Job 2:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Una vez que obtuvo el permiso de Dios, el diablo se puso a trabajar de inmediato en su oficio sin perder tiempo. Su tentación va a tomar ahora la forma, en cierto modo, de la que llevó a nuestros primeros padres a desobedecer a Dios al perder la confianza en Él (Gén 3:1-24). Si logra Satanás que Job llegue a desconfiar de la providencia de Dios habrá ganado la apuesta.

I. El diablo provoca a Job por medio de una repugnante enfermedad, con la esperanza de que así maldecirá a Dios cuando se vea a sí mismo hecho una piltrafa (vv. Job 2:7, Job 2:8).

1. La enfermedad con que hirió Satanás a Job era muy grave, dolorosa y repugnante (v. Job 2:7): Hirió a Job con unas llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. El vocablo hebreo shejín significa siempre una erupción y puede designar una extensa gama de enfermedades de la piel. Esta erupción era, según el texto, maligna (hebreo ra) y le cubría desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza.

2. En lugar de hallar algún remedio medicinal para la enfermedad, Job usaba un trozo de tiesto para rascarse con él (v. Job 2:8) ¡Triste de verdad era la condición de este pobre hombre! Incluso el mendigo Lázaro sentía algún alivio con la lengua de los perros que le lamían las llagas (Luc 16:21), pero Job no disponía de ningún alivio. A pesar del mucho bien que había hecho a muchos, nadie era tan agradecido como para acercarse a él y tratar de aliviarle el picor o el sufrimiento, ya fuese por repugnancia o por el temor al contagio. Así que pasaba día y noche fuera de la ciudad, sentado sobre el montón de cenizas resultantes de la combustión de las basuras del vecindario. El texto hebreo menciona sólo las cenizas, pero la versión de los LXX especifica lo de la basura (V. en cursiva en la RV 1977. Nota del traductor). En lugar de reposar confortablemente en un blando lecho, su cama-diván era la ceniza de las basuras del lugar.

II. Pero la tentación más grave, a no dudar, le vino de su propia mujer (v. Job 2:9): «¿Aún persistes en tu integridad?» le dijo «Maldice (lit. bendice, según lo explicado en el comentario a 1; 11) a Dios y muérete». De todo cuanto poseía, lo único que le fue preservado a Job fue su mujer. Aunque los designios de Dios fuesen benignos en este caso, la razón por la que Satanás no se la quitó fue, por lo que se ve, para que le sirviera de instrumento de tentación. Siempre que Satanás deja de llevarse algo que le ha sido puesto en las manos es porque sabe que puede usarlo para mayor mal. Véase cómo le habla a Job su propia mujer:

1. «¿Aún persistes en tu integridad?» Como si dijese: «¿Eres tan manso, tan cobarde y tan necio como para someterte a un Dios que, en lugar de premiar tus servicios con señales de su favor, te azota sin compasión no habiéndole tú provocado con ningún pecado? ¿Es todavía un Dios digno de que se le sirva, se le bendiga y se le ame?»

2. Le urge a que abandone todo ejercicio de piedad, que blasfeme de Dios y y que se lance a la desesperación: «Maldice a Dios y muérete». Como si dijese; «Ya que tu Dios se porta así contigo, sé tú tu propio redentor y tu propio ejecutor ¡termina de una vez con tus sufrimientos quitándote la vida, pues es preferible morir antes que vivir de esa manera! Nótese que aquí tenemos dos de las más negras y horribles tentaciones de Satanás. Nada tan contrario a la conciencia natural como la blasfemia, y nada tan contrario al sentido natural como el suicidio. Con todo es probable que la frase de la mujer de Job no haya de tomarse como incitación al suicidio, sino como efecto seguro de haber maldecido a Dios. (Nota del traductor.)

III. Pero Job resiste bravamente y triunfa también de esta tentación (v. Job 2:10).

1. Se indigna sobremanera de que se le haya mencionado una cosa tan horrible: «¡Cómo! ¿Maldecir a Dios? ¡Ni pensarlo! Vete de mí, Satanás» (Luc 4:8). En otras ocasiones, había soportado mansamente la conducta poco amorosa de su mujer (v. Job 19:17). Pero ahora que le inducía a maldecir a Dios, se disgustó mucho y le echó en cara sus malas palabras. En una casa donde había reinado la prosperidad junto con la piedad, la mujer de Job no tendría mucho empacho en ser su «ayuda idónea» (Gn. Gén 2:18). Pero ahora que la tribulación más tremenda se había abatido sobre el hogar, ella no supo reaccionar con el mismo temple de ánimo que su esposo. La aflicción mostró que sus caracteres respectivos eran diametralmente opuestos. Si Eva resultó ser «tentación idónea» en Gén 3:6, ¿qué se puede esperar de las hijas de Eva que no sean buenas hijas de Dios? Cuando Pedro hizo de Satanás con Cristo, el Señor le dijo lisa y llanamente: «me eres tropiezo» (Mat 16:23).

2. Razona con su mujer contra la tentación: «¿Qué? ¿Aceptaremos de Dios el bien, y el mal no lo aceptaremos?» Así hemos de tratar de convencer a aquellos a quienes reprendemos. No sólo habla de «soportar», sino de «aceptar» el mal. Como si dijese: «¿No habremos de esperar el recibirlo? Si Dios nos da tantas cosas buenas, ¿nos vamos a sorprender o pensar que es extraño el que nos envíe aflicciones para probarnos?» (V. 1Pe 4:12). El vocablo original indica que también la aflicción se ha de recibir como un don, ya sea si se padece por una buena causa (Flp 1:29), como si es en castigo de nuestros pecados (Lev 26:41), sometiéndonos siempre de buena gana a la voluntad de Dios. Lo que es aflicción para el cuerpo es con frecuencia un bien para el alma: algo que, aunque entristezca el rostro, mejora el corazón.

IV. De esta manera se mantuvo Job firme en su integridad, y fue derrotado el diablo en sus malévolos designios: En todo esto no pecó Job con sus labios. Triunfó la gracia de Dios e impidió que brotase alguna raíz de amargura para estorbarle y contaminarle (Heb 12:15).

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