1 Reyes 2:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Abiatar y Joab habían sido de los que habían apoyado la causa de Adonías en su rebelión anterior y, por las palabras de Salomón en el v. 1Re 2:22, puede sospecharse que habían sugerido a Adonías que adoptase esta otra estratagema. Esto era por parte de ambos (el sumo sacerdote y el general en jefe del ejército), una intolerable afrenta a Dios y al rey, tanto mayor cuanto más alta era la posición que ocupaban y de mayor influencia el ejemplo que daban al pueblo. Ambos eran reos de alta traición, pero, en el juicio pronunciado contra ellos, se observa una diferencia establecida con buena razón.

I. Abiatar, en consideración a su carácter sacerdotal y por los grandes servicios prestados antaño a David, és únicamente degradado (vv. 1Re 2:26, 1Re 2:27). 1. Salomón, con gran sabiduría, le deja convicto de culpabilidad. 2. Le hace a la memoria el oficio que había desempeñado delante de Dios («por cuanto has llevado el Arca de Jehová el Señor»), y la participación que había tenido en los sufrimientos de David («Y además has sido afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre»). 3. Por estas razones le conserva la vida pero lo confina en Anatot, su territorio, apartándolo de la corte, y lo depone de su cargo de sumo sacerdote, incapacitándolo para asistir al tabernáculo y al altar y para interferirse en los asuntos públicos. 4. Con esta deposición de Abiatar se cumplía la amenaza pronunciada contra la casa de Elí (1Sa 2:30), pues él era el último sumo sacerdote de dicha familia, descendiente de Itamar; así volvía el sumo sacerdocio a su legítima rama, por medio de Sadoc, descendiente de Eleazar.

II. Joab, en cambio, en consideración de sus anteriores crímenes, a los que sumaba el apoyo prestado a la causa de Adonías, es ejecutado.

1. Su conciencia culpable le envió a asirse de los cuernos del altar. Se enteró de que Adonías había sido ejecutado (vv. 1Re 2:24, 1Re 2:25) y Abiatar depuesto (vv. 1Re 2:27, 1Re 2:28), y, por eso, al temer que a él le tocara ahora el turno, huyó a refugiarse en el altar.

2. Salomón ordenó que se le diera muerte por los asesinatos cometidos contra Abner y Amasá (vv. 1Re 2:31, 1Re 2:32), pues éstos eran los crímenes que el propio David había mencionado como dignos de muerte (vv. 1Re 2:5, 1Re 2:6); por eso no menciona Salomón la adhesión que había prestado últimamente a Adonías: «Había dado muerte a dos varones más justos y mejores que él» (v. 1Re 2:32), ya que a él no le habían hecho ningún daño y, si hubiesen sobrevivido, le habrían prestado a David, probablemente, mejores servicios que los que le prestó Joab. Por estos crímenes: (A) Debe morir, y morir por la espada de la justicia pública. (B) Debe morir en el mismo altar en el que ha preferido refugiarse (v. 1Re 2:30). Benayá tenía cierto escrúpulo de matarle allí, pero Salomón, que conocía mejor la ley, sabía que el altar de Dios no podía servir de refugio a criminales notorios, esto es, asesinos voluntarios. Ordena, pues, que se le mate allí mismo. La santidad de cualquier lugar nunca debe servir para encubrir la perversidad de ninguna persona. Los que, con fe viva, se asen de Cristo y de su justicia, resueltos a perecer allí, si es que han de perecer, hallarán en Él una protección más poderosa que la que halló Joab en los cuernos del altar. Benayá lo mató allí con toda la solemnidad, a no dudar, de una pública ejecución.

3. Salomón se quedó satisfecho con este acto de justicia, no por motivo de venganza personal, sino en cumplimiento de las órdenes de su padre y al saber que prestaba un buen servicio a la corona y al gobierno de la nación. Así se aseguraba la paz (v. 1Re 2:33) sobre David, su descendencia, su casa y su trono. Ahora que un hombre tan turbulento como Joab ha sido quitado de en medio, habrá paz. Salomón mira hacia Jehová como la fuente de donde ha de manar esta paz: «Habrá paz perpetuamente de parte de Jehová»; paz de Jehová, y paz perpetua de Jehová; Él es, así, autor y consumador de la verdadera paz. «La paz de Dios y el Dios de la paz» (Flp 4:7, Flp 4:9) estén siempre con nosotros.

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