poros, están locas de alegría, como suele decirse, pero tan pronto como empiezan las responsabilidades y el cuidar a la criatura limita su libertad de movimientos, empieza el descuido y negligencia en la crianza. Esta conducta es indigna de personas. Todo el afecto e ilusión inicial es espuma y desaparece al llegar la realidad adusta y agria.

En comparación, la conducta de esta princesa egipcia demuestra su grandeza. Era una mujer pagana, pero su conducta hacia Moisés ilustra que estaba por encima de lo que esperamos de los paganos. Para ella el niño Moisés no era un objeto de ilusión y de juego. Se cuidó de hacer planes para su bienestar sin contar los riesgos personales que implicaban su decisión.


LEA. Lea («hastiada»), primera esposa de Jacob, era menos apetecida por no ser muy bella. Labán su padre, mediante engaño, hizo que Jacob se casara con ella en vez de con Raquel, por ganarse la cual había trabajado él siete años (Génesis 29). Lea le dio a Jacob seis hijos y una hija (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón y Dina); su sierva dio a luz a Gad y a Aser (Génesis 30:10?13). El Midrash (antigua exposición de escrituras judaicas) la considera mujer buena y honorable, aunque Jacob no la amaba. Fue sepultada en la tumba familiar de Macpela en Hebrón, y muy probablemente no descendió a Egipto con Jacob.


La hija de Jefté

Léase: Jueces 11:29, 34, 40; Hebreos 11:32

No podemos admitir que Jefté sacrificara la vida de su hija para quemarla en holocausto a Jehová. Esto es inconcebible dentro del marco de la ley mosaica y de las tradicionaes de Israel como nación. Jehová no era un moloc al cual los padres sacrificaran sus hijos sobre un altar. Hay abundantes puntos en la historia misma, tal como nos la narra la Biblia para que podamos interpretar el sacrificio de la hija como un apartamiento y renuncia a conocer varón, o sea al matrimonio. En otras palabras, que como consecuencia del voto de su padre, Jefté, la hija fue dedicada al servicio del tabernáculo, y alli pasó el resto de sus días, segregada de sus amigas y su familia.

No tenemos derecho a imponer el relato pagano de Ifigenia, de la mitología griega, sobre una narración bíblica.

Jefté acababa de derrotar a los amonitas, la cumbre de su carrera como juez de Israel. En un momento de ofuscación pronunció juramento de que sacrificaría a cualquiera que saliera por la puerta, a su llegada de la victoria, para darle la bienvenida y felicitarle. Estas palabras precipitadas fueron la causa de que se viera privado de la compañía de su hija durante el resto de su vida. Vemos también a la hija como víctima del voto de su padre.

Lo que más choca a nuestra mentalidad moderna es el que, sin ocultar su tristeza por el hecho, acepta volutariamente su destino. La hija de Jefté no era una joven que pudiera en una efusión de misticismo decidir excluirse del mundo y pasar el resto de su vida en una celda. Era una joven alegre, vivaracha, Ilena de entusiasmo y energía. Reune a las muchachas de Mizpa, al saber que su padre regresa, y sale a recibirle con panderos y danzas. Vemos en ello un impulso a alabar a Dios a través de la victoria de su padre.

La historia nos sugiere que había llegado a Ia edad en que las muchachas acostumbraban casarse. No era, pues, todavía una mujer madura. Pero sí nos Ia pintamos llena de gracia y atractivo.

Pero las palabras de su padre caerían como un mazazo sobre su mente: «Ay, hija mía!, en verdad que me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor.» Luego le comunica el voto que había hecho y el destino que por consiguiente le correspondía. Jefté mismo es el primero en sufrir el impacto de la tragedia, pues esta era su única descendencia, no tenía otra hija ni hijo alguno.

¿Cuál fue Ia reacción de su hija? Es indudable que no se dirigió a su reclusión con alegría. Con serenidad, pero sinceramente le dice: «Padre mío, Si le has dado palabra a Jehová, haz de mí conforme a lo que prometiste.» No pidió sino una gracia: «Concédeme esto: déjame que por dos meses me vaya a vagar por los montes y llore mi virginidad con mis compañeras.»

Su padre le concedió este período de gracia. Y ella se dirigió a las colinas cercanas con sus amigas. Allí procuró hallarse a sí misma, y ajustarse para el nuevo estilo de vida.

Habría querido casarse y gozar de la vida de modo pleno. Pero le fue negado. El curso de sus años transcurrió separada de los suyos, ocupada probablemente en tareas monótonas y rutinarias. Esto fue el mayor sacrificio que podía hacer, el de su vida como algo propio y personal. Pero no se quejó y lo aceptó sin resentimiento: una vida recluída y resignada.


La mujer de Jeroboam

«Entonces la mujer de Jeroboam se levantó y se marchó, y vino a Tirsa; y entrando ella por el umbral de la casa el niño murió» (1 Reyes 14: 17).

Léase: 1 Reyes 14:1-17

La lección que aprendemos de esta meditación es: hasta qué punto debe ceder una esposa a lo que le pide su marido. Esta historia nos da una respuesta bien clara.

Jeroboam era el rey de las diez tribus. Tenían por lo menos dos hijos, Abías (del cual se dice «se ha halIado alguna cosa buena en el delante de Jehová») y Nadab, su sucesor, del cual se dice que «hizo lo malo en ojos de Jehová».

En momentos de tribulación no es raro que la persona que no ha perdido todo contacto con Dios sienta impulsos de estar más cerca de Jehová. Y Jeroboam y su esposa, ante la enfermedad del hijo, sintieron este deseo. El hijo, Abías, estaba gravemente enfermo. El rey estaba ansioso para saber cuál sería el resultado de la enfermedad y no atreviéndose a ir personalmente a consultar al profeta Ahías, decidió que sería mejor que fuera su esposa, con la precaución de disfrazarse, para evitar que la reconociera.

La mujer se disfrazó y tomando varios presentes se dirigió a Silo y fue a la casa de Ahías. Es difícil imaginarse cómo podía esperar a Jeroboam que con un simple disfraz engañaría al profeta, pero muy pronto supo su esposa que esta treta no les daría ningún resultado. Apenas hubo oído el sonido de los pies de la reina, Ahías la saludó diciéndole: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He recibido para ti duro mensaje»

El mensaje era en esencia el siguiente: «Tan pronto regreses a la ciudad el hijo va a morir, porque Jeroboam ha hecho lo malo sobre todos los que han sido antes de él. Por ello, toda la casa de Jeroboam será destruida, tanto siervo como libre

¿Qué quieren enseñarnos las Escrituras con esta referencia en la historia a la esposa de Jeroboam? Es evidente, que no se trata de que no hay que engañar, ni que no hay que disfrazarse, sino algo distinto. El mensaje es que el principal pecado de la mujer de Jeroboam fue a asentir a la petición u orden de su marido, cuando esta orden estaba en discrepancia con los mandamientos del Señor.

El deber que tiene la esposa a estar sumisa a su marido y hacer su voluntad tiene sus límites. Estos límites no son lo que ella aprueba o desaprueba. El marido tiene autoridad sobre la esposa y en un caso de diferencia de opinión irreconciliable ella tiene que ceder. Sin embargo, el límite de esta sumisión lo marca la conciencia que no se puede transgredir. En cuanto la conciencia de la mujer le asegura que lo que pide su marido está prohibido por Dios, no sólo tiene que negarse a ello, sino que tiene que resistirse a cumplir sus deseos. La autoridad del marido no está por encima de la autoridad de Dios. La mujer que da su aquiescencia a los designios pecaminosos del marido ya no es una «ayuda idónea para él». Le ayuda a condenarse y se condena ella al mismo tiempo.


La Reina de Saba

«La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar» (Mateo 12: 42).

Léase: 1 Reyes 10:1-13; Mateo 12:42.

En ninguna parte de la Biblia se nos dice que la reina de Seba fuera una mujer pagana convertida. En realidad, se nos dice bastante para suponer que no se convirtió. Si se hubiera convertido se nos diría que al entrar en Jerusalén se dirigió al Templo para ofrecer sacrificios al Dios de Israel. En los dos puntos que se nos habla de ella, 1ª. Reyes 10 o en 2ª. Crónicas 9 no se dice nada de este hecho. Se nos habla de sus conversaciones con Salomón y de sus visitas a los palacios y la contemplación de sus riquezas… y nada más.

Es verdad que al final de su visita dijo: «Bendito Jehová tu Dios, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel.» Pero éstas no son palabras extrañas incluso en la boca de una persona pagana, por el hecho mismo que podía reconocer el Dios de Salomón como uno de tantos. Dice «Jehová tu Dios», lo cual distingue el de Salomón del propio.

Lo mismo Jesús, cuando afirma que «la reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación y la condenará», no hace más que poner otro ejemplo como el de Nínive, que había de hacer lo mismo, o el de Sodoma y Gomorra, que darían testimonio contra la «presente generación», o sea, que eran superiores a ella. La reina de Seba era un mujer que se interesaba en las cosas. Sus intereses eran múltiples y variados: joyas, vestidos lujosos, y también el cultivo de la mente.

Había oído que había ascendido al trono de Israel un rey de profunda sabiduría, y grandes riquezas. Quiso conocerle. Ella misma había dedicado tiempo a las ciencias y las artes, hasta el punto que podía tener una profunda conversación con el rey: «le expuso todo lo que tenía en su corazón». Y Salomón le correspondIó. Pensemos en lo que le costó el viaje suyo y de todo sus séquitos, de tierras lejanas. Pensemos en los dones de piedras preciosas, talentos de oro y especias en grandes cantidades. La reina pensó que conocer a Salomón valía todo esto. Oyó al rey, disfrutó de su conversación con él, satisfizo su curiosidad intelectual y su sentido artístico. Pero nada más.

Hoy vemos también muchas jóvenes, especialmente entre las clases pudientes, que sienten deseos de ampliar sus horizontes intelectuales, de alcanzar excelencia en el mundo de las artes, de las ciencias de las letras. Esta es una actividad digna de elogio. No hay por qué pensar que el fregadero, la escoba y las cazuelas son el destino exclusivo de la mujer. Elegir ser mediocre en la vida es una triste elección. Estas muchachas, con estas nobles ambiciones, si hubieran vivido en tiempo de Salomón habrían también emprendido el viaje a Jerusalén para extasiarse en los tesoros para los sentidos y para la mente que había en la corte del rey sabio y en la belleza externa del Templo.

Pero por desgracia, la mayoría de las veces, ocupadas con todos estos oropeles se olvidan de algo: «He aquí hay uno mayor que Salomón en este lugar.» Este les pide no que aprecien la belleza de su palabra y nada más; les pide que le entreguen su corazón y se rindan a su servicio. Por desgracia muy pocas de estas jóvenes de educación esmerada están dispuestas a obedecer este punto. Lo que les interesa es la cultura por amor a la cultura. Pueden incluso considerar que Jesús era mayor que Salomón. Pero no le consideran como Redentor de su pecado y de su culpa. Por tanto, no se sienten inclinadas a adherirse a El ni a alabarle con agradecimiento. Se quedan donde se quedó la reina de Seba. Van a Jerusalén, se entusiasman y se marchan.


La Reina Vasti

«Mas la reina Vasti no quiso comparecer a la orden del rey enviada por medio de los eunucos; y el rey se enojó mucho, y ardía en ira» (Ester 1: 12).

Léase: Ester 1

Vasti es una figura noble. Es verdad que desobedeció a su rey y marido, Asuero, pero su desobediencia estaba justificada. Nadie va a defender que una esposa tenga que someterse a su marido de modo incondicional.

Se celebraban grandes festividades en Persia. El reino de Asuero habla alcanzado enorme extensión. Hacía tres años que él reinaba. Todo Susa, la capital, estaba llena de personajes que habían llegado de numerosas partes del imperio. El rey celebraba banquetes a diario. La reina también hizo banquete para las mujeres. Y según leemos en el libro de Ester, «el séptimo día, estando el corazón del rey alegre del vino, mandó que Vasti se presentase ante el banquete, para mostrar a los príncipes congregados allí la belleza de la reina, porque era muy hermosa».

Es posible que Vasti fuera una mujer orgullosa, pero pensar que el motivo de su negativa a presentarse al banquete era solo el orgullo sería un grave error. En Persia, las formas sociales dictaban que las mujeres quedaran recluídas, nunca aparecían en banquetes públicos delante de los hombres. Vasti comprendió que un requerimiento así solo podía explicarse por el exceso de vino que había ingerido el rey que quería jactarse de poseer una mujer tan hermosa, y mostrarla como si fuera un caballo o un objeto.

Vasti sabía con toda seguridad cuáles serían las consecuencias de su negativa. A pesar de ello se negó a presentarse. Demostró que consideraba de más valor su dignidad como mujer que el mismo favor del rey ante el desdoro de exhibirse socialmente.

