Significado de PSEUDONIMIA Según La Biblia | Concepto y Definición

PSEUDONIMIA Significado Bíblico

¿Qué Es PSEUDONIMIA En La Biblia?

Se dice que un texto es seudónimo cuando el nombre que figura como autor no es el verdadero. Tales obras las escribe otra persona luego de la muerte del pretendido autor o durante su vida, alguien a quien no se le ha encargado tal misión. Los escritos seudónimos no equivalen a textos anónimos. Los primeros hacen alegatos definidos de autoría, los últimos no.
Muchos eruditos de la alta crítica creen que en el AT hay pseudonimia (por ej. Daniel) y también en el NT (por ej. las Epístolas Pastorales). Con seguridad, hay varios escritos pseudónimos fuera del canon de la Escritura (1 Enoc, 4 Esdras y 3 Corintios, la Epístola a los Laodicenses y el Evangelio de Pedro). Sin embargo, falta evidencia para respaldar la presencia de tales obras en las Escrituras.
Para promover la idea de que existe la pseudonimia dentro del canon, los críticos apelan a fuentes grecorromanas (las escuelas pitagóricas y cínicas) y judías. Pareciera que cierta pseudonimia ha sido una costumbre en tales ambientes (comp. Iamblichus, de Vita Pythagorica § 198, 158). Autores sin reputación escribían muchas veces usando el pseudónimo de una figura mayor y con reputación para asegurarse de que se escucharan las obras de ellos.
No era típico encontrar atribuciones específicas de autoría en los antiguos escritos judíos. De todas formas, en ellos puede haber pseudonimia. El fenómeno tuvo lugar principalmente en escritos apocalípticos luego del 200 a.C. y posiblemente se debió a una creencia general de que la inspiración profética había cesado (comp. Josefo, Contra Apio 1.41; El Talmud Babilónico, Sanedrín 11a).
La literatura judía no es, por lo general, de mucha ayuda en el estudio de los libros pseudoepigráficos en el cristianismo primitivo. Los escritos del NT que los críticos clasifican más a menudo como pseudonímicos son las epístolas. Por lo tanto, se hace necesario considerar la literatura epistolar judía para establecer precedentes. Solo dos cartas pseudónimas nos han llegado a partir de fuentes judías: la Carta de Aristeas y la Epístola de Jeremías. La primera obra en realidad no es una carta porque no se presenta en forma epistolar. Es más bien una narración apologética que proporciona un relato de la traducción del AT hebreo al griego. El segundo escrito, un sermón que advierte a los judíos contra la idolatría pagana, se autodenomina carta e identifica a los emisores y a los destinatarios pero, según se afirma, es copia de una epístola. Por lo tanto, no se puede comparar en forma absoluta con las epístolas del NT. Existen otras cartas pseudónimas judías (1 Bar 2:1-35 Baruc 78–87, 1 Enoc 92–105, y algunas cartas que son parte de 1 y 2 Macabeos), pero tales escritos se presentan dentro de marcos compuestos apocalípticos o narrativos. Estas cartas tenían forma y función diferentes a las de las epístolas del NT, y no son relevantes para estas últimas.
De todas formas, es posible encontrar cartas pseudónimas en los círculos cristianos, aunque son menores en número y comunes y corrientes (por ej. las Cartas de Cristo y Abgaro, la Carta de Léntulo, la Correspondencia de Pablo y Séneca, la Epístola de Tito, la Epístola a los Laodicenses, la Epístola de los Apóstoles, 3 Corintios y las Cartas Pseudoignacias). Además, no se parecen ni remotamente a las epístolas del NT y fueron escritas en una fecha mucho más tardía.
El NT contiene pasajes de gran relevancia para la cuestión de la pseudonimia en el cristianismo primitivo. Por ejemplo, en 2Ts 2:2 Pablo advirtió a la iglesia en contra de aceptar la falsa enseñanza de que “el día del Señor está cerca” y había venido. Les advierte a sus lectores que, sin importar cuál fuera la fuente por la que habían recibido esta herejía (“ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta”), ni Pablo ni sus compañeros de misión tenían nada que ver con eso. Pablo hubiera objetado una carta pseudónima que se le atribuyera a él y que contuviera enseñanzas falsas y erróneas, o material que él no hubiera escrito. El apóstol claramente niega la pseudonimia en su nombre (comp. 2Ts 3:17).
Las firmas paulinas en el NT (1Co 16:21; Gál 6:11; Col 4:18; 2Ts 3:17; Flm 1:19) indicaban el uso de un secretario por parte del apóstol y les proporcionaba a los lectores una señal de la autenticidad y la autoridad de sus cartas. A Pablo por cierto no le hubiera agradado que alguien haya usado una imitación de su firma en una carta pseudónima que pretendiera ser suya.
En Apo 22:18-19, Juan advirtió que nadie debía alterar ni volver a redactar lo que él había escrito en el libro. Se puede hacer una extrapolación de la interpretación de estos versículos e inferir que alguien estaba escribiendo otro libro y que se lo estaba adjudicando falsamente a él mediante la pseudonimia. Juan habría objetado una carta pseudónima que se le atribuyera a él y que contuviera falsedades o material que él no había escrito. Escribir una obra pseudónima y atribuírsela a otro es en realidad manipulación de un documento existente. Por lo tanto, ampliar un cuerpo literario ya existente (por ejemplo, el corpus paulino) añadiendo unas pocas obras que no son auténticas, es alterar el verdadero corpus del autor.
El NT también contiene varias apelaciones a la verdad que son difíciles de reconciliar con el pensamiento de un autor que ha usado deliberadamente la pseudonimia. Por ejemplo, en 1Ti 4:1-2 Pablo advierte a sus lectores que no abracen la doctrina de “espíritus engañadores” y la “hipocresía de mentirosos”. En Efe 4:15 instruye a sus lectores a hablar “la verdad en amor”. En Efe 4:25 exhorta a la iglesia a “desechar la mentira” y “hablar la verdad”. En Col 3:9 amonesta a sus lectores: “No mintáis los unos a los otros”. Además, el Espíritu Santo que mora en cada creyente (1Co 6:19; 1Co 12:13) y al que se lo describe como el “Espíritu de verdad” (Jua 14:17; Jua 16:3) creó un espíritu en la comunidad cristiana que habría hecho que se rechazara la pseudonimia y que esta no hubiera florecido. Un estudio cuidadoso de los términos para “engaño” revela que es difícil sostener un concepto de engaño legítimo en el NT.
Las reacciones conocidas de los cristianos primitivos ante la pseudoepigrafía no afirman que la práctica haya sido aceptable (comp. los comentarios de Tertuliano en de Baptismo 17 sobre los Hechos de Pablo; los comentarios de Serapio acerca del Evangelio de Pedro registrado en la Historia Eclesiástica de Eusebio 6.12; la referencia en el Canon Muratorio a las cartas paulinas “falsificadas”, etc.). El lenguaje usado por los líderes de la iglesia primitiva al aludir a obras pseudónimas las describe claramente como fraudulentas y engañosas. Los cristianos primitivos sencillamente no adoptaban obras pseudónimas ya que su opinión de ellas era peyorativa. Si las descubrían, rechazaban firmemente tales escritos.
No todos los críticos concuerdan. Algunos argumentan que lo único que le preocupaba a la iglesia primitiva era el contenido de las obras y no la pseudonimia. Sin embargo, esta teoría no explica la exclusión del canon de la iglesia de varios escritos pseudónimos de contenido ortodoxo (por ej. la Predicación de Pedro, el Apocalipsis de Pedro, la Epístola de los Apóstoles, la Correspondencia de Pablo y Séneca, la existente Epístola a los Laodicenses, etc.).
Otros críticos objetan que la evidencia de las actitudes de cristianos gentiles posteriores hacia la pseudoepigrafía es anacrónica y no debería ser usada para juzgar el fenómeno de la pseudonimia judeo-cristiana del primer siglo. Sin embargo, el que los mismos judíos rechazaran del canon hebreo obras pseudónimas como 1 Enoc y 4 Esdras ayuda a hacer que esta última teoría resulte insostenible. Indiscutiblemente, los cristianos ortodoxos del siglo II desaprobaron enérgicamente la pseudonimia, y es improbable que los cristianos del siglo I tuvieran una opinión diferente al respecto.
Existen aun más eruditos que destacan que el rechazo de la iglesia hacia la pseudonimia tuvo lugar en un período cuando circulaba gran cantidad de literatura herética atribuida a los apóstoles. Por lo tanto, es probable que este fenómeno haya influido en cómo los eclesiásticos ortodoxos, que estaban preocupados por la herejía, consideraban toda pseudonimia. Sin embargo, cabe la posibilidad de que la iglesia primitiva haya respondido de manera diferente; por ejemplo, escudriñando solamente el contenido de los documentos y no su autoría. Pero por otro lado, los cristianos primitivos no actuaron de esa manera sino que, en cambio, utilizaron ambas normas en el momento de reconocer que los libros eran inspirados por Dios y canónicos.
Efectivamente, los libros inspirados e infalibles de la Santa Biblia son precisos. Se puede confiar en que fueron escritos por quienes afirman que fueron escritos.

Terry Wilder

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