Significado de ISRAEL, TIERRA DE Según La Biblia | Concepto y Definición

ISRAEL, TIERRA DE Significado Bíblico

¿Qué Es ISRAEL, TIERRA DE En La Biblia?

El nombre más común en el AT para la tierra donde transcurrió la historia de Israel es Canaán. Cubre una superficie aprox. de 24.600 km² (9500 millas cuadradas), similar a la superficie de Bélgica. Canaán o Palestina se extiende desde el Mar Mediterráneo al oeste hasta el gran Desierto de Arabia al este y desde los Montes Líbano y Antilíbano en el norte hasta el Desierto del Sinaí en el sur. Tiene una extensión de aprox. 240 km (150 millas) de norte a sur y 120 km (75 millas) de este a oeste. La ubicación de Israel afectó en gran manera lo que le sucedería a través de los siglos ya que se asienta de manera incómoda en medio de la “Medialuna Fértil” (que incluye Egipto, Palestina, Mesopotamia, Anatolia y Armenia, o según los nombres actuales: Egipto, Líbano, Siria, Turquía, Jordania, Iraq e Irán). Esta región fue la auténtica matriz de la humanidad, la cuna de la civilización.
Por su localización estratégica, fue un puente de tierra entre Asia y África, un lugar de encuentro y un campo de batalla para muchas potencias de la antigüedad (Egipto, Asiria, Babilonia, Medo-persia, Grecia y Roma). Hoy en día continúa siendo una de las regiones del mundo geopolíticamente más importantes y más sensibles.
De oeste a este las características topográficas son la llanura costera; Galilea y las colinas centrales que corren en sentido norte-sur desde la cadena del Líbano; el Valle de la Gran Falla que se continúa en el Valle de Bekaa y sigue hacia el sur hasta el Mar Muerto en el Arabá, y las tierras altas de Transjordania que son la continuación al sur de los montes Antilíbano en Fenicia/Líbano hasta la planicie de Moab-Edom. Es una región árida y exótica de grandes variedades. Las montañas del norte presentan un enorme contraste con el Arabá y el punto más bajo de la superficie terrestre: el Mar Muerto (395 m [1300 pies] bajo el nivel del mar).
Período preexílico:
 
Período patriarcal
El interés bíblico en Canaán comienza con el llamado de Abraham (Gén 12:1-20). Su viaje a Canaán se produjo aprox. en el 2092 a.C. Él había partido con anterioridad junto con su familia de su hogar en Ur de los caldeos en la Mesopotamia, pero permaneció en Harán, donde falleció su padre Taré. Con su esposa Sarai y su sobrino Lot llegó finalmente a Canaán. Abraham no era un pastor nómada que cuidaba ovejas y cabras sino un príncipe mercader que comerciaba con monarcas y dirigía una fuerza de seguridad de 318 hombres para que protegieran su familia y sus posesiones. Los nombres de personas y de lugares que se describen son verosímiles y podemos confiar en que el ciclo de Abraham constituye un registro confiable de la historia. Abraham recibió una promesa de parte de Dios de que la tierra de Canaán les sería dada a sus descendientes para siempre, pero el único terreno que en realidad él poseyó en la Tierra Prometida fue una parcela donde lo enterraron junto a Sara. A manera de inicio de una constante, Isaac, el hijo menor de Abraham, fue el hijo de la promesa. Isaac tuvo mellizos: Jacob y Esaú. Siguiendo con el modelo, el menor de los mellizos, Jacob, se convirtió en hijo de la promesa. Sus doce hijos dieron nombre a las doce tribus de Israel, pero el hijo de la promesa, Judá, no fue el héroe de su generación sino que José se convirtió en el salvador de la familia.
No hay motivos para dudar de la existencia de José. Su historia (Gén 37:1-36; Gén 38:1-30; Gén 39:1-23; Gén 40:1-23; Gén 41:1-57; Gén 42:1-38; Gén 43:1-34; Gén 44:1-34; Gén 45:1-28; Gén 46:1-34; Gén 47:1-31; Gén 48:1-22; Gén 49:1-33; Gén 50:1-26) refleja con exactitud la historia de Egipto en el s. XIX a.C. La historia de José se divide en tres partes: José y sus hermanos en Canaán; José solo en Egipto; y José en Egipto con su padre Jacob (que para ese entonces se llamaba Israel) y sus hermanos con sus familias.
