Lucas 2:25 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Incluso cuando se humilla a sí mismo, Cristo recibe honor. Así vemos cómo le honran Simeón y Ana, por inspiración del Espíritu Santo.

I. El «anciano» Simeón le presenta un testimonio muy honroso.

1. El informe que se nos da acerca de este Simeón, o Simón. Vivía en Jerusalén y era un hombre eminente por su piedad y comunión con Dios. Algunos expertos en autoridades judías dicen que había en Jerusalén, por aquel tiempo, un hombre de gran prestigio, llamado Simeón. Los judíos dicen que estaba dotado de espíritu profético. Una objeción en contra de esta identificación sería que, por ese mismo tiempo, su padre Hillel vivía todavía y que él mismo vivió bastantes años después de esto. Pero notemos que el texto sagrado no dice que fuese anciano, a pesar de que sea corriente darle tal apelativo, y en cuanto a lo que dijo: «Ahora, Soberano Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya», no significa que muriese pronto, sino que da a entender su disposición a morir desde ahora. Otra objeción es que el hijo de Simeón (siempre dentro de la misma tradición judía) era Gamaliel, un fariseo y enemigo del cristianismo; pero, en cuanto a esto otro, hemos de responder: (A) Que no es cosa nueva el que un fiel siervo de Cristo tenga un hijo que sea un malvado. (B) Que el sagrado texto nos ha conservado unas palabras de Gamaliel que, lejos de mostrar acerba enemistad contra el cristianismo, más bien insinúan prudencia y hasta cierta simpatía por los cristianos (v. Hch 5:34-39); más aún, la tradición cristiana nos dice que se convirtió al cristianismo y fue un fervoroso seguidor del Evangelio. Lo que de este Simeón se nos dice aquí es lo siguiente:

(A) Que «este hombre era justo y devoto» (v. Luc 2:25); justo, para con los hombres; devoto, para con Dios (comp. con Tit 2:12). Estas dos virtudes deben ir siempre juntas, pues la falta de la una muestra la falta de la otra (comp. con 1Jn 4:20; 1Jn 5:1).

(B) Que estaba «aguardando la consolación de Israel» es decir, la venida del Mesías. Cristo es, no sólo el autor del consuelo de los hijos de Dios, sino también su objeto y fundamento. El Mesías tardaba en llegar, pero los que creían en Él esperaban y deseaban su venida, y la aguardaban con paciencia (comp. con 2Pe 3:4-15) o, si se prefiere, con santa impaciencia. Así hay que esperar también la futura consolación de Israel, así como el día glorioso en que el Señor venga a llevarse consigo su Iglesia. Hemos de continuar velando y esperando, mientras decimos: «Sí ven, Señor Jesús» (Apo 22:20).

(C) Que «el Espíritu Santo estaba sobre él», no sólo como Espíritu de santidad, sino también como Espíritu de profecía.

(D) Que había recibido una preciosa promesa pues «el Espíritu Santo le había comunicado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (v. Luc 2:26), es decir, había recibido un «oráculo», pues eso es lo que el término griego significa. Quienes, por fe, han adquirido una visión de Cristo, son los únicos que pueden ver la muerte sin sentir terror, pues el anhelo de partir y estar con Cristo (Flp 1:23) es muchísimo mejor.

2. El momento oportuno en que Simeón llegó al templo: «Cuando los padres introducían al niño Jesús» (v. Luc 2:27). Precisamente entonces llegó Simeón «movido por el Espíritu». El mismo Espíritu que le había provisto de soporte para su esperanza, le proveía ahora de transporte para su gozo. Quienes deseen ver a Cristo, han de acudir a su templo; pues es allí donde el Señor a quien buscáis saldrá repentinamente a vuestro encuentro, y allí es donde habéis de estar preparados para encontrarle (comp. con Mat 18:18-20).

