Job 36:24 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Eliú se esfuerza aquí por sugerir a Job grandes y altos pensamientos acerca de Dios y persuadirle, de este modo, a que se someta con gozo a los designios de la Providencia.

1. Muestra la obra de Dios en general (v. Job 36:24). Dios no hace nada vil ni despreciable. Sus obras visibles, que son las de la naturaleza, son dignas de nuestra admiración y alabanza; en ellas observamos la sabiduría, el poder y la bondad de Dios; por tanto, no debemos hallar falta en lo que Él dispone acerca de nosotros. Miremos a donde miremos, tendremos que decir: «Esto es obra de Dios: Éste es el dedo de Dios» (Éxo 8:19). Todos pueden ver, al mirar el cielo con sus luminarias, y al mirar la tierra con sus productos, la obra del Omnipotente. Ya usemos el telescopio o el microscopio, todo lo que vemos es maravilloso (vv. Job 36:24, Job 36:25). El eterno poder y la divinidad del Creador se hacen claramente visibles … y se entienden por medio de las cosas hechas (Rom 1:20). La belleza y la excelencia de las obras de Dios, y la perfecta armonía que reina entre ellas, nos deben llevar a engrandecerle y alabarle.

2. Presenta a Dios, el autor de todo ello, como infinito e inescrutable (v. Job 36:26). Las corrientes del ser, del poder y de la perfección habrían de conducirnos hasta la fuente, para ver cuán grande es Dios, tanto que nosotros no le podemos comprender. Sabemos que es, pero no sabemos qué es. Sabemos lo que no es, pero no lo que es; conocemos en parte, sin llegar jamás a comprenderle del todo; no se puede escrutar el número de sus años, porque no lo tiene; es eterno. Es un Ser sin principio, ni fin, ni sucesión, que siempre fue, es, y será el mismo: el gran YO SOY (Éxo 3:14). Esta es una buena razón para no pretender dictarle lo que ha de hacer ni contender con Él.

3. Expone algunos ejemplos de la sabiduría, del poder y del dominio soberano de Dios, y comienza en este capítulo por las nubes y la lluvia que desciende de ellas. No necesitamos aguzar la crítica al examinar la fraseología o las bases científicas de este discurso, pues el objetivo de todo él es mostrar la infinita grandeza de Dios como Supremo Hacedor y Gobernador de todas las criaturas, que tiene todo poder en el cielo y en la tierra (al que, por tanto, debemos, con toda humildad y reverencia, adorar y honrar, así como hablar bien de Él) y que es una presunción de nuestra parte prescribirle las normas y los métodos de su providencia especial con respecto a los hombres. Para impresionar a Job con la idea de la sublimidad y soberanía de Dios, ya le había exhortado a mirar a las nubes (Job 35:5). Ahora le dice que considere las nubes:

(A) Como fuentes de este mundo de abajo, las nubes destilan su tesoro de humedad. Si el cielo se vuelve de bronce, la tierra se vuelve de hierro. De ahí la promesa (Ose 2:21): «Yo responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra». Toda buena dádiva viene de arriba (Stg 1:17), del Padre de las luminarias, que es también el Padre de la lluvia. Aquí (v. Job 36:28) se dice de las nubes que destilan … sobre los hombres, ya que, aun cuando Dios hace llover también sobre el desierto, donde no habita el hombre (Job 38:26) y sobre las bestias del campo (Sal 104:11), el principal objetivo de la lluvia es favorecer al hombre, a quien las criaturas inferiores están destinadas a servir. Dios hace llover sobre justos e injustos (Mat 5:45). Al llover, Dios va soltando las gotas de las aguas (v. Job 36:27), poco a poco, no en cataratas, como cuando se abrieron las ventanas de los cielos en el Diluvio (Gén 7:1-24; Gén 8:1-22; Gén 9:1-29; Gén 10:1-32; Gén 11:1-32). Con la misma agua con la que antaño inundó y ahogó la tierra, ahora la riega mansamente. Aunque el agua cae en gotas (v. Job 36:27), forma abundantes chaparrones (v. Job 36:28) y, por eso, se llama el río de Dios, lleno de aguas (Sal 65:9). Destilan sobre la tierra la cantidad de agua equivalente al vapor que atraen del mar (v. Job 36:27). Así pues, el cielo otorga su favor a la tierra sin recibir de ella nada a cambio.

(B) Como sombras para el mundo de arriba, las nubes oscurecen el cielo (v. Job 36:29): «¿Quién podrá comprender la extensión de las nubes?» ¿Y vamos a pretender nosotros comprender las razones y los métodos de los procedimientos judiciales de Dios con los hombres, cuyos caracteres y casos son tantos y tan variados? Por la interposición de las nubes entre nosotros y el sol, salimos favorecidos, pues nos sirven como de gran sombrilla para protegernos de los ardientes rayos del sol. Una nube de rocío en el calor de la siega representa un gran refrigerio para el segador (Isa 18:4). Otras veces, oscurecen tanto el cielo que parecen fruncir el entrecejo contra nosotros; por eso, el pecado es comparado a una nube (Isa 44:22), porque se interpone entre nosotros y la luz del rostro de Dios. Pero aunque las nubes oscurezcan el sol por algún tiempo y destilen la lluvia, quedan como fatigadas por el esfuerzo, y Dios vuelve a extender la luz del sol, como antes extendió la luz de los relámpagos (v. Job 36:30).

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