José era uno de los hijos menores y gozaba del favor de su padre, lo que resintió profundamente a sus hermanos, que lo vendieron como esclavo y le dijeron al padre que había muerto. En Egipto superó varias veces grandes obstáculos hasta que llegó a ser la mano derecha de Faraón. La hambruna hizo que sus hermanos acudieran a Egipto en busca de alimentos, y allí terminaron frente al mismo José quien, luego de ponerlos a prueba, hizo que la familia de su padre se asentara en esa nación alrededor del 1875 a.C. El relato sobre José expone un asombroso contexto egipcio que encaja a la perfección con lo que se conoce de ese período. La historia de José explica por qué la familia de Jacob y las tribus de Israel estuvieron en Egipto durante los 430 años siguientes.
El período egipcio
Varios cientos de años de silencio relativo separan el final de la historia de José (Gén 37:1-36; Gén 38:1-30; Gén 39:1-23; Gén 40:1-23; Gén 41:1-57; Gén 42:1-38; Gén 43:1-34; Gén 44:1-34; Gén 45:1-28; Gén 46:1-34; Gén 47:1-31; Gén 48:1-22; Gén 49:1-33; Gén 50:1-26) del inicio de la historia narrada en el libro de Éxodo. El relato sobre José indica que Israel probablemente haya ingresado en Egipto justo en medio de la ilustre Dinastía XII (aprox. 1875–1850 a.C.). Los hicsos (“gobernantes de tierras extranjeras”) eran un pueblo asiático que tuvo el control de Egipto durante una época de inestabilidad política que permitió que derrocaran alrededor del 1730–1710 a.C. a las dinastías de egipcios nativos. Los hicsos establecieron la capital en el delta del Río Nilo en Avaris y mantuvieron el control del norte de Egipto por aprox. 250–260 años. Los hicsos eran el pueblo de aquel rey que “no conocía a José”. No tuvieron control total de Egipto durante la mayor parte de su permanencia allí, pero fueron líderes de una federación de gobernantes sobre varias zonas de ese país. Cuando asumieron el poder, la suerte de los israelitas empeoró. Sin el favor de los faraones, fueron reducidos a servidumbre. Los hicsos fueron expulsados de Egipto alrededor del 1570 a.C.
Moisés aparece al principio de la era del nuevo reino ya que nació aprox. en el 1526 a.C. Sus padres, Amram y Jocabed, procuraron salvarle la vida (debido al decreto de Faraón de que todos los bebés varones hebreos debían morir) colocándolo en una cesta a la deriva en el Río Nilo. La canasta se detuvo justo donde se bañaba una hija de Faraón. Ella lo tomó y lo crió como si fuera nieto de Faraón. Educado en el palacio de Egipto, Moisés recibió una de las educaciones más exquisitas del mundo. Aprendió una amplia variedad de idiomas y una extensa gama de temas que lo prepararon de manera adecuada para liderar y gobernar a los israelitas cuando estos abandonaron Egipto. Es probable que el Faraón durante la infancia de Moisés fuera Amenofis I, y que el sucesor que oprimió a los israelitas en particular fuera Tutmosis I quien reinó del 1526–1512 a.C. Tutmosis II reinó del 1512–1504 a.C., y Tutmosis III del 1504–1450 a.C. Es probable que la madre adoptiva de Moisés fuera una mujer poderosa llamada Hatshepsut, que con eficiencia estuvo al mando en Egipto mientras Tutmosis III, quien había ascendido al trono, aún era menor de edad. Tutmosis III encaja a la perfección en el rol del faraón que buscó quitarle la vida a Moisés cuando este asesinó (aprox. a los 40 años) a un egipcio prominente, y su sucesor Amenofis II (que reinó del 1450–1425 a.C.) quizás haya sido el faraón durante el éxodo, que probablemente ocurrió en 1447 o 1446 a.C.
El éxodo de Egipto (aprox. 1447 a.C.)
