Salmos 49:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Estos versículos forman la introducción del salmista a su discurso sobre la vanidad del mundo y su incapacidad para hacernos felices.

1. Primero demanda atención: «Oíd esto, pueblos todos; escuchad, habitantes todos del mundo, etc. (vv. Sal 49:1, Sal 49:2), pues esta doctrina no es exclusivamente para los depositarios de la revelación divina, sino que la misma luz natural la atestigua. Todos los hombres pueden y, por tanto, deben considerar que sus riquezas no les servirán de nada el día de su muerte. Los pobres están en el mismo peligro que los ricos; aquéllos, por un desordenado deseo de las riquezas mundanas; éstos, por un desordenado deleite en las mismas riquezas. Mi boca hablará sabiduría (v. Sal 49:3)». Lo que va a decir el salmista es apropiado para hacer sabios e inteligentes a los que reciben su enseñanza. Él mismo había digerido lo que iba a declarar.

2. Se anima a prestar atención también él mismo (v. Sal 49:4): «Inclinaré mi oído al proverbio», es decir, a la expresión poética de un oráculo. El hebreo mashal puede traduciarse por «parábola», pero es el mismo vocablo que designa los proverbios de Salomón. No se llaman así precisamente porque sean oscuros y en sentido figurado, sino por ser instructivos en materias profundas e importantes. Quienes se dedican a enseñar a otros, deben aprender primero ellos mismos.

3. Promete hacer el tema lo más claro posible, pues, a pesar de ser un «enigma», es decir, un pronunciamiento sobre un problema enigmático, lo pondrá al alcance de todos mediante la música: «con el arpa». Al ser un tema que afecta a lo más profundo de nuestro ser, la música le hace llegar adonde los razonamientos no serían capaces de penetrar. Es cosa bien conocida que muchos son movidos al arrepentimiento y a la fe en el Señor por medio de un himno o de un solo musical cuando no habían experimentado el menor movimiento del corazón al oír un gran sermón.

4. Comienza aplicándose a sí mismo el sermón (v. Sal 49:5): «¿Por qué he de temer, etc.?» El contexto explica cuáles eran esos temores: «Los días de adversidad» son aquellos en los que «le rodea la iniquidad de los que le suplantan» (hebreo, aquebay; de donde viene «Jacob»); es decir, de los que le persiguen y vienen «pisándole los talones». El que confía en Dios, no en las riquezas, no tiene por qué temer a quienes no pueden hacerle daño real. ¡Teman los que no tienen fe! No hay cosa más temible que poner el corazón en algo que por fuerza se ha de dejar en la tierra, pero los que tienen a Dios consigo, no tienen por qué temer a la muerte (Sal 23:4).

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