3. La copiosa satisfacción con que acogió esta visión: «Le tomó en brazos» (v. Luc 2:28), cerca de su pecho, lo más cercano posible a su corazón, el cual estaba tan lleno de gozo como en él le cabía. Le tomó en brazos para ofrecerlo al Señor y bendecir a Dios. Cuando, con fe viva, recibimos el relato del Evangelio acerca de Cristo y la oferta que en él se nos hace de salvación completa, es como si tomáramos a Cristo en nuestros brazos. A Simeón le había sido prometido que vería a Cristo el Señor; pero le fue concedido más de lo prometido, pues, no sólo lo vio, sino que lo tuvo en sus brazos.

4. La solemne declaración que Simeón hizo a continuación (vv. Luc 2:29-32), donde podemos ver:

(A) Que había llegado a contemplar una perspectiva gloriosa para sí mismo, hasta el punto de menospreciar la vida presente y anhelar la muerte: «Ahora, Soberano Señor, sueltas a tu siervo» (v. Luc 2:29, lit.). Como si dijese: «Ya me has concedido lo que me habías prometido y lo que tanto deseaba: Porque han visto mis ojos tu salvación» (v. Luc 2:30). Aquí tenemos:

(a) Un reconocimiento de que Dios había sido tan bueno como su palabra. Nadie que haya puesto su esperanza en Dios y en su Palabra, ha tenido que avergonzarse de tal esperanza (Rom 5:5).

(b) Una expresión de gratitud, pues bendijo a Dios por ver la salvación y tener al Salvador en sus brazos.

(c) Una confesión de fe, de que este niño que él tenía en sus brazos, era el Salvador, la salvación personificada: «tu salvación» es decir, la salvación que Tú has preparado y has enviado.

(d) Una despedida de este mundo: «Puedes dejar que tu siervo se vaya». El ojo no se satisface de ver hasta haber visto a Cristo y es entonces cuando queda de veras satisfecho. ¡Cuán despreciable aparece este mundo para quien tiene a Cristo en los brazos y la salvación en los ojos!

(e) Una bienvenida a la muerte. Se le había prometido que no vería la muerte hasta que hubiera visto a Cristo, y está ansioso de que, cumplido lo uno se cumpla lo otro. Por aquí puede verse: (i) Cuán dichosa es la muerte de los santos (v. Apo 14:13), pues parten como siervos de Dios, del lugar de sus labores al lugar de su descanso. Se marcha en paz: en paz con la muerte, porque está en paz con Dios y con su conciencia; (ii) Cuál es el fundamento de esta paz: «Porque han visto mis ojos tu salvación». Esto da a entender una expectación confiada de un feliz estado después de la muerte, a causa de esta salvación que ahora contempla y que no sólo le quita el terror de la muerte, sino que le permite considerarla como ganancia (v. Flp 1:21). Quienes han dado la bienvenida a Cristo, bien pueden dar la bienvenida a la muerte.

(B) Que había llegado a contemplar una perspectiva gloriosa para el mundo y para Israel. Esta salvación será una bendición para el mundo: «La cual [salvación] has preparado a la vista de todos los pueblos» (v. Luc 2:31), pues es «luz para revelación a los gentiles» (v. Luc 2:32), quienes hasta ahora yacían en sombras de muerte. Esto hace referencia a Isa 49:6 «… también te daré por luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra». En efecto, Cristo vino como Luz del mundo (Jua 1:4, Jua 1:9; Jua 8:12, etc.), no como una candela en el candelabro judío, sino como Sol de justicia que alumbra a todo el orbe. Pero traía también una bendición especial para Israel: «Y para gloria de tu pueblo Israel» (v. Luc 2:32). De todo verdadero israelita, Él (Cristo) es la mayor gloria, y lo será por toda la eternidad. El verdadero israelita se gloriará con toda razón en Él. Cuando Cristo ordenó a sus apóstoles que predicaran el Evangelio a todas las naciones (Mat 28:19; Mar 16:15; Luc 24:47), se proclamó gloria para Israel.