El éxodo de Egipto es para Israel lo que la Odisea fue para los griegos, los padres peregrinos para los norteamericanos, y los inmigrantes españoles e italianos para Argentina. La identidad nacional de Israel estaba íntimamente ligada a su liberación de Egipto en el grandioso éxodo. Esto se confirma de manera gráfica en que la frase (con ciertas variaciones) que expresa que Yahvéh sacó a Israel de Egipto (“habéis salido de Egipto de la casa de servidumbre”) aparece 125 veces en el AT.
Israel llegó al Monte Sinaí alrededor del 1447 a.C. Aunque se sugirieron diversas ubicaciones para este monte, la mejor opción es el sitio tradicional de Jebel Musa, en el extremo sur de la Península de Sinaí. En ese lugar, Israel hizo un pacto con Yahvéh, recibió los Diez Mandamientos y comenzó su primera experiencia de gobierno propio.
El período del desierto (aprox. 1447–1407 a.C.)
Alrededor de un año después se encaminaron a la Tierra Prometida pero se les impidió ingresar, primero por la desobediencia y luego por decisión de Dios, y no llegaron a Canaán sino hasta pasados 40 años. Durante los años en el Desierto de Sinaí surgió un destacado sentimiento de identidad y de misión. Además, durante dichos años Israel recibió toda la legislación necesaria para ser una sociedad ordenada. La experiencia de Israel en el desierto se caracterizó por tiempos buenos y malos. Dios protegió y preservó de manera sobrenatural a Israel, pero la generación que se negó a entrar a la tierra tras la orden de Dios pereció, a excepción de los dos espías fieles, Josué y Caleb.
La conquista de Canaán (aprox. 1407–1400 a.C.)
Una de las historias más asombrosas jamás contada acerca del origen de una nación se desplegó cuando Israel se trasladó a la tierra prometida. Un viaje de solo 11 días se extendió por 40 años. Hacia el final de este período muere Moisés y es enterrado por el Señor mismo. Josué, un efraimita, asume el liderazgo de la nación. En comparación, Josué ocupa escaso espacio en el relato. Se lo presenta como sucesor de Moisés y conquistador de Canaán (Deu 1:38; Deu 3:21; Deu 3:28; Jos 1:1-18). Fuera del libro que lleva su nombre, se lo menciona en Éxo 17:8-16; Jue 1:1; Jue 2:6-9; 1Re 16:34; 1Cr 7:27 y Neh 8:17.
Josué realizó una tarea destacada de organización y ejecución del plan para la conquista de la tierra. El pueblo cruzó el Jordán en seco de manera milagrosa durante la estación de la creciente. Israel renovó el pacto en Gilgal, donde fueron circuncidados todos aquellos varones que no se habían circuncidado en el desierto. La conquista fue impactante, comenzando por la caída milagrosa de los muros de Jericó. Sin embargo, algunos pueblos de la tierra no fueron expulsados por completo y quedaron como una fuente permanente de conflicto para Israel.
Josué repartió la tierra entre las doce tribus según las instrucciones que Dios le había dado a Moisés, y así comenzó la ocupación de Canaán. Las cosas marcharon bien mientras vivieron los que habían servido junto a Josué, pero luego comenzó un oscuro período de grave decadencia espiritual.
Período de los jueces (aprox. 1360–1084 a.C.)
Jue 1:1-29 conforma una transición literaria entre la vida de Josué y el período de los jueces. La espiral descendente duró alrededor de 280 años. Los jueces (sophetim) eran más bien líderes o gobernantes y no tanto funcionarios judiciales. El período se caracterizó por un ciclo recurrente de decadencia, opresión, arrepentimiento y liberación. Las reformas jamás perduraron y la opresión se reiteraba una y otra vez. Los informes del obrar de los distintos jueces no son estrictamente cronológicos y con frecuencia se superponen, lo que explica por qué el tiempo transcurrido de 280 años es mucho menor que el total global de 410 años correspondientes a los 15 jueces mencionados. La decadencia espiritual progresiva se ve en el carácter de los jueces sucesivos que declina en forma progresiva hasta que ellos y su pueblo se parecieron más a los pueblos que los rodeaban que al pueblo del único Dios vivo y verdadero.
