Significado de LIMPIO, LIMPIEZA Según La Biblia | Concepto y Definición

LIMPIO, LIMPIEZA Significado Bíblico

¿Qué Es LIMPIO, LIMPIEZA En La Biblia?

La idea de la limpieza abarca un rango amplio y sorprendente del comportamiento humano. En el aspecto puramente físico, se considera limpia a una persona cuando se ha quitado las muestras obvias de suciedad o contaminación. Una persona limpia también es aquella que mantiene habitualmente un patrón de limpieza e higiene personal y que al mismo tiempo se ocupa de asegurarse de que el medio ambiente esté limpio a fin de prevenir accidentes, infecciones o enfermedades.
Puesto que la mente es un aspecto integral de la personalidad humana, la limpieza también se debe aplicar a las actitudes y las motivaciones que gobiernan formas particulares de comportamiento. Los pensamientos impuros como expresión de la mente, a menos que se los verifique con firmeza, pueden dar como resultado actividades vergonzosas (Mar 7:15) y producir deshonra al individuo en cuestión y además pueden dañar a otros. Una persona de “vida limpia” generalmente se entiende como aquella que no da evidencia de ser criminal, que no es víctima de vicios tales como el alcoholismo o la drogadicción, o un individuo que habitualmente exhibe el código moral de Dios.
No obstante, cuando se considera la condición humana, la limpieza es un término relativo. Cuando por la caída la humanidad queda separada de la gracia divina como resultado de desobedecer los mandamientos de Dios y ceder a la tentación, hizo del pecado una cuestión genética (Gén 3:1-19). Esto significa que la tendencia al pecado es innata, con el resultado inevitable de que, tal como dijo el antiguo salmista, no hay justo ni aun uno (Sal 14:3; Rom 3:10). Pablo habló de la situación con el mismo énfasis al proclamar que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Rom 3:23). El pecado del hombre coloca una barrera entre los pecadores y un Dios justo y santo. A los ojos de Dios los pecadores no están limpios.
Los ritos religiosos de Levítico hablaban mucho de la manera en que el pecador podía limpiarse de la iniquidad y acerca de cómo reconciliarse con Dios. Este era un tema de gran importancia para los israelitas porque Dios requería que fueran un reino de sacerdotes y una nación santa (Éxo 19:6). En las religiones del antiguo Cercano Oriente, la idea de la santidad se aplicaba a una persona en un estado de consagración al servicio de una deidad cuyo culto de adoración podía involucrar, y con frecuencia lo hacía, actos de naturaleza sexual groseros. Para los hebreos, la santidad exigía que reflejaran en su forma de vivir y en su pensamiento las elevadas cualidades morales y espirituales de Dios tal como estaban reveladas en Sus leyes.
Dentro de la comunidad israelita la limpieza era fundamental para el establecimiento y la preservación de la santidad. A diferencia de otras naciones, los hebreos recibieron instrucciones específicas en cuanto a la limpieza y la manera de recuperarla cuando se había perdido a causa del descuido o la desobediencia. Los principios de la limpieza abarcaban todos los aspectos de la vida individual y comunitaria. En definitiva, a estos principios se les podía dar una interpretación moral ya que en la nación santa las cuestiones seculares y espirituales estaban íntimamente asociadas.
Dios estableció para los israelitas un grupo especial de leyes sobre los animales limpios e inmundos (Lev 11:1-47; Deu 14:1-21) a fin de proporcionarles pautas para la dieta y otras circunstancias. Mientras que las naciones del antiguo Cercano Oriente poseían una distinción general entre las especies limpias e inmundas, los principios de diferenciación no eran de ninguna manera tan explícitos como aquellos que recibieron los hebreos. Se permitía comer animales limpios, pero los inmundos estaban estrictamente prohibidos. Los términos “limpio” e “inmundo” se definieron mediante ilustraciones y se enunciaron principios claros para permitir que cualquier persona los diferenciara correctamente.
Todo animal que tuviera pezuña hendida y que rumiara era limpio y, por lo tanto, apto para la alimentación. Todo animal que no cumpliera con estas especificaciones era inmundo y, en consecuencia, no había que comerlo. Si un animal como el camello cumplía con solo uno de estos dos requisitos, aún se lo consideraba inmundo. Puesto que las aves formaban parte de la dieta de los israelitas, la lista que enumeraba las especies aptas para la alimentación excluía aquellas que podían transmitir enfermedades contagiosas.