5. La predicción que, acerca del niño, hizo a María y a José los cuales «estaban asombrándose de las cosas que se estaban hablando de Él» (v. Luc 2:33, lit.). Y, precisamente porque estaban afectados por ello y su fe se robustecía con lo que de Él decía Simeón, éste añade una predicción en que la tristeza se mezclaba con el gozo:

(A) Simeón les mostró la razón que tenían para regocijarse, pues «les bendijo» (v. Luc 2:34), es decir, oró a Dios para que les bendijese y muchos otros más tuviesen también la oportunidad de bendecir a Dios por esta salvación, pues Cristo estaba «puesto para … levantamiento de muchos en Israel», es decir, para la conversión a Dios de muchos que estaban muertos y sepultados en pecado, y para consuelo de muchos que estaban hundidos y perdidos en tristeza y desesperación. En cuanto a lo de «puesto para caída …», hay quienes lo interpretan de las mismas personas, hundidas por el pecado y necesitadas de convicción antes de ser levantadas para salvación. Pero esta opinión hace violencia al texto y al sentido, por lo que ha de entenderse que, «para unos, servirá de caída (comp. con Jua 9:39-41), es decir, para los orgullosos, los autosuficientes que rechazarán la luz; «para otros, servirá de levantamiento», pues, por fe en Cristo, alcanzarán la salvación y el cumplimiento de las promesas.

(B) Les mostró igualmente la razón que tenían para regocijarse con temor. Para que José y María no se exaltasen con la magnitud de tales revelaciones, hay aquí un aguijón en la carne para ellos, pues eso es lo que, a veces, necesitamos. Es cierto que Cristo será una bendición para Israel, pero habrá en Israel algunos para quienes Cristo estará puesto para caída, y éstos se ofenderán de Él, se llenarán de prejuicios contra Él y le perseguirán a muerte; para éstos, Cristo será una «señal que es objeto de disputa o contradicción» (gr. antilegómenon). Esta señal (v. Mat 12:39) será contradicha, negada cuando rechazarán a Cristo a favor de un infame salteador y homicida, y culminará en los insultos del día de la crucifixión (Heb 12:3). Así como es motivo de alegría el pensar cuántos son aquellos para quienes Cristo y el Evangelio son «olor de vida para vida», también es motivo de tristeza considerar cuántos son aquellos para quienes son «olor de muerte para muerte» (2Co 2:16). Por ser señal, tenía Cristo muchos ojos puestos en Él pero también muchas lenguas desatadas contra El. Con esto, «quedarán al descubierto los pensamientos de muchos corazones» (v. Luc 2:35). Las buenas intenciones y las piadosas disposiciones en el corazón de algunos, quedarán manifiestas al recibir a Cristo; y las secretas corrupciones y perversas disposiciones de otros quedarán reveladas por su enemistad contra Cristo y la oposición que le harán. Los hombres serán juzgados por los pensamientos de su corazón porque la palabra de Dios discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb 4:12). Es cierto que Cristo será de gran consuelo para su madre, pero el Salvador será el Siervo Sufriente de Isa 53:1-12 y, por tanto, María, su madre, sufrirá con Él: «Una espada traspasará tu misma alma» (v. Luc 2:35); no la espada de la duda, como algunos opinan sin fundamento, sino la espada del dolor. «Quién podrá decir cuánto sufriría María junto a la Cruz en la que pendía Jesús? ¡Qué Hijo, y qué muerte! Podemos pensar cuán profunda fue la herida que esta espada (gr. rhomphaia = la espada larga de Apo 1:16) causó en el corazón de la virgen María. Nos hemos acostumbrado a leer impasibles la escena de Jua 19:25-27, sin pararnos a ponderar la profundidad de los sentimientos que embargarían el ánimo, tanto del Hijo como de la madre.