Hacia fines de este período resurge la esperanza con la saga heroica de Noemí, Rut y Booz, quienes demostraron que los israelitas fieles se mantenían leales al Señor del pacto. De esta familia descendería el gran rey David.
El último juez fue el más notable: Samuel, un benjamita cuya madre lo dedicó al servicio de Jehová. Criado por el sacerdote Elí, se convirtió en sacerdote y juez cuando Dios eliminó a la familia de aquel por su infidelidad. Samuel administró a la nación con sabiduría y justicia, y durante su servicio prevaleció la estabilidad. Sin embargo, el pueblo quiso ser como otras naciones y pidió un rey.
La monarquía unida (aprox. 1051–931 a.C.)
Samuel se irritó, pero Dios le ordenó que le diera al pueblo lo que había pedido, el rey que deseaban: Saúl, hijo de Cis, un rico benjamita. Un alto, bien parecido y humilde Saúl que no buscaba el poder, lo aceptó con recelo pero, una vez al mando, demostró poco juicio y una falta total y catastrófica de discernimiento espiritual.
Saúl tuvo un buen comienzo al vencer a los filisteos con la intervención del joven David que mató al campeón filisteo Goliat a manera de símbolo de lo que habría de venir. Casi de inmediato, Saúl sintió desconfianza y resentimiento hacia David y lo mantuvo cerca al darle por esposa a su hija Mical y designarlo comandante de sus tropas, acerca de las cuales David tenía que informar al rey (1Sa 18:1-30). Saúl estaba decidido a dejarle el trono a su hijo Jonatán pero descuidó el reino para perseguir a David. Su reinado duró alrededor de 40 años.
David era el hijo menor de Isaí de Belén. Trabajaba para su padre como pastor. Samuel ungió a David años antes de que subiera al trono, y este siempre honró al rey Saúl y en varias ocasiones dejó pasar oportunidades de asesinarlo. En vez de atacarlo, huyó de él durante años. A medida que se desintegraba el reino de Saúl, David se fortalecía y obtenía numerosos seguidores.
Finalmente, Saúl y Jonatán fueron asesinados en batalla y David reinó en Hebrón sobre su tribu de Judá durante siete años, en tanto que las tribus restantes eran lideradas por Is-boset, hijo de Saúl. Luego del brutal asesinato de Is-boset, David accedió al trono de todo Israel durante 33 años más y estableció su capital en Jerusalén. Venció a los enemigos de Israel y consiguió paz para su pueblo. Fue el más grandioso rey de Israel a quien Dios describió como “varón conforme a mi corazón” (Hch 13:22; 1Sa 13:14), pero falló en el aspecto moral y, como resultado, pasó años en medio de conflictos familiares y personales. David no solo tuvo una aventura amorosa con la esposa de uno de sus subordinados más fieles sino que, ante el riesgo de ser descubierto, ideó un plan para asesinar a Urías. Su casa jamás volvió a tener paz y hasta le costó la vida de algunos de sus hijos. David elaboró planes para el templo y reunió los materiales pero, a causa de su pecado, Dios no le permitió que concretara el proyecto.
Al final de su vida, el ascenso de su hijo Salomón al trono fue una encarnizada lucha familiar. Salomón tuvo un maravilloso comienzo al edificar y dedicar un templo magnífico. Genuinamente humilde de corazón, Dios lo prosperó más allá de sus profundas aspiraciones. Salomón fue venerado por su sabiduría y conservó un reino que excedió cinco veces el tamaño de la tierra que Dios le había prometido a Abraham, y llegó al sur hasta el Sinaí y al norte hasta el Río Éufrates. Se convirtió en uno de los monarcas más importantes de su época. Hacia el final de su reinado de 40 años, el reino era sólido, pero su compromiso con Jehová había menguado y sus últimos años fueron entorpecidos por problemas internos. Poco después de su muerte finalizó la monarquía unida.
La monarquía dividida (aprox. 931–586 a.C.)
El reino unido de las doce tribus de repente se dividió en el 931/930 a.C. De ahí en adelante, a las diez tribus del norte se las conocería como Israel o Efraín (la tribu de mayor influencia). Las dos tribus del sur, Judá y Benjamín, permanecieron fieles a la casa de David y se las conoció como Judá. Incluso antes de la creación del reino unido, la unidad de Israel ya era frágil. Las rivalidades y los celos por cuestiones nimias eran comunes durante el período de los jueces. La división entre Judá e Israel era evidente aun en la época de Samuel, pero David consiguió un alto grado de unidad nacional. Los elevados impuestos de Salomón y los períodos forzosos de trabajo que se le impusieron al pueblo durante el reinado de este y el de Roboam hicieron estallar el conflicto.
La sedición ya estaba latente durante la última parte del reinado de Salomón. Jeroboam, hijo de Nabat, era un supervisor exitoso de la labor civil en Efraín bajo el mando de Salomón (1Re 11:27-28). El profeta Ahías de Silo se encontró un día con Jeroboam y, rasgando sus ropas en doce partes, le entregó a Jeroboam diez de estas porciones. Entonces proclamó que este reinaría sobre Israel (1Re 11:31). El rumor de esta profecía se difundió con rapidez y Jeroboam huyó a Egipto donde halló refugio con el faraón Sisac, un político oportunista. La paz se mantuvo hasta la muerte de Salomón, pero luego el conflicto surgió con rapidez y Roboam no fue lo suficientemente sabio como para salvar la endeble situación.
En vez de aliviar las costosas cargas gubernamentales aplicadas al pueblo por su padre, Roboam amenazó con incrementarlas, por lo que diez tribus se rebelaron y abandonaron el Reino del Sur de Roboam; solo quedaron las tribus de Judá y Benjamín. Jeroboam se convirtió en el primer rey del Reino del Norte y de inmediato impulsó al pueblo a la idolatría. Para recuperarse de la pérdida de los lazos religiosos con Jerusalén, Jeroboam hizo dos becerros de oro para las ciudades de Dan y Bet-el. Debido a la apostasía, la familia de Jeroboam perdió el derecho al reino. Su nombre se convirtió en estereotipo del mal de los gobernantes del Reino del Norte.
Roboam fue atacado por el aliado de Jeroboam, el faraón Sisac (Sheshonq I, aprox. 945–924 a.C.), quien saqueó el templo y luego avanzó al territorio de Israel, de Galaad y de Edom. Una inscripción que dejó Sisac en Karnak declara que venció a 150 ciudades de la región. Resulta curioso que Sisac no consolidara los territorios ganados sino que regresara a Egipto donde al poco tiempo murió. Roboam aseguró su reino y le entregó una nación estable a su hijo Abías, quien reinó solo dos años. Fracasó en su intento de unir a las tribus. Su hijo Asa reinó 41 años sobre Judá y revirtió en parte el deterioro religioso.
En la historia subsiguiente de las dos naciones hubo nueve reinados o corregencias con superposiciones que dificultan la determinación de la cronología de Reyes y Crónicas. Además, el norte se dividió ideológicamente en dos (1Re 16:21), lo que ocasiona mayor confusión. Durante la época del reino dividido, cada nación tuvo 19 reyes. Los reyes del norte provinieron de nueve dinastías o familias, mientras que todos los reyes de Judá fueron descendientes de David. Los 19 reyes del Reino del Norte gobernaron desde el 930 al 722 a.C., y el tiempo promedio de cada reinado fue relativamente breve. Los reyes del Reino del Sur rigieron desde el 930 al 586 a.C., lo cual demuestra la mayor estabilidad y continuidad de la vida en Judá. A todos los reyes de Israel se los evalúa en Reyes y en Crónicas como malos, mientras que los reyes de Judá fueron en parte malos y en parte buenos. Resulta llamativo que el peor de los reyes era de Judá: Manasés, quien entregó a uno de sus hijos en un sacrificio pagano.
Durante las monarquías israelitas, grandes naciones aparecían en escena cuando sus asuntos se vinculaban con los de Judá e Israel. Como el centro del relato bíblico es el pueblo de Dios, solo se brindan algunas descripciones y breves esbozos de la historia más amplia de la época. Los detalles brindados en la Biblia se confirman una y otra vez en los archivos y en los artefactos de toda clase que dejaron otros reinos de la antigüedad.
