Jeremías 23:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Viene ahora una larga lección para los falsos profetas. Jeremías se había quejado ante Dios de esos falsos profetas (Jer 14:13) y había predicho con frecuencia que se habían de ver envueltos en la ruina común; pero aquí tienen ayes que les pertenecen de modo especial.

I. El profeta expresa la pena que le causaba ver a estos hombres, que pretendían estar comisionados e inspirados por Dios, arruinándose a sí mismos, y al pueblo en medio del cual vivían, con su falsedad y su traición (v. Jer 23:9): «Mi corazón está quebrantado dentro de mí … estoy como un ebrio». Jeremías era una persona a quien las cosas le llegaban muy hondo, y todo lo que era una amenaza para su país, hacía enorme impresión en su ánimo. Aquí se halla en tanta aflicción: 1. Por causa de los profetas, de su pecado, de las falsas doctrinas que predicaban y de la mala vida que llevaban, a pesar de que presumían de recibir sus instrucciones directamente de Dios. 2. «Por causa de Jehová y por causa de sus santas palabras». Temblaba al pensar en la ruina y en la desolación que estaban llegando «de la faz de Jehová y de la faz de las palabras de su santidad» (lit.).

II. Se lamenta de la desbordante perversidad del país y de las actuales señales del desagrado de Dios (v. Jer 23:10): «Porque la tierra está llena de adúlteros». Aunque la idolatría es descrita bajo la designación de «adulterio» (espiritual), Freedman hace notar que aquí «probablemente ha de interpretarse en sentido literal, no en el sentido figurado de adoradores de ídolos». M. Henry lo entiende en ambos sentidos. Asensio sólo en el sentido figurado. El contexto parece estar a favor del sentido literal. El desagrado de Dios se muestra (v. Jer 23:10) en que la tierra está desierta (comp. con Jer 9:9), no sólo deshabitada, sino también asolada, pues los pastizales del desierto se secaron. Las dos últimas frases del v. Jer 23:10 son así literalmente: «Su curso, el fin que se proponen, es malo y su fuerza no es recta», es decir, «utilizan su poder para objetivos malvados» (Freedman).

III. Culpa de todo esto a los falsos profetas y a los sacerdotes, especialmente a los profetas. Ambos son impíos (v. Jer 23:11); los sacerdotes profanan las ordenanzas de Dios que pretenden administrar; los profetas, la palabra de Dios que pretenden comunicar, aun en mi casa hallé su maldad, dice Jehová (v. Jer 23:11): en el templo, donde ministraban los sacerdotes y donde profetizaban los profetas, ambos eran culpables de idolatría e inmoralidad. De dos cosas se les acusa:

1. De que, con su ejemplo, enseñaban al pueblo a pecar. Los compara con los profetas de Samaria, la capital del reino del norte, que estaba desolada desde hacía mucho tiempo. Los profetas de Samaria habían sido muy insensatos al profetizar en nombre de Baal (v. Jer 23:13), haciendo así errar al pueblo de Israel, al que todavía llama Dios mi pueblo. Los profetas de Jerusalén no hacían eso, pues profetizaban en nombre del verdadero Dios y se estimaban mucho en eso de no ser como los profetas de Israel que profetizaban por Baal; pero corrompían la nación con sus inmoralidades (v. Jer 23:14), tanto como los otros con sus idolatrías. Hacían uso del nombre de un Dios santo, mientras se revolcaban en todo género de impurezas. En el nombre del Dios de la verdad profetizaban, mientras (v. Jer 23:14) andaban en mentiras. Con todo esto, Judá y Jerusalén habían llegado a ser como Sodoma y Gomorra (v. Jer 23:14, al final) y así los veía Dios como maduros para sufrir la misma destrucción que las ciudades nefandas de la Pentápolis.

2. De que animaban al pueblo, mediante sus falsas profecías, a continuar pecando. Se habían llegado a convencer a sí mismos de que no había ningún peligro y ningún daño en el pecado y se ajustaban, en la práctica, a esta falsa convicción (v. Jer 23:16): «hablan visión de su propio corazón, es decir, de su imaginación exaltada, no de la boca de Jehová». Les dicen a los pecadores (v. Jer 23:17) que todo les irá bien aunque persistan en sus pecados. Estos profetas lisonjeaban falsamente al pueblo. Tenían que haberles dicho: No hay paz para los malvados (Isa 48:22; Isa 57:21). Pero ellos les decían: «Jehová ha dicho: Paz tendréis … No vendrá mal sobre vosotros» (v. Jer 23:17). Lo peor es que se lo decían en nombre de Jehová.

