Significado de JESUCRISTO Según La Biblia | Concepto y Definición

JESUCRISTO Significado Bíblico

¿Qué Es JESUCRISTO En La Biblia?

El fundamento absoluto de la fe cristiana. La persona de Buda no resulta esencial para la enseñanza del budismo, ni tampoco lo es la persona de Mahoma para la fe islámica. Sin embargo, todo lo relacionado con el cristianismo se inicia y termina en la persona de Jesucristo. Los teólogos liberales creyeron que sería posible separar a Cristo del cristianismo al sugerir que el fundamento de la fe cristiana son las enseñanzas de Jesús. Ellos pretenden imponer que uno puede aceptar las enseñanzas de Cristo sin tomar una decisión personal acerca de Cristo mismo.
Por el contrario, la enseñanza bíblica afirma que un cristianismo sin Cristo es una contradicción. El presente artículo, junto a “Jesús, vida y ministerio”, procura resumir la información bíblica sobre la singularidad de Jesús. Los nombres y títulos que se le adjudicaron, Su humanidad, deidad, enseñanza y obrar poderoso brindan el marco adecuado para este debate.
Nombres y títulos
El nombre propio de Jesús deriva del hebreo “Josué”, que significa “Yahvéh salva” o “la salvación es por Yahvéh” (Mat 1:21). Cristo es el término griego para “ungido”, equivalente al hebreo Mesías. Este Salvador ungido es también Emanuel, “Dios con nosotros” (Mat 1:23; Isa 7:14). La expresión preferida de Pablo para referirse a Jesús era kurios, “Señor”, y la primera confesión cristiana fue que “Jesús es el Señor”. La sublime introducción sobre Jesús en el prólogo al Evangelio de Juan lo presenta como el logos, el “Verbo” creador de todas las cosas (Jua 1:3), que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jua 1:14). Él es la vida (Jua 1:4) y la luz de los hombres (Jua 1:4); la gloria de Dios (Jua 1:14); el unigénito que ha dado a conocer al Padre (Jua 1:18). Los Evangelios registran la afirmación de Jesús de ser el Hijo del Hombre, título que con frecuencia empleaba para referirse a Su humillación, Su identificación con la humanidad pecadora, Su muerte a favor de los pecadores y Su regreso glorioso. Si bien Jesús era el Hijo del Hombre respecto de Su ministerio y Su pasión, es también el Hijo de Dios, el exclusivamente engendrado y enviado por Dios mismo (Mar 1:1; Jua 3:16). El libro de Hebreos muestra a Jesús como el gran sumo sacerdote de Dios (Heb 3:1; Heb 4:14) que hace sacrificios por Su pueblo, y muestra que Él mismo es un sacrificio (Heb 10:10-14). Hebreos también presenta a Jesús como creador de todas las cosas (Heb 1:2), fiel imagen de Dios (Heb 1:3 NVI) y apóstol de nuestra confesión (Heb 3:1). Las metáforas usadas acerca de Jesús, en especial en el Evangelio de Juan, hablan de manera conmovedora de la indispensable necesidad de que las personas conozcan a Jesús. Él es el agua de vida (Jua 4:14), el pan de vida (Jua 6:41), la luz (Jua 8:12), la puerta (Jua 10:7), el camino, la verdad y la vida (Jua 14:6).
Humanidad
Jesús era plenamente humano. Él no era ser humano en forma parcial, ni actuaba a veces como humano y a veces como Dios, ni tampoco aparentaba ser humano. Era al mismo tiempo ambas cosas: Dios y hombre. The Baptist Faith and Message (Fe y mensaje bautista) enfatiza esta verdad cuando afirma: “Cristo asumió las exigencias y las necesidades de la naturaleza humana, y se identificó plenamente con el hombre” (Art. II, B). La evidencia de la humanidad de Jesús en la Escritura es abundante. Él manifestó los síntomas físicos que experimenta el ser humano: cansancio (Jua 4:6), sueño (Mat 8:24), hambre (Mat 21:18) y angustia (Luc 22:43-44 NVI). Jesús también experimentó las reacciones emocionales humanas: compasión (Luc 7:13), llanto (Luc 19:41), enojo y tristeza (Mar 3:5), angustia (Mat 26:37) y gozo (Jua 15:11). Estos rasgos físicos y emocionales, junto con otros que se mencionan en los Evangelios, demuestran que el NT reconoce en forma completa y total la humanidad de Jesús. Sin embargo, Él no era solo un hombre verdadero; también era una persona única, especial y extraordinaria. Aunque era humano, Jesús se diferenciaba de las demás personas en dos sentidos. Primero, nació de una virgen; no tuvo padre humano. Fue concebido por el Espíritu Santo en la matriz de María (Mat 1:18-25). Segundo, a diferencia de cualquier otro, Jesús no tenía pecado. Él declaró no tener pecado (Jua 8:46) y no hay un solo registro de que haya confesado sus pecados, aunque nos ordenó que confesáramos los nuestros (Mat 6:12). Pablo manifestó que Jesús se hizo pecado por nosotros pero que no conoció pecado (2Co 5:21). El escritor de Hebreos declara que Jesús fue sin pecado (Heb 4:15) y Pedro afirmó que Jesús el justo, murió por los injustos (1Pe 3:18).
Deidad