Con el transcurrir de la vida del Reino del Norte, la relación entre Israel y Judá fue variando de hostil a cortés, y luego a fraternal. A veces fueron aliados y en ocasiones participaron de alianzas opositoras. En general, ambos reinos disfrutaron períodos de paz y prosperidad. Un acontecimiento de mal presagio fue el surgimiento de Siria, una potencia importante en la época de la división del reino israelita (aprox. 930 a.C.). Alrededor del 850 a.C., Damasco era la capital del estado más poderoso de la región. Asiria atravesaba un período de agitación política interna, lo que otorgó mayor autonomía a otras naciones. No obstante, luego de alrededor de un siglo de debilidad, el resurgimiento de Asiria (aprox. 745 a.C.) cambió el equilibrio geopolítico y anticipó futuros conflictos en los reinos israelitas.
Siria quedó aislada y rodeada por territorios bajo control asirio. Como aquella tenía sus propios problemas, Judá prosperó de manera notable durante el prolongado reinado del buen rey Ezequías. Sin embargo, el final de Israel era inminente.
El último siglo del Reino del Norte (VIII a.C.) se caracterizó por el ministerio de cuatro grandes profetas: Amós, Oseas, Miqueas e Isaías, además de Jonás. Ellos vieron con absoluta claridad la desaparición de Israel y posteriormente la de Judá. Sin embargo, ambas naciones creían ser invencibles por su relación con Yahvéh. La mayor parte del pueblo no tenía en cuenta a los profetas y seguía aferrado a la vana ilusión de grandeza y seguridad.
De manera trágica, Asiria eliminó a Israel luego de la caída de Samaria en el 722 a.C. y atacó un par de veces a Judá (701 y 688 a.C.) pero no pudo conquistarla gracias a la intervención divina. Judá siguió existiendo unos 135 años más, a veces como estado vasallo de Asiria. Jerusalén cayó finalmente en el 587–586 a.C. ante los babilonios al mando de Nabucodonosor, quien desplazó a Asiria de su puesto como potencia mundial dominante a fines del s. VII a.C. (aprox. 612–609).
El exilio babilónico
Los babilonios deportaron a la mayoría del pueblo de Judá. La supremacía neobabilónica tuvo una vida corta. Babilonia cayó en el 539 a.C. ante su ex aliado, el Imperio Medo-persa.
El período posexílico
Poco después de la caída de Babilonia, el rey persa Ciro el Grande permitió que los pueblos conquistados se reubicaran en su tierra de origen (Esd 1:2-4). Los judíos comenzaron a regresar a Judá alrededor del 537 a.C. Bajo el liderazgo de Zorobabel, Esdras y Nehemías se reconstruyó Jerusalén y se edificó un segundo templo. En este período el pueblo gozó de cierta autonomía. La era del AT finalizó alrededor del 400 a.C. con el ministerio del profeta Malaquías.
El período intertestamentario
El período de dominación persa finalizó con las conquistas de Alejandro Magno a partir del 332 a.C. Palestina pasó de mano en mano varias veces entre los sucesores seléucidas y ptolemeos de Alejandro. La dominación griega en Palestina continuó hasta que los judíos tuvieron éxito en el establecimiento de un reino independiente en una guerra que se inició en el 167 a.C. bajo el liderazgo del anciano sacerdote Matatías y sus hijos, quienes se hicieron conocidos como los macabeos. En el 63 a.C., el general romano Pompeyo estableció el control romano en Palestina. Subdividieron la región por motivos de gobernabilidad y nombraron gobernantes locales, pero también mantuvieron el control con la presencia del ejército romano.
Del período del NT en adelante
La dominación romana en Palestina continuó más allá de la época del NT y finalizó con la primera guerra judía contra Roma alrededor del 66–72 d.C. en la que tanto el templo como Jerusalén resultaron diezmados (70 d.C.). Finalmente, luego de otra guerra en el siglo II d.C. (aprox. 135), los judíos fueron esparcidos por todo el Imperio Romano. Palestina permaneció bajo dominación romana hasta el 400 d.C. aprox. Ver Cronología de la época bíblica.

Walter C. Kaiser (h) y Charles W. Draper

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