Se nos dice que Asuero se enojo mucho y ardiendo en ira preguntó a sus consejeros (era hombre legalista) qué había que hacer con la reina. El consenso fue que la reina había pecado contra el rey y contra todos los príncipes y contra todos los pueblos, nada menos. El argumento clave usado por estos consejeros fue que «cuando llegara a los oídos de las mujeres este hecho tendrán en poco a sus maridos». El consejo fue seguido y Vasti no pudo presentarse más delante del rey. La ley ordenaba también «que todo marido fuese señor de su casa».

Por lo que a nosotros afecta sabemos que la ley de Dios ordena que el hombre sea el señor de la creación, según vemos en la historia del Paraíso, por tradición seguida prácticamente en todos los pueblos. Esta prerrogativa ha sido usada con arrogancia por los hombres como un arma para mantener esclavizadas a sus mujeres, especialmente en los pueblos no cristianos. Es innecesario el sufrimiento que ello ha acarreado a la mujer en el curso de los siglos.

Por lo que respecta a Israel esta ordenanza fue restaurada a su significado primitivo. Entre los judíos la mujer ha tenido siempre una posición dignificada. El cristianismo ha contribuido también a La liberación de la mujer de todo lazo de servidumbre que pudiera infringir en su dignidad apropiada. El apóstol Pablo nos dice que la esposa ha de estar sometida a la autoridad del marido en el hogar. Pero no cabe la menor duda que cualquier exigencia del marido contraria a las leyes de Dios ha de ser rechazada por la mujer. Lo mismo se aplica a lo que afecta a su dignidad como mujer.

No podemos olvidar que ha habido ocasiones en que la mujer ha abusado también de sus derechos y procurado subyugar al marido, rechazando totalmente la ordenanza de sumisión. Dios no puede permitir ni lo uno ni lo otro.


La sirvienta judía de Naamán

…y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán» (2 de Reyes 5:2).

Léase: 2 Reyes 5.

Como nos dice el versículo anterior, la muchacha servía en calidad de cautiva, o como podría decirse, de esclava. En aquellos tiempos había gran cantidad de sirvientes en una casa principal, y de diversas categorías. Recordemos a Agar y a Zilpa, que eran como dueñas, o doncellas personales. Esta era la ocupación de la muchacha a que nos referimos.

Naamán era el comandante en jefe del ejército del rey de Siria. Había ocupado una posición semejante a la de ministro de la guerra. Después de realizar campañas victoriosas en el territorio, de Israel había regresado a su pueblo cargado de botín: entre los despojos se hallaba esta muchacha judía, por medio de la cual iba a recibir su curación. La naturaleza exacta de la enfermedad de Naamán no la conocemos, aunque es llamada en el libro de Reyes lepra. Sin duda, era una enfermedad de la piel muy severa, aunque no le impedía cumplir sus deberes militares. La muchacha, viendo en la intimidad del hogar, en que las sirvientas entonces vivían, y han venido haciéndolo durante siglos, no pudo por menos que llegar a conocer la condición de su señor. Sin duda, sentiría afecto por sus amos y tenía bastante confianza en la señora para sugerirle que en Samaria había un profeta que podría curar la enfermedad. La historia es de las más conocidas del Antiguo Testamento. Naamán fue a Siria y Eliseo fue instrumento de Dios para que su «lepra» fuera curada. Sólo el Dios de Israel podía hacer milagros así. Su nombre, a partir de entonces, fue celebrado en Damasco. Podemos suponer que Israel no fue atacado por partidas armadas procedentes de Siria en tanto que Naamán fue el jefe supremo del ejército.

Queda un aspecto que se puede hacer notar en el relato. Es la influencia que una doncella puede tener en una casa. Aunque el número de casas con sirvientas se ha venido reduciendo, en una forma u otra, siempre hay personas que prestan sus servicios, sea a horas, o por lo menos con un cierto tipo de regularidad en otras casas. Niñeras o cuidantes de niños que ya no son tampoco muy comunes. Las posibilidades de influir en la casa de los amos, sean en los mismos señores o en los hijos, o en el ambiente total de la familia por parte de la sirviente son muy grandes. Una sirviente cristiana que teme a Dios y tiene un sentido apropiado de su responsabilidad aprovechara las numerosas oportunidades que se le presentarán para dar testimonio del Señor, como hizo esta muchacha judía.


La sunamita

«Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem, y había allí una mujer importante que le invitaba insistentemente a que comiese» (2 Reyes 4:8).

Léase: 2 de Reyes 4:8-37

Las diez tribus no habían retenido el servicio de los sacerdotes y los levitas. Por esta razón las personas temerosas de Dios tenían en gran estimación a los profetas, y por la misma razón los profetas de Israel fueron más importantes que los de Judá. En Judá no aparecieron personalidades del calibre de Elías y Eliseo. No es de extrañar que los israelitas piadosos les tuvieran gran afecto.

Esta mujer de Sunem nos da un ejemplo «Eliseo pasaba por Sunem en sus viajes periódicos desde el Carmelo, donde vivía, a Jezreel la capital. Al principio, hacía estos viajes en un solo día. Pero al ir avanzando en años se cansaba demasiado. Una mujer de Sunem le invitó a quedarse en su casa. Esto se transformó en una costumbre.

Esta mujer se había casado con un hombre de más edad que ella. Esta diferencia de edad debía ser nota ble, pues vemos que en una conversación de Eliseo con su criado Giezi, éste le hizo notar al profeta: «He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo.» No tenemos la menor idea de los motivos por los cuales esta mujer estaba casada con un hombre mucho mayor que ella. Es posible pensar que fue por conveniencias familiares, o quizá cuando se casaron, ella muy joven, y él un hombre maduro y en el vigor de la vida le ofreciera más confianza y seguridad que un partido más joven, con menos experiencia en la vida. Quizá viera en él un ideal de protección paterna. Todo esto son suposiciones. Es notable, por otro lado que le pusiera también mucho afecto a Eliseo, para entonces, ya prácticamente un anciano.

Era una mujer independiente, temerosa de Dios y respetuosa con las personas de edad. Capaz de hacer planes y con mucha disposición: ella le dice al marido que tienen que hacer un aposento para Eliseo, cómo deben amueblarlo y no sólo convence al marido de que lo haga, sino que atrae a Eliseo a aceptar su hospitalidad.

Eliseo quiere corresponder a su afecto y le pregunta a través de Giezi si ella quería que él hiciera algo en favor suyo, hablar al rey o a un general del ejército. La sunamita le contesta que era una mujer del pueblo y que no necesitaba favor ninguno.