IV. Dios repudia todo lo que estos falsos profetas decían para apaciguar a la gente en sus pecados (v. Jer 23:21): «No envié yo aquellos profetas, no les comisioné yo para ese ministerio; sin embargo, ellos estaban tan ávidos de comunicar sus mensajes que corrían a hacerlo; yo no les hablé, pero ellos profetizaban con todo atrevimiento, sin hallar las dificultades que los verdaderos profetas hallan con frecuencia». Les decían a los pecadores: Paz tendréis (v. Jer 23:17). Pero (v. Jer 23:18), «¿quién asistió al consejo de Jehová? Comunicáis vuestro mensaje con gran aplomo y seguridad; pero, ¿habéis consultado a Dios acerca de él? No habéis percibido ni oído Su palabra, no habéis comparado con la Escritura lo que estáis diciendo; si hubieseis tomado nota del tenor general de la Biblia, nunca habríais pronunciado un mensaje semejante». Que no habían asistido al consejo de Jehová ni habían oído Su voz, se declara después (v. Jer 23:22). «Si hubiesen asistido a mi consejo, dice Dios, como ellos pretenden:

1. Habrían hecho de las Escrituras su norma de predicación: Habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo.

2. Habrían hecho de la conversión de las almas su objeto (v. Jer 23:22) de interés primordial, y eso es lo que habrían buscado en toda su predicación.

3. Habrían mostrado algunos sellos de su ministerio. Si hubiesen asistido a mi consejo, y las palabras que predicaban hubiesen sido mis palabras, ellos mismos habrían sentido el impacto de tales palabras y habrían cesado de obrar el mal».

V. Dios amenaza con castigar a estos profetas por su maldad. Ellos prometían al pueblo paz; y, para mostrarles la insensatez de eso, Dios les dice que ellos mismos no habían de tener paz. Se aproxima sobre ellos la calamidad y no se aperciben de ella (v. Jer 23:12). Por ser profanos los profetas y los sacerdotes (v. Jer 23:11), por tanto (v. Jer 23:12), su camino será como resbaladeros en oscuridad (comp. con Jer 13:16; Sal 35:6). Dice Freedman: «Hasta ahora, los corrompidos profetas habían proseguido su malvado curso con seguridad; pero ahora el camino será resbaladizo y oscuro para ellos, de modo que tropezarán y caerán». Los que pretenden enseñar a otros el camino, estarán ellos mismos en la oscuridad. Los que pretenden dar a otros seguridad, no hallarán ellos mismos terreno firme donde asentar los pies. Los que pretenden poner a la gente cómoda con sus halagos, se hallarán ellos mismos extremadamente incómodos: serán empujados y caerán (v. Jer 23:12). Pretenden evitar el mal que amenaza a otros, pero (v. Jer 23:12, al final) Dios traerá el mal sobre ellos en el año de su visitación (comp. con Jer 11:23), que será el año de su retribución. Más adelante (v. Jer 23:15) se les amenaza con otras amarguras: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les daré a beber agua de hiel (comp. con Jer 9:15).

VI. Al pueblo se le advierte aquí que no de crédito alguno a estos falsos profetas (v. Jer 23:16): «No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas, pues es la palabra de Jehová la que está firme y permanece para siempre, pero no la de ellos. Ellos os dicen (v. Jer 23:17, al final): Ningún mal vendrá sobre vosotros; pero oíd lo que dice Dios (v. Jer 23:19): Mirad que una tormenta de Jehová y, por tanto, muy fuerte, va a estallar con furor. Ellos os dicen que todo está en calma, pero Dios os dice (v. Jer 23:19) que es una tempestad que remolinea y se cierne sobre la cabeza de los malvados, y no la podrán aguantar. Esta sentencia es irreversible (v. Jer 23:20): No se apartará la ira de Jehová hasta que lo haya hecho y hasta que haya cumplido los designios de su corazón. Dios no se va a volver atrás en modo alguno. Ellos no lo entienden ahora, pero en los postreros días ( frase mesiánica , dice Freedman) lo entenderéis cumplidamente, esto es, os daréis cuenta perfecta de la situación en que ahora os halláis». Sin embargo, Freedman hace notar que el verbo hebreo tithbónnu está en la forma Hithpael (reflexiva), por lo que propone la siguiente versión: «Os consideraréis a vosotros mismos en esto (con) entendimiento», «es decir, al presente rehusáis reconocer esto, pero en el fin lo conoceréis a fuerza de examinaros a vosotros mismos y por vuestra experiencia».

VII. Varias cosas se ofrecen aquí a la consideración de estos falsos profetas, a fin de que se vean incitados a retractarse de su error.

1. Han de considerar que, aun cuando hayan podido engañar a los hombres, Dios es demasiado sabio para que puedan engañarle.

(A) Dios afirma su omnipresencia y su omnisciencia en general (vv. Jer 23:23, Jer 23:24). Dice textualmente el versículo Jer 23:23: «¿Acaso (soy) un Dios de cerca yo, oráculo (hebr. nehúm) de Jehová, y no un Dios de lejos?» La mejor interpretación de este versículo es, sin duda, la que da Asensio: «Jehová no es un Dios cercano que sólo puede conocer y dirigir lo que sucede en torno a sí, sino un Dios lejano que, desde su altura inaccesible a todo hombre, todo lo alcanza con su ciencia y poder». Entre los hombres, la cercanía y la lejanía marcan una enorme diferencia, tanto en nuestras observaciones como en nuestras operaciones, pero con Dios no sucede así; para Él, lo mismo es la luz que la oscuridad, lo que está al alcance de la mano y lo que está a una distancia astronómica. Por eso, ni el carácter ni la conducta del hombre pueden esconderse del ojo divino que todo lo ve (v. Jer 23:24): «¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (comp. con 1Re 8:27; Sal 139:7-12). Ningún lugar puede encerrar a Dios, como ningún lugar puede excluirlo.