II. A continuación, se nos refiere el testimonio de una profetisa, Ana (vv. Luc 2:36-38). Veamos:

1. Qué se nos dice de su persona: (A) Que era profetisa. Quizás esto no signifique otra cosa, sino que tenía un entendimiento de las Escrituras mayor que el del común de las mujeres, y quizá se ocupaba también en instruir a las jóvenes en las cosas de Dios (comp. con Tit 2:3-5); (B) Que era hija de Fanuel y se llamaba Ana, que significa graciosa; (C) Que era de la tribu de Aser, ubicada en Galilea; (D) Que era de edad muy avanzada. Después de estar casada durante siete años, ahora era viuda hasta ochenta y cuatro años (v. Luc 2:37). Dice Bliss: «La descripción pone énfasis en su matrimonio único y en su larga viudez. Ella había estado casada sólo por muy poco tiempo, y desde entonces había permanecido viuda lo cual se consideraba como religiosamente honorable para ella». No hay por qué pensar que llevaba ochenta y cuatro años de viuda, sino que, en su estado de viudez, había llegado a los ochenta y cuatro años de edad. (E) Que «no se apartaba del templo, sirviendo de día y de noche con ayunos y oraciones» (v. Luc 2:37). Lo cual puede significar, o que tenía su habitación en el atrio del templo o que asiduamente asistía al templo en el tiempo de los servicios que allí se celebraban. En todo caso, vemos que estaba dedicada completamente a sus devociones y pasaba día y noche en ayunos y oraciones mientras otros los pasaban comiendo, durmiendo y despreocupados de las cosas de Dios. Así servía a Dios, esto es lo que daba valor y excelencia a sus devociones. Es una bendición ver a creyentes de edad avanzada ocupados en actos de devoción, como quienes no se cansan de hacer el bien (Gál 6:9; 2Ts 3:13) sino que, por el contrario, encuentran gran placer en hacerlo. Ana halla ahora amplia recompensa a su prolongado servicio en el templo.

2. El testimonio que dio del Señor Jesús: «En este momento se presentó ella» (v. Luc 2:38). Al ser tan asidua a los servicios del templo, no pudo perder la oportunidad. «Y comenzó también a expresar su reconocimiento a Dios», como Simeón, y quizá también como él, deseó partir ya en paz. El ejemplo de otros que alaban a Dios de corazón sincero debería estimularnos a dar gracias a Dios y alabarle constantemente. ¿Por qué no hemos de ser reconocidos a Dios como ellos, al tener a nuestra disposición una revelación más completa? Y, como profetisa, Ana comenzó también «a hablar de Él a todos los que aguardaban la redención en Jerusalén». Había allí algunos que suspiraban por redención, pero parece ser que eran pocos, puesto que Ana los conocía a todos: sabía dónde vivían o dónde poder hallarlos, para decirles que había visto al Señor, «buenas noticias de gran gozo» (v. Luc 2:10). Esto nos enseña que quienes han llegado a un conocimiento experimental del Salvador deben comunicar a otros un hallazgo de la mayor importancia.

III. Finalmente, tenemos un breve informe de la infancia del Señor Jesús (vv. Luc 2:39-40):

1. Dónde la pasó (v. Luc 2:39). «Regresaron a Galilea». Lucas no nos refiere los detalles intermedios que hallamos en Mateo (cap. Mat 2:1-23), del que se infiere que de Jerusalén regresaron primero a Belén, donde recibieron la visita de los magos y donde continuaron hasta que hubieron de huir a Egipto y, a su vuelta de este país, fueron dirigidos por el ángel a su anterior residencia de Nazaret, la cual es llamada aquí «su ciudad».

2. Cómo la pasó (v. Luc 2:40). En todo semejante a sus hermanos (Heb 2:17) pasó su infancia y su niñez como los demás niños: «crecía en estatura y se fortalecía en su cuerpo, llenándose de sabiduría en su alma humana». Mientras que otros niños son débiles en entendimiento y resolución, Él era fuerte en su espíritu: Por obra del Espíritu Santo, su alma humana adquiría un vigor extraordinario. Mientras otros niños tienen la necedad atada en su corazón, Él estaba lleno de sabiduría. Todo cuanto decía y hacía estaba bien dicho y bien hecho, con una sabiduría superior a su edad. Mientras que otros niños muestran bien temprano la corrupción de la naturaleza, pues en ellos crecen juntamente la cizaña del pecado y el trigo de la razón, en Él todo era sano, pues «la gracia de Dios estaba sobre Él»: estaba muy alto en el amor y en el favor de Dios.

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