El incidente de la muerte del hijo es muy conocido. Habiendo salido al campo con su padre el niño sufrió un ataque de insolación. Llevado a la casa murió a las pocas horas sentado sobre las rodillas de su madre. La sunamita entonces va en busca de Eliseo y se echa a sus pies, asiéndose de ellos. Luego le dijo: «¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí?» Es evidente que la intención de la madre estaba alimentada por su fe en el que el Dios de Eliseo podía devolverle al hijo, tal como se lo había dado, cuando ella ya ni soñaba tenerlo. Eliseo, después de un intento fallido del criado para reavivarlo, vuelve a la casa y le devuelve la vida. «Toma tu hijo», le dice simplemente a la sunamita. Al restaurarle a su hijo, Dios confirmó la sinceridad y validez de su maravillosa fe.


La verdadera madre

«Entonces el rey respondió y dijo: «Dad a aquella el hijo vivo, y no lo matéis; ella es su madre»
(1 Reyes 3:27).

Léase: 1 reyes 3:16-28

No vamos a entretenernos a hablar de la sentencia de Salomón en sí, sino más bien a considerar los rasgos que nos revela la conducta de las dos mujeres en esta situación. Vamos a estudiar varios puntos distintos.

Las dos eran mujeres de vida reprensible. Las dos habían concebido y el hijo de cada una era ilegítimo. Este es el primer comentario. Pero después de esto vemos que la conducta de las dos difiere en algunos puntos y coincide en otros.

En primer lugar, incluso en una persona que ha sucumbido al pecado, y como estas dos mujeres vive del mismo, podemos hallar rasgos de verdadero valor. La madre verdadera por ejemplo, se opone rotundamente al sacrificio del hijo; en esto la segunda muestra entrañas insensibles, pues sabía que el hijo no era suyo. Sin duda, la segunda es una mujer mucho más depravada. Con todo, notemos que incluso ésta tiene una chispa de amor maternal por desviado que sea: procura poseer un hijo, aunque sepa que no es el suyo. Aquí nos duele tener que reconocer que incluso en países que llamamos cristianos no hay inconveniente por parte de algunas madres en hacer desaparecer un hijo, antes de haber nacido, para evitar el oprobio o la vergúenza pública que implica haber cometido una inmoralidad.

Salomón se atrave a dar una orden monstruosa porque sabía que las mujeres de su país se rebelarían ante una orden semejante y no se equivocó. La madre al punto cedió sus derechos al hijo para salvarle la vida. Hoy muchas mujeres se preguntan: ¿Cómo puedo librarme del hijo?

Incluso los animales, llevados por su instinto defienden a sus hijos. Una perra defiende a sus cachorros. Una madre, en un país cristiano, ¿cómo puede a sangre fría permitir que su hijo sea asesinado, o mejor dicho, cómo puede dar orden para que su hijo sea destruido?

Excepto en casos especiales, la expresión de afecto maternal tenemos que considerarla natural. Por el hecho de poseer este afecto, no hay motivo para que tengamos que colmar de alabanzas a una mujer. Es un instinto, una pasión para preservar la vida del hijo. Se encuentra hasta cierto punto en personas esencialmente egocéntricas. La madre del hijo ilegítimo es un caso ejemplar de afecto maternal, y por él merece nuestra alabanza.

Por otra parte, hemos de considerar que el mero hecho de que una mujer no haya sucumbido al pecado, no implica que represente un ideal de maternidad. Hay muchas mujeres que temen dar a luz, o bien que si han dado a luz finalmente a un hijo, lo ponen totalmente bajo el cuidado de manos extrañas.

Como resumen, hemos de decir que, al margen de su conducta censurable en otros aspectos de su vida, la madre verdadera del niño es un ejemplo de afecto maternal, que cuando es contemplada por muchas madres cristianas en nuestra sociedad, debería causarles sonrojo.


La viuda de Sarepta

«Levántate, vete a Sarepta de Sidón y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente» (1 Reyes 17:9).

Léase: 1 de Reyes 17

Vamos a hablar no del milagro de Elías, sino de la viuda.

Esta mujer había perdido a su marido, y con ello el medio de sustento de la familia. Tenía un niño, eso sí, pero su edad no le permitía ser ningún apoyo para la casa, sino una carga material para la madre. A la viuda no le faltaban las preocupaciones. Su vida había cambiado por completo desde la muerte, del marido. Y podemos suponer también que su fe se había amortiguado gravemente. Es posible que todavía tuviera alguna fe en el Dios de Israel, pero el relato de Reyes no nos lo permite dilucidar.

Y esta mujer que vivía con tantas dificultades para seguir adelante, que tenía que ir recogiendo leña echada por las calles o los caminos, a consecuencia del hambre generalizada en el país estaba llegando a las últimas. La vida se había hecho imposible. Los precios eran exorbitantes. El fin estaba a la mano. Y entonces ocurre algo extraordinario.

La mujer está recogiendo unos leños secos cuando un hombre de extraño aspecto, con un búculo en la mano, de avanzada edad, cubierto de polvo, que se dirigía al pueblo, le dice que le traiga un vaso de agua.

La mujer podía muy bien darle agua, así que se va camino a la casa para ir a buscársela, pero había dado sólo unos pasos cuando aquel extraño personaje la vuelve a llamar: «Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano.»

La mujer con una mirada triste le contestó que ni tan solo tenía pan cocido, aunque sí un poco de harina y que precisamente estaba recogiendo dos leños para prepararlo y comérselo, untado con un poco de aceite que también le quedaba, junto con su hijo. Después de haberlo comido no le quedaba más recurso que dejarse morir de hambre.

Y entonces vienen las noticias estupendas, que de momento la mujer escucharía con oídos incrédulos: «La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.»

La mujer hizo la tarta y comieron los tres. Y la harina no escaseó ni menguó el aceite de la tinaja. La fe de la mujer se está reavivando. ¿Cómo es posible negar la evidencia de que Dios proveía para ellos, con la intervención de aquel varón extraño, que se había quedado aposentado en la casa.

El segundo paso adelante en la fe para la viuda fue una nueva prueba. Esta vez fue el hijo que enfermó hasta quedar sin aliento. Entonces la viuda no pudo por menos que recapacitar sobre su vida pasada. Según la mentalidad de la época una enfermedad tenía que interpretarse como una visitación divina: eran sus propios pecados que habían causado el desastre en el hijo. Con la conciencia turbada, y tratando de defenderse, a ciegas, se dirige al profeta en su desespero y le increpa: «¿Qué tengo que ver contigo varón de Diosí ¿Has venido a mí para hacer morir a mi hijo?»

