Job 3:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Como si la explosión de su pecho hubiese menguado el ardor de las primeras llamaradas al lanzar al viento su más virulenta maldición, Job parece admitir su concepción y hasta su nacimiento, pero desea haber muerto en la más tierna infancia. Tampoco se expresa ahora en forma de maldiciones, sino de preguntas. La vida en sí pasa a ser, para Job, inútil, es preferible el sepulcro. Vemos, pues, hasta qué punto se engañó Satanás cuando dijo (Job 2:4): «Todo lo que el hombre tiene dará por su vida», pues nunca hubo quien estimase su vida menos que Job.

I. Muy desagradecido se muestra Job al quejarse de la vida y desear no haber sido dado a luz (vv. Job 3:11, Job 3:12). Consideremos cuán débil y desvalida criatura es el hombre cuando viene al mundo y cuán delgado es el hilo de la vida en sus comienzos. ¡Con cuánta misericordia y ternura cuidó de nosotros la providencia de Dios cuando entramos en el mundo! ¡Y cuánta vanidad y esfuerzo inútil (Ecl 1:14) le espera al hombre en esta vida! Si no tuviésemos un Dios a quien servir en esta vida, y mejores cosas que esperar en el mundo venidero, si consideramos nuestra capacidad natural y los problemas que nos rodean y acosan, nos sentiríamos tentados a desear haber muerto en la matriz. Pero, por amarga que nos resulte la vida, hemos de decir: «Las misericordias de Jehová no se han acabado» (Lam 3:22. Lectura más probable). El odio a la vida es contrario al sentido común y al sentimiento, tanto de la humanidad en general, como al nuestro propio cuando nos encontramos lo suficientemente serenos. Cuando el viejo de la fábula, cansado del peso de su carga, la arrojó desesperado e invocó a la Muerte, y ésta compareció y le preguntó qué deseaba, respondió él: «Nada; únicamente que me ayudes a cargar mi saco».

II. Aplaude con pasión a la muerte y al sepulcro y parece que está enamorado de ellos. El deseo de morir y estar con Cristo, para estar libres de pecado y revestidos de aquella nuestra habitación celestial (2Co 5:2), es efecto y evidencia de la gracia; pero el deseo de morir únicamente por estar tranquilo en el sepulcro y libre de las aflicciones de esta vida, huele a corrupción. Job se consume con el pensamiento de que, si estuviese en el sepulcro, haría compañía a los que en esta vida han gozado de los mayores privilegios: los reyes y nobles que han edificado para sí monumentos sepulcrales (v. Job 3:14), y los potentados que nadaron en dinero (v. Job 3:15), pero tuvieron que dejarlo todo. La muerte mezcla cetros con palas y azadones. No tiene acepción de personas: presos y libres (v. Job 3:18), esclavos y dueños (v. Job 3:19), son medidos por el mismo rasero. Siete pies de tierra bastan para albergar al monarca más opulento y al mendigo más andrajoso. Ahora que Jesucristo ha sacado a la luz la vida inmortal por medio del Evangelio (2Ti 1:10), los creyentes pueden hablar de la muerte como «ganancia» (Flp 1:21), pero todo lo que el pobre Job podía desear era verse libre de problemas (v. Job 3:16), de perturbadores y fatigas (v. Job 3:17) y de esclavitud (v. Job 3:18). La muerte da suelta a los presos, alivia a los oprimidos y manumite a los esclavos.

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