(B) Aplica esto a los falsos profetas, que tenían un arte notable en disfrazarse (vv. Jer 23:25, Jer 23:26). Dios les hará saber que está enterado de toda la confusión que han sembrado en el mundo, bajo color de divina revelación. Dios descubre fácilmente los fraudes. Dice Freedman sobre el versículo Jer 23:26: «El versículo es difícil. Su probable significado es éste: ¿Por cuánto tiempo continuarán éstos engañando al pueblo? ¿Puede la verdadera Palabra de Dios residir en el corazón de hombres que profetizan engaños que ellos mismos conciben?»

2. Han de considerar que, al embaucar al pueblo con falsificadas revelaciones y al atribuir sus propias fantasías a la inspiración divina, están provocando el menosprecio a la religión verdadera y hacen que los hombres se vuelvan incrédulos y aun ateos (v. Jer 23:27): «los que piensan hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su prójimo». Lo que más desea Satanás es que los hombres se olviden de Dios, especialmente de la justicia y de la santidad de Dios, según se han manifestado en todos los tiempos. El mejor medio de que lleguen a olvidarse del Dios verdadero es hacer que se aficionen a dioses falsos (v. Jer 23:27, al final), «al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal». Hoy día hay muchos «baales» por los que se olvida el nombre de Dios.

3. Han de considerar qué colosal diferencia había entre sus profecías y las que eran pronunciadas por los verdaderos profetas de Jehová (v. Jer 23:28): «El profeta que tenga un sueño, cuente el sueño; y como sueño habrá que considerarlo, algo que está completamente lejos de la realidad; pero el que tenga mi palabra dice Dios , cuente mi palabra verdadera, que la declare fielmente, ajustándose en todo a lo que yo le he dicho, y pronto veréis la enorme diferencia que hay entre el sueño de un falso profeta y las instrucciones divinas que un verdadero profeta comunica. Los que tienen sentidos espirituales bien ejercitados pueden distinguir fácilmente entre la paja y el trigo. Los sueños de la imaginación no valen para nada, como la paja que se lleva el viento; pero la Palabra de Dios es sustanciosa, de valor, nutritiva, pan de vida». Otros distintivos de la Palabra de Dios son descritos en el versículo Jer 23:29: «¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que hace pedazos la roca?» Los sueños de los falsos profetas eran fantasías inútiles para la vida, sin poder ni eficacia para cambiar la conducta; pero la Palabra de Dios es un poder, una «dinamita» (gr. dynamis = poder) que, como el fuego, produce diferentes efectos conforme al material en el que actúa: endurece el barro y ablanda la cera; consume la escoria, pero purifica la plata. Así también, la Palabra de Dios es para unos olor de vida para vida; para otros, olor de muerte para muerte (2Co 2:16). También es comparada a un martillo que hace pedazos la roca. El corazón del hombre sin humillar es como una roca; si no se derrite por el fuego de la Palabra de Dios, será hecho pedazos por el martillo de la Palabra de Dios.

4. Han de considerar finalmente que, mientras siguiesen este curso, Dios había de estar contra ellos. Tres veces se les dice esto (vv. Jer 23:30, Jer 23:31, Jer 23:32). Quedan procesados aquí: «Hurtan mis palabras cada uno de su prójimo» (v. Jer 23:30). Eran extraños al espíritu de la profecía, pero imitaban el lenguaje de los verdaderos profetas, tomaban algunos buenos dichos de ellos y los comunicaban al pueblo como si fuesen de ellos mismos. Con estas medias verdades y, además, carentes del verdadero espíritu, anulaban la eficacia de la Palabra de Dios en la mente y en el corazón de algunos que quizá comenzaban a estar bajo la convicción que la Palabra de Dios, mediante el Espíritu de Dios, imprime en el que la escucha con las debidas disposiciones. Dios está contra ellos (v. Jer 23:31) porque usaban la lengua según les parecía bien en sus discursos al pueblo, y hacían pasar como dicho por Dios lo que era producto de su imaginación. Quedan encausados como vulgares tramposos (v. Jer 23:32), pues profetizan sueños mentirosos y los cuentan con la pretensión de que se debe a la inspiración de Dios, lo que es invento de ellos. Malo es el error del pueblo al tomar por verdades las mentiras que los falsos profetas dicen, pero es mucho peor el caso de estos falsos profetas, pues son ellos los que hacen errar al pueblo de Dios con sus mentiras y con sus lisonjas. Dios decían que no tiene nada que ver con ellos: «Yo no los envié ni les mandé y, puesto que no proceden de la verdad, tampoco pueden hacer nada para la vida: ningún provecho pueden hacer a este pueblo, dice Jehová».

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