Elías clama a Dios apenado por los sufrimientos de la viuda. Dios le concede poder para hacer recobrar la salud al hijo. Solo con el niño ruega a Dios que le sea devuelta el alma al niño. «Jehová oyó la voz de Elías», una vez más, y al poco el niño estaba sano en el regazo de la madre.

Las palabras que pronuncia ahora la madre nos hablan de otro milagro, no menos sorprendente que recobrar la salud del cuerpo: la recuperación de la salud del alma. Llena de gratitud y asombro la viuda exclama: «Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca.»


  • La mujer cananea

«Y he aquí que una mujer cananea, que había salido de aquellos confines, gritaba diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mateo 15:22).

LEASE MATEO 15:21-28; MARCOS 7:24-30

Por el relato no podemos decir si esta mujer se convirtió. Sólo que Jesús alabó su fe y por ella consiguió que su hija fuera librada del demonio, pero no sabemos si su fe era verdadera fe para la salvación. Se nos dice que la mujer insistió, a pesar de ser rechazada su petición repetidamente y que finalmente Jesús accedió a concederle lo que le pedía.

No se nos habla pues de gracia espiritual. Vemos que la comparación que hace Jesús de esta mujer, «hechar pan a los perrillos» la clasifica como extraña al pueblo de Israel , no perteneciente al pacto. La mujer era cananea, descendiente del antiguo pueblo que ocupaba Canaán antes de la llegada de los Israelitas. Habitaba cerca de Tiro y Sidón, ciudades de pésima reputación.

La mujer tenía fe en que Jesús podía curar a su hija. Fe en un milagro. Podemos suponer que esta fe no era el producto de una tendencia natural, sino el resultado de la gracia común de Dios, que permitió el encuentro de esta mujer con su amado Hijo. Como resultado de esta entrevista y del milagro, el pueblo de Israel fue abochornado por su incredulidad. Esta mujer extranjera se adhería al Mesías, aunque esta adhesión fuera externa. Era una protesta contra la orgullosa creencia de los israelitas de que ellos habían de ser para siempre la única nación favorecida.

Dios tiene compasión y libra a los hombres de la miseria humana, sin necesidad de tratarse de la gracia que genera fe salvadora. La mujer nos enseña que en toda situación aflictiva hemos de orar. La mujer cananea oró de modo inteligente: sabía que Jesús podía salvar a su hija. Perseveró y venció.

Es verdad que no pedía una bendición espiritual, ni para ella ni para su hija. A pesar de ello, nos enseña algo sobre el misterio de la oración. Hay que orar sin la menor insinuación de duda. Hay que rendirse a la suprema soberanía de Dios. Cuanto más era reprendida con más intensidad pedía. Ya nos dice Santiago que el que ora dudando es como una «ola del mar echada de acá para allá por los vientos». Esta mujer era lo opuesto. La fe es posible en el no creyente, aunque en este caso no se trata de la fe genuina, verdadera, que obra para salvación.


  • La mujer de Pilato

«Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él» (Mateo 27:19).

Léase Mateo 27:15-31

No es raro que un hombre adusto y duro reciba la bendición de una esposa suave en su trato y que ejerce una influencia benéfica sobre él. Pilato es un ejemplo. Era un verdadero déspota, que abusaba de su autoridad y poder. Sus superiores tuvieron que relevarle de su cargo por los abusos cometidos. La forma vergonzosa en que trató a Jesús, estando convencido de que era inocente, mandándole azotar y luego crucificar nos da evidencia de su naturaleza despótica.

Pero su esposa era muy distinta. Es evidente que se interesaba directamente en las actitudes de su marido, procurando moderar sus excesos en la ejecución de sus deberes oficiales. En este caso tenía que estar enterada del arresto del rabino judío y del juicio a que se le sometería al día siguiente. Su sueño inquieto está poblado de pesadillas. Se levanta angustiada y manda encargo a su marido que «por causa de aquel justo ha sufrido mucho en sueños durante la noche».No sabemos hasta que punto la mujer deseaba favorecer a Jesús porque consideraba que era inocente aunque esto es perfectamente posible de lo que no cabe duda es que trataba de evitar que su esposo hiciera lo que precisamente hizo: poner sobre su cabeza la sangre de un justo y además un maestro religioso.

Desde el punto de vista humano, en el hecho hemos de ver una mujer pagana, de naturaleza delicada y sensible, que trata de evitar que su marido cometa una atrocidad que sólo podía invitar la ira y venganza divinas. En su sentido de responsabilidad respecto a su marido es indudable que nos resulta una figura amable. Para ella, el marido y sus actos era algo del mayor interés, aunque no era un hombre que se hiciera estimar mucho, como lo prueba el que no hizo el menor caso de lo que ella le había dicho.

En este sentido ante su ejemplo, muchas mujeres cristianas pueden quedar avergonzadas, pues la responsabilidad de sus esposos es algo que ni les pasa por la cabeza. Una esposa puede influir para bien en un marido y si deja de hacerlo, rehuye su deber y el ejercicio de una de sus mejores prerrogativas. Para muchos la esposa ocupa el lugar que antes ocupaban los ángeles. Por desgracia muchos maridos actúan todavía de la misma forma que Pilato con respecto a su esposa. En estos casos la bondad de la esposa aumenta la maldad de su corazón. «Amontonan ascuas de fuego sobre su cabeza.»


  • La mujer samaritana

«Vino una mujer de Samaria a sacar agua, Jesús le dijo: Dame de beber» (Juan 4:7).

Léase: Juan 4:1-42

Esta mujer no podemos decir que fuera un modelo de virtudes. El hecho de que cinco maridos se le murieran no puede achacársele como culpa suya, pero sí el que, cuando fue al pozo y encontró a Jesús, estuviera viviendo con un hombre que no era su marido.

Era sin duda una mujer desenvuelta, no muy recatada, probablemente un tipo que procuraríamos evitar si asistiera a la misma iglesia que nosotros. Y sin embargo, Dios, en su Providencía dirige las cosas de tal forma que esta mujer mundana, superficial y probablemente inculta, recibe una revelación extraordinaria, pues Jesús le habla de términos de gran profundidad y simbolismo, que se reservaba para ocasiones solemnes.

La mujer va al pozo, donde se halla Jesús sentado. Le pide de beber, pero sólo como excusa para entrar en un tema más profundo. La mujer de momento no entiende lo que dice, pero Jesús, poco a poco, le pone delante una visión espiritual y delicada que nos asombra pensar como podría ser captada por la mujer. Algunos no han vacilado en llamar esta entrevista pura ficción, una alegoría. Sabemos que fue real y conocemos el resultado de esta conversación.

La lección para nosotros es clara. Nos habla del concepto que tenemos de nuestra propia piedad: probablemente trataríamos de evitar a una mujer como la de Sicar, dándola por un caso perdido. Jesús en cambio la escogió para convertirla y le indujo a hacer una confesión de fe.

Al mismo tiempo nos reprende a nosotros porque nos consideramos buenos y nobles. Nosotros pertenecemos a los que dicen, según las Escrituras: «Apártate de mí, que soy más santo que tú.» El relato de la mujer de Samaria nos deja corridos y avergonzados. La gracia de Dios permanece soberana e independiente. Busca a los perdidos, no a los justos. Lo que cuenta es si es posible tocar la conciencia. Era posible en el caso de la mujer de Samaria.


  • La mujer pecadora arrepentida

«En esto, una mujer pecadora pública que había en la ciudad, enterada de que él estaba a la mesa en la casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume» (Lucas 7:37).

Léase Lucas 7:36-50

Ungir los pies o la cabeza de otra persona era una forma más bien común de dar la bienvenida u honrar a otro en Israel. Los rabinos más prominentes recibían homenaje en la práctica de besar los pies, costumbre de la que queda una sombra en las fórmulas de cortesía oficial, de tiempos no muy remotos, en algunas culturas mediterráneas. Por esta razón no es sorprendente que Jesús recibiera este homenaje más de una vez en su vida, y los evangelios registran dos casos de ello. En este caso se trata de una mujer pecadora. No tenemos derecho a pensar que pueda tratarse de María Magdalena, como a veces se ha hecho, pues no sabemos nada en sus antecedentes que pueda hacernos pensar que era una mujer pública. La segunda ocasión tuvo lugar en Betania, en casa de Lázaro, poco antes de que Jesús fuera arrestado.

La mujer de que se trata ahora era una ramera, probablemente establecida en Naín. Era una figura despreciada en los círculos correctos, y podemos imaginarnos el desagrado de Simón, el fariseo que había invitado a Jesús a su casa, al verla aparecer en la puerta. Es evidente que la mujer habría oído hablar a Jesús y sus palabras habían penetrado en su corazón y como resultado de ellas habría decidido cambiar su modo de vida. Al entrar en casa de Simón, sacó un frasco de alabastro con perfume «y colocándose detrás de Jesús, junto a sus pies (comían recostados) se echó a llorar y comenzó a regar con sus lágrimas los pies de él, y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza; y besaba afectuosamente sus pies, y los ungía con el perfume». Estas son las palabras del Evangelio.

Toda la escena y la conversación que tuvo lugar luego entre Jesús y Simón es para nosotros sorprendente. Se confirma en esta escena, lo que ya había ocurrido en otras ocasiones, que Jesús recriminara a la buena sociedad de Jerusalén: «Los publicanos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros.» Simón había recibido más bien friamente a Jesús, cosa que el Maestro subrayó bien claramente en su comentario. Esto no es difícil de entender, pero la cosa va más adelante: Sigamos: «Quedan perdonados sus pecados, que son muchos; por eso muestra mucho amor; pero aquel a quien se le perdona poco, ama poco.» Recordemos que antes le había presentado a Simón la parábola de los dos deudores, en que, se supone que el que tenía mayor deuda ama más a su amo, una vez éste ha perdonado a los dos. Jesús explica que el mayor amor de la mujer es debido a que se le ha perdonado más. A nosotros este concepto nos parece un poco precaño, pero hemos de aceptar el juicio del Salvador en esta materia. Al final, la mujer despreciada por todos, fue exaltada por Jesús sobre Simón, el ciudadano respetado por todos.

La mujer tenía un carácter ardoroso y afectivo. Dio suelta a sus emociones sobre los pies de Jesús, regándolos con lágrimas y enjugándolos con su cabello.

Jesús comenta estas cosas y las elogia, en contraste con la fría cortesía de Simón. Dios puede usar personas capaces de sentir ardiente simpatía,como esta mujer. Primero tiene que purificarla y santificarla. Pero estas personas son más receptivas a la gracia y el amor, y la fe se desarrollan en ellos más fácilmente.

El mensaje supremo de este caso, es sin embargo que Dios elige pecadores de todos los tipos y que, ante sus ojos, nuestras gradaciones de pecado o respetabilidad no son muy importantes. Nadie puede jactarse de ser mucho mejor que esta pobre mujer a quien Jesús enalteció para humillarnos a nosotros.


  • Las criadas de Caifás

«Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada, y le dijo: Tú también estabas con Jesús el galileo» (Mateo26:69).

LÉASE MATEO 26:56-75

Aunque no se nos dan los nombres, se nos habla de dos criadas en la casa de Caifás el sumo sacerdote. Las dos coinciden de delatar a Pedro, como uno de los seguidores del hombre a quien estaban juzgando su amo y los otros sacerdotes.

Hagámonos cargo de la situación. Era la madrugada, oscuro aún. El gallo no había cantado. La casa estaba llena de ente. El juicio de Jesús se estaba celebrando ante el Sanedrin, que se había congregado de urgencia.

Las criadas probablemente no se habían retirado para poder atender el fuego en el patio. Se daban cuenta de la importancia de aquel juicio, y de lo grave de las acusaciones del encartado. No sabemos exactamente por qué y en qué forma, pero las dos coincidieron en notar la presencia de Pedro, extraño totalmente en aquel ambiente, y probablemente nervioso e inquieto ante el curso de los sucesos. Para las criadas no se trataba probablemente más que de una diversión, el causar un sofoco a aquel hombre, haciéndole burla y poniendo de manifiesto lo que él procuraba esconder: su relación con el acusado.

Pedro reaccionó vivamente. Al verse descubierto en un ambiente peligroso, negó rotundamente que tuviera nada que ver con Jesús, con juramentos y maldiciones. Pedro cometió el pecado más grave de su vida. Podemos suponer que las criadas se divirtieron con todo ello, indiferentes a las desastrosas consecuencias para Pedro que pronto se retiró a llorar amargamente su culpa.

Es posible que las criadas disfrutaran al poder contribuir en esta forma al ambiente de violencia y venganza. Esto las dejaba participar. Quizá no fue nada más que vanidad, la vanidad que puede aplastar los impulsos nobles, incluso, si es que existen. No sabemos si este era el caso. Probablemente les divirtió el ver el azoramiento de Pedro y su pérdida total de control.