Con el paso de los siglos, fueron pocos los que negaron la existencia humana de Jesús. Sin embargo, siempre se presentó una encarnizada batalla en cuanto a Su naturaleza sobrenatural. Si Jesús nació de una virgen y no tuvo pecado, como ya mencionáramos, entonces en Él hubo un elemento sobrenatural que lo diferencia del resto de las personas. Es más, Su resurrección demuestra que Él trasciende tiempo y espacio. Los relatos del evangelio registran muchos testigos oculares del Cristo resucitado (Mat 28:1-10; Luc 24:13-35; Jua 20:19-31), y todos los intentos por refutar tales relatos carecen de credibilidad. No obstante, el NT va más allá de estas referencias implícitas a la deidad y declara abiertamente que Cristo es divino. Las exigencias de lealtad total por parte de Sus seguidores (Luc 9:57-62) y las afirmaciones de que juzgará al mundo (Jua 5:27) parecen extrañas si provienen de un simple hombre. También aseguró que podía perdonar pecados (Mar 2:5) y afirmó que en el juicio la gente sería condenada o aprobada según fuera la actitud de ellos hacia quienes representan a Jesucristo (Mat 25:31-46). La Escritura declara que Jesús creó todas las cosas (Jua 1:3) y que estas subsisten en Él (Col 1:17). Incluso tiene poder para resucitar a los muertos (Jua 5:25). Los ángeles y los seres humanos lo adoran (Heb 1:6; Mat 2:2). Él está en igualdad con las personas de la Trinidad (Jua 14:23; 2Co 13:14). Más allá de estas afirmaciones, el NT brinda evidencias aun más claras en cuanto a la deidad de Cristo. En Heb 1:8 se lo llama Dios. El prólogo de Juan (Jua 1:1-18) afirma que Jesús existe desde el principio y que está “con” Dios (lit. “cara a cara”), y que Él es Dios. El complicado griego de Juan declara que Jesús es igual a Dios el Padre en cuanto a Su naturaleza, pero que es una persona distinta. Otro pasaje importante es Jua 5:16-29. Durante una controversia con los judíos sobre la sanidad de un hombre en el día de reposo, los líderes religiosos procuraron matarlo porque había “blasfemado” haciéndose semejante a Dios. En vez de corregirlos por haberse equivocado respecto de Su identidad, Jesús continuó haciendo más afirmaciones sobre Su deidad: tiene poder para dar vida (v. Jua 5:21), le fue dado todo juicio (v. Jua 5:22) y todos deben honrar al Hijo con el mismo honor que demuestran al Padre (v. Jua 5:23). La preexistencia de Jesús como Dios queda demostrada en Jua 8:58, donde afirma que trasciende los tiempos. Rom 9:5 revela que Pablo llamó Dios a Jesús y no hay dudas de que en Flp 2:5-11 el apóstol comprendía que Jesús existió eternamente en forma de Dios y con la misma naturaleza de Dios. El excepcional pasaje cristológico de Col 1:15-23 afirma que Cristo es la imagen del Dios invisible; es decir, una reproducción o similitud tan exacta del Dios invisible al hombre mortal, que mirar a Cristo era ver a Dios. De modo que el Cristo del NT no es un hombre deificado por sus discípulos (según la visión del liberalismo clásico), sino que es el eterno Hijo de Dios que se hizo hombre de manera voluntaria para redimir a la humanidad perdida.
Enseñanza y obrar poderoso
Jesús era un maestro formidable. Multitudes que no lo seguían se vieron forzadas a reconocer: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jua 7:46). Cuando finalizó el persuasivo Sermón del Monte, la gente estaba asombrada de Su mensaje (Mat 7:29). Enseñó principalmente acerca de Su Padre y del reino que había llegado. Explicó cómo era aquel reino, y la obediencia y amor absolutos que deben tener sus seguidores como ciudadanos del reino. Lo que decía con frecuencia encolerizaba a los líderes religiosos de la época porque no comprendían que se trataba del Mesías prometido que con Su muerte, resurrección y segunda venida daba lugar al reino de Dios. Además señaló que dicho reino, aunque había sido inaugurado con Su primera venida, se iba a consumar con Su segunda venida (Mat 24:1-51; Mat 25:1-46). Hasta entonces, Sus discípulos debían comportarse como sal y luz en un mundo oscuro y pecador (Mat 5:1-48; Mat 6:1-34; Mat 7:1-29). Frecuentemente habló con parábolas que por medio del uso de elementos comunes ayudaban a ilustrar verdades espirituales.
El obrar poderoso de Jesús convalidó Su naturaleza única y divina. Él respaldó Sus afirmaciones de deidad al demostrar Su poder sobre enfermedades y dolencias, sobre la naturaleza, y sobre la vida y la muerte. Un gran milagro que demuestra de manera concluyente Su declaración de deidad es Su resurrección de entre los muertos. La muerte no pudo retenerlo. Él resucitó y mostró que estaba vivo por medio de muchas “pruebas indubitables” (Hch 1:3). A pesar de los rigurosos intentos del liberalismo por suprimir los milagros de los Evangelios, resulta imposible eliminar estos elementos sobrenaturales de la vida de Jesús sin dañar la credibilidad de lo que los Evangelios dicen de Él.
El cristianismo afirma que Jesús es el único camino a Dios (Jua 14:6; Hch 4:12). Para esta época pluralista y relativista, al parecer es una postura intolerante. No obstante, si tomamos en cuenta la evidencia provista, debemos creer que Jesucristo fue el Señor Dios que decía ser, o de lo contrario que fue un impostor que creía ser lo que no era.

Dale Ellenburg