Salmos 95:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La última parte del salmo es una exhortación a los que cantan salmos evangélicos, para que vivan vidas evangélicas.

1. La obligación de todos los que son pueblo de los pastos y ovejas de la mano de Dios es que oigan su voz (v. Sal 95:7), pues dice Jesús (Jua 10:27): «Mis ovejas oyen mi voz». Si le llamamos Señor y Maestro, hemos de hacer lo que Él nos diga, pues creer equivale a obedecer (v. Jua 3:36).

2. El pecado contra el que se les amonesta es el endurecimiento del corazón (v. Sal 95:8): «Si oís mi voz, no endurezcáis vuestro corazón, porque la semilla que se siembra en roca, nunca puede producir fruto perfecto.

3. El ejemplo de los israelitas en el desierto.

(A) «No endurezcáis vuestro corazón, como en Meribá, etc. Tened cuidado, no pequéis como ellos hicieron, para que no seáis excluidos del descanso eterno, así como ellos lo fueron del reposo en Canaán.» Con tanta frecuencia provocaron a Dios con su desconfianza y sus murmuraciones, que todo el tiempo de su peregrinación por el desierto puede llamarse día de tentación o Masá, nombre que se le dio a aquel lugar (Éxo 17:7), pues tentaron a Dios al decir: ¿Está Jehová con nosotros o no? Cuanto mayores y más numerosas son las experiencias que tenemos del poder y de la bondad de Dios, tanto más grave es nuestro pecado si desconfiamos de Él.

(B) El cargo que, en nombre de Dios, se hace a los incrédulos israelitas (vv. Sal 95:9, Sal 95:10). Su pecado era la incredulidad; tentaron a Dios y lo pusieron a prueba (Núm 14:3, Núm 14:4). Este pecado es llamado rebeldía (Deu 1:26, Deu 1:32). Una agravante de este pecado es que habían visto las obras de Dios (v. Sal 95:9): los milagros para sacarles de Egipto, el maná, las codornices, el agua de la roca, ya en el desierto, eran evidencias plenas de la presencia de Dios entre ellos. Pero ellos eran «un pueblo de corazón extraviado, que no conocía los caminos de Dios» (v. Sal 95:10), es decir, no aprendían por qué actuaba Dios con ellos de aquel modo. La incredulidad y la dureza de corazón de los hombres son efecto de su ignorancia del carácter y de las obras de Dios. Veían las obras de Dios (v. Sal 95:9, comp. Sal 103:7) y, sin embargo, no conocían los caminos de Dios. La causa de esta ignorancia era el extravío de su corazón. Cuando se oscurece el corazón se hacen vanos los pensamientos (v. Rom 1:21). Un corazón errante saca fuera de sí al hombre (comp. Luc 15:17). Los pecados del pueblo de Dios, especialmente la desconfianza, no sólo le enojan, sino que le apesadumbran; pero véase la paciencia y la bondad de Dios: Está disgustado con la nación durante cuarenta años (v. Sal 95:10) y, sin embargo, la siguiente generación entró triunfante en Canaán.

(C) La sentencia que pronuncia contra ellos por su pecado (v. Sal 95:11): «Por tanto juré en mi furor que no entrarían en mi reposo», es decir, en la Tierra Prometida, tierra de reposo después de su larga peregrinación por el desierto (v. Deu 12:9). No es que Dios esté sujeto a las mismas pasiones que tenemos nosotros, pero su justo enojo contra el pecado es una prueba inequívoca de la malignidad del pecado y de la santidad de Dios y de la ley divina. Si tuviésemos ideas claras sobre el pecado y la santidad de Dios, justamente nos enojaríamos contra nosotros mismos. Con razón aplica Heb 4:1 la seria advertencia de estos versículos a los creyentes del Nuevo Testamento, pues nosotros tenemos mayor responsabilidad al haber obtenido mejor revelación por medio del Hijo (Heb 1:1.).

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