Las criadas no se darían cuenta de su propio pecado. Para ellas todo se terminaría con unas cuantas risitas y chismorreo junto con los otros sirvientes de la casa. Probablemente se felicitarían de su éxito. Toda palabra liviana es pecado. Lo son los chismes y las risitas cuando son maliciosas. Todos hemos conocido estos tipos que se deleitan en poner a otros en un mal paso por mera diversión. No piensan en las heridas que inflingen y el daño que causan.


Lea

«Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer.» Génesis 29: 17

Léase: Génesis 29:16-35

Lea recibe el comentario curioso de que sus ojos eran tiernos; sin embargo, al compararla, con un «pero», con Raquel de la que se dice que era hermosa, podemos deducir que no podía compararse a su hermana. Lea tendría facciones comunes, sin que tuviera que ser fea. Pero ante sus propios ojos se consideraba como poco atractiva.

El ser una joven hermosa puede resultar peligroso para ella. Pero no es razón para que la que no lo es se sienta postergada. Esta carencia de hermosura puede ser compensada por una naturaleza rica, un corazón ferviente, ternura y afecto. Sabemos que hay caras comunes que pueden esconder rasgos angélicos. Pero esta falta de hermosura puede ser una preocupación para una joven. «¿Por qué no puedo ser más hermosa?» Este deseo no es en sí pecaminoso, sino muy humano. Las Escrituras de vez en cuando usan la expresión «de hermoso semblante». Al hacerlo, la Biblia confirma que la característica de la hermosura es una de las bendiciones en nuestra vida humana.

Pero hemos de decir también que la Escritura ofrece consuelo a las Leas. Lea, que no era atractiva, recibe, en realidad, una bendición más rica que la hermosa Raquel. Raquel tuvo sólo dos hijos, José y Benjamín. De éstos, José fue vendido como esclavo y dio origen a una de las tribus mancilladas de Israel. En cuanto a la tribu de Benjamín, fue casi totalmente eliminada a causa de un terrible pecado nacional en que incurrió. Lea puede blasonar de ser la madre de Judá, y Judá de David y de Cristo.

Esto no se dice en alabanza de Lea como mujer. Sabemos que la posición económica, social y moral de Labán era muy inferior a la de Betuel. Cuando Eliezer llamó a Rebeca, ésta todavía podía partir como hija libre. Pero las cosas habían empeorado rápidamente en Padan-Arán. Lo muestra el que Labán prácticamente vendió a Lea. Jacob tuvo que trabajar siete años para ganar a Lea. Además, Labán engañó a Jacob, y Lea fue su cómplice, pues Jacob deseaba casarse con su hermana Raquel. Es evidente que el tono moral de la familia había degenerado como lo demuestra el hecho que luego se aprovechara de las mandrágoras que había traído su hijo Rubén del campo para causar celos en su hermana.

Sin embargo, Lea tenía una cosa. Dios había puesto milagrosamente fe en su corazón. Al principio era fe egoísta. Cuando nació Rubén alabó a Dios porque había sido mirada con favor. Cuando recibió Simeón estuvo contenta porque Dios la había consolado del odio de que había sido víctima. Cuando nació Leví se regocijó porque su marido la amaría. Pero cuando nació Judá ya había derrotado el egoísmo de su corazón y lo había reemplazado por sincero agradecimiento: «Ahora», dijo, «alabaré al Señor».

Lea no lo hizo por sí sola, sino que fue Dios quien lo realizó en su corazón. Raquel no hizo lo mismo. La gloria del Señor no se expresa ni en el nombre de José ni en el de Benjamín. La alabanza al Señor está sólo en Judá, porque Judá significa «El que alaba a Dios».

Es evidente, el maravilloso gobierno de Dios operando en todas estas cosas. En su soberanía creó a Raquel hermosa y a Lea de facciones corrientes. Como resultado de ello resultó prácticamente una tragedia entre las dos hermanas. No fue Raquel sino Lea la que dio nacimiento a Judá y con ello al antecesor de la madre de Cristo. La alabanza a Dios procede de Lea, no de Raquel.

De ello se sigue que Dios no ve las cosas con los mismos ojos que los hombres. Hay dos clases de belleza. Hay la belleza que Dios da al nacer, y que se marchita como una flor. Y hay la belleza que Dios concede cuando en su gracia, los hombres nacen de nuevo. Esta clase de belleza no se marchita, sino que florece eternamente.


  • Lidia

Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió su corazón para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba. Hechos 16:14

Léase Hechos 16:14-40

Lidia procedía de la ciudad de Tiatira, pero cuando conoció a Pablo residía en Filipos. Era dueña de una tienda en que se vendían vestidos teñidos de púrpura. Es evidente que vendía no sólo púrpura, sino muchos otros artículos. Debe de haber estado en buena posición y viviría en una casa espaciosa, en la que podía acomodar a Pablo y a Silas y a otros que les acompañaran.

No sabemos si era de estirpe judía. En todo caso se había convertido al Dios de Israel, porque los sábados se juntaba con otras mujeres judías en el lugar de oración acostumbrado. Este lugar no era la sinagoga, pues en aquel entonces no había ninguna en Filipos. En lugares donde no había sinagogas los judíos se reunían fuera de la ciudad en un prado o lugar con sombra. No se celebraba el servicio regular judío sino meramente se congregaban para orar. En Filipos había un lugar con sombra a la orilla del río que servía para este propósito. Este río al presente se llama Maritza. Hay una islita que divide al río en dos cauces, y es un lugar de agradable apariencia. Se suele indicar el lugar en que tuvo el encuentro, pero estas tradiciones son en el mejor de los casos dudosas. Sentada Lidia con las otras mujeres, Pablo y Silas fueron al lugar, y «se pusieron a hablarles a las mujeres allí congregadas». Les hablaron, naturalmente, de Jesús de Nazaret.

Parece que no tuvo mucha aceptación su predicación, con la excepción de Lidia, «cuyo corazón abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba». Al parecer haría poco que Pablo había llegado a Filipos. Había esperado hasta el sábado para tener una audiencia. Lidia no abría la tienda en el día de sábado.

Lidia no se convirtió porque Pablo le predicó. Se convirtió porque su corazón fue abierto por el Señor.

La gracia es la que abre el corazón. Todas las mujeres oyeron el mensaje. Para las otras resultó incomprensible o detestable. Para ella fue una llama que hizo arder su corazón. Lidia creyó.

Pablo y Silas no podían estar alojados con mucho confort en una posada pública. Solían ser frecuentadas por gentes de baja estofa. Lidia acostumbrada al trato del público, especialmente clases pudientes, con indudable don de gentes, no tuvo inconveniente de invitarles a hospedarse en su casa. No lo hizo como un servicio para ellos sino que «nos obligó a quedarnos» (v. 15). Parece que los que vivían en aquella casa (Lidia era posiblemente viuda o en todo caso no se menciona marido alguno) habrían compartido la fe de Lidia en el Mesías, porque confesaron a Cristo y fueron bautizados con ella.

Pablo y Silas se hospedaron allí unos días. Al poco hubo un motín por causa de una muchacha adivina, y Pablo y Silas fueron arrestados. Seguirían muchas horas de ansiedad para Lidia, al ver que Pablo no regresaba, y más cuando Lidia supo que él y Silas estaban en la cárcel. Podemos imaginar sus fervientes oraciones en favor de Pablo, a las que se unirían otros convertidos de Filipo, en su casa. Pero al fin se oyó un aldabonazo en la puerta y Pablo y Silas estaban allí librados milagrosamente, a causa de un terremoto.

Leemos que Pablo y Silas, «saliendo de la cárcel, entraron en casa de Lidia, y habiendo visto a los hermanos los consolaron y se fueron».

El recuerdo de Lidia y de lo que hizo por Pablo ha grabado en letras de amor su nombre en el corazón de los creyentes hasta el día de hoy.


LISIAS, CLAUDIO. (Véase «Claudio».)


LOT.

cubierta. Hijo de Harán y sobrino de Abraham. Al morir su padre, Lot emigró con su tío a Canaán (Gn. 11:31; 12:45), puesto que éste no tenla hijos propios. Fueron juntos hacia el sur, al Negueb, y estuvieron en Egipto durante una carestía; luego volvieron y vivieron juntos cerca de Bet-el (Gn. 11:27-31; 12:4-6; 13:1-4). Abraham lo tenía en gran estima, y cuando no pudieron ponerse de acuerdo se dividieron.

Abraham y Lot tenían tan numerosos rebaños, que los escasos pastos de los montes de Judá no bastaban para ambos. Les fue preciso separarse, y Lot escogió la llanura al este del Jordán (Gn. 13:6-11). Pero no se quedó en la llanura, sino que extendió sus tiendas hasta entrar a vivir en la misma Sodoma (Gn. 13:12s.). Allí compartió la suerte de sus nuevos vecinos y, juntamente con su familia, fue llevado cautivo por los cuatro reyes que atacaron a las cinco ciudades de la región. Abraham acudió a rescatarlo (Gn. 14), pero Lot continuó viviendo en Sodoma.

Cuando Abraham supo que Dios pensaba destruir las ciudades corruptas, creyó que entre los parientes de Lot, con sus mozos y amigos, habría por lo menos nueve personas fieles a Dios (Gn. 18:16-33).

Como el cataclismo era inminente y la familia de Lot demoraba, los ángeles los obligaron a escapar. No obstante, la esposa de Lot murió, pues le resultó imposible romper del todo sus lazos con la ciudad (Gn. 19:16, 17, 26). Lot se refugió en Zoar (Gn. 19:18-23), en donde luego fue embriagado y seducido por sus propias hijas A éstas les nacieron dos hijos a los cuales llamaron Moab y Ben-ammi, y fueron progenitores de los moabitas y amonitas, respectivamente (Gn. 19:30-38). El apóstol Pedro lo menciona como hombre de fe, pesar de distar bastante de tener la fe de Abraham (2 P. 2:7ss.). El Mar Muerto es llamado por los vecinos que por allí moran «el mar de Lot».


  • Loida

«Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro en ti también» (2 Timoteo 1:5).

Loida tiene el honroso papel de la «abuela» en las Escrituras. En ella se nos revela la gran importancia de una abuela en la familia. Representa, entre las mujeres de la Biblia, la influencia espiritual única que resulta de su peculiar posición.

Es indudable que Loida había sido creyente. Parece que cuando Pablo envió su segunda carta a Timoteo ya había fallecido. Se nos habla de la fe no fingida que «habitó primero en tu abuela Loida». Lo que nos interesa hacer resaltar aquí es que esta fé no había sido enterrada con ella, sino que había pasado a su hija Eunice, y después, al nieto, Timoteo. Vemos pues, tres eslabones de una cadena espiritual. Una relación espiritual paralela a la relación de la sangre. A los lazos de la sangre se añaden los lazos de la fe. Es Dios quien da la fe, pero como vemos frecuentemente, este hecho ocurre con frecuencia como resultado del Pacto de gracia. Aunque hay excepciones, es más corriente que aparezca en el seno de una familia cristiana que en una familia pagana.

La regla, y no la excepción, es que los elegidos aparezcan en las familias en que hay una tradición cristiana, especialmente cuando la madre y la abuela han pertenecido al Señor. La gracia, reflejada en el bautismo, satura toda la educación en un ambiente cristiano. Tiende a hacerse una tradición familiar. De ahí vemos que Pablo recuerde con amor a Loida y a Eunice.

Los servicios que una madre puede ejercer para que el nieto nazca y crezca en la gracia son más destacados cuando falta el eslabón intermedio: cuando la madre no es creyente. Pero, incluso cuando lo es la abuela tiene abundantes oportunidades, tanto cuando los hijos están todavía en la casa, como cuando han salido de ella. La madre está muchas veces más ocupada y fatigada. La vida de la abuela transcurre de modo más pacífico; su cara revela su mayor calma y paz. Y cuando los nietos entran en su esfera de influencia puede estampar en ellos la fe a través de su ejemplo y admonición. En este sentido la abuela puede ser, en algunos casos más eficiente aún que la madre, más activa y con menos experiencia. La abuela no debe ser dominadora de los nietos. Al contrario puede dar a nietos e hijos la bendición única que una persona madura y con experiencia espiritual puede proporcionar.


LUCAS.

Lucas se menciona sólo tres veces por su nombre en el Nuevo Testamento (Colosenses 4:14; Filemón 24; 2 Timoteo 4:11). Era un médico griego muy culto, y escribió el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles. Lucas 1:2 revela que aquel médico no fue de «los que desde el principio lo vieron con sus propios ojos»; según parece, se unió al grupo de Pablo en Troas (Hechos 16: 10), con el cual navegó hasta Macedonia. Fue amigo y compañero de viaje de Pablo, al cual acompañó nueve años. Pablo se refiere a él como el «médico amado», y en 2 Timoteo 4:11 nos suministra un último vistazo de su fiel amigo. (Véase «Lucas», capítulo IV.

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