Ha existido mucho debate en cuanto al propósito de estos reglamentos. Algunos escritores declaran que fueron establecidos a fin de evitar las prácticas paganas idolátricas. Otros se han centrado en la idea de preservar la naturaleza de separación de los israelitas en cuestiones alimenticias al igual que en los temas éticos y religiosos. Incluso otra opinión enfatiza los aspectos higiénicos de las leyes como un medio de prevención para evitar epidemias de enfermedades infecciosas. Lo más probable es que estos tres aspectos constituyeran el fundamento de la legislación, por lo cual se le debe conceder a cada uno la importancia que le corresponde. Los animales asociados con los cultos paganos estaban prohibidos, como también sucedía con criaturas desconocidas o repulsivas, y las especies que se alimentaban de carroña. Si los israelitas cumplían con las reglas para los alimentos, podían esperar buena salud física. Es evidente que el objetivo general de las leyes alimenticias era la prevención de impureza y el fomento de santidad dentro de la comunidad (Lev 11:43-44).
La inmundicia también se aplicaba a ciertos objetos y situaciones de la vida que hicieran impuras a las personas. Por lo tanto, el contacto con una persona muerta (Lev 5:2; Lev 21:1), con un insecto o animal que se arrastrara (Lev 22:4-5) o con el cadáver de un animal (Lev 11:28; Deu 14:8) requería de una purificación ritual a fin de quitar la impureza. Las mujeres, después de dar a luz, eran ritualmente inmundas y tenían que atravesar un rito de purificación (Lev 12:4-5; Luc 2:22). La lepra era particularmente peligrosa y requería rituales de limpieza especiales (Lev 14:1-57) cuando se declaraba limpio al que la padecía. Las personas inmundas les transmitían su condición a cualquier cosa que tocaran, y en consecuencia las otras personas que manipularan dichas cosas también se convertían en inmundas. Aun el santuario de Dios necesitaba ser purificado periódicamente (Lev 4:6; Lev 16:15-20).
Tal como se señaló, la limpieza tenía una dimensión moral específica. Puesto que los sacerdotes de Dios tenían que estar revestidos de justicia (Sal 132:9), toda la nación participaba de la manifestación del sacerdocio de todos aquellos que creían sinceramente en la relación con Dios mediante el pacto celebrado en el Monte Sinaí. Por lo tanto, ser limpio no solo se refería a los aspectos negativos de ser liberados de las enfermedades o la contaminación, sino también a la demostración positiva en la vida diaria de las elevadas cualidades éticas y morales de Dios. Estas se manifestaban en absoluta pureza, misericordia, justicia y gracia.
La limpieza formaba parte de los requisitos morales de la ley. En consecuencia, el asesinato era tanto una contaminación de la tierra como también una violación de los mandamientos expresos del decálogo. La muerte de un inocente requería un acto de justicia de parte de toda la comunidad israelita sobre la base de un principio de retribución de sangre (Núm 35:33; Deu 19:10). Las ofensas morales graves que violaban la ley de Dios y contaminaban la nación incluían el adulterio (Lev 18:20), considerado una ofensa pasible de muerte (Lev 20:10), y la actividad sexual pervertida, que incluía el bestialismo. En estos casos, el castigo prescrito era la muerte (Lev 20:13).
La santidad ceremonial, pues, incluía la distinción entre lo limpio y lo inmundo. La santidad moral requería que los israelitas se comportaran como una nación separada de la contaminación de la sociedad contemporánea, y requería también que vivieran vidas rectas y justas en obediencia a las leyes de Dios (Lev 20:25-26). En el caso del transgresor penitente, la limpieza de la contaminación tanto física como moral se realizaba mediante un complejo sistema de ritos de purificación. Estos ritos incluían diferentes clases de abluciones como proceso de limpieza natural (Lev 6:28; Lev 8:6; Lev 14:8-9; Núm 8:7; Núm 19:9); el uso de cenizas (Núm 19:17) y el hisopado (Núm 19:18) en el caso de contaminación ritual y accidental; y el sacrificio de sangre que hacía expiación por el pecado y reconciliaba con Dios a la persona. La ley establecía el principio de que la sangre hacía expiación por la vida humana (Lev 17:11) y, en consecuencia, un sacrificio de sangre incluía la forma más elevada de purificación (Lev 14:6; Lev 14:19-20) o de dedicación a Dios (Lev 8:23-24). Incluso, esta forma de sacrificio carecía de poder en el caso de pecados cometidos deliberadamente en contra del aspecto espiritual del pacto (Núm 15:30).
En el NT, la limpieza solo estaba asociada con las costumbres rituales del judaísmo de aquella época. Por lo tanto, al niño Jesús lo presentaron en el templo para cumplir con el rito tradicional de purificación (Lev 12:2-8; Luc 2:22). La limpieza (katharismos) fue un tema de discusión entre los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista (Jua 3:25), pero Cristo obedeció la ley al enviar al leproso sanado ante el sacerdote para ser limpiado (Lev 14:2-32; Mat 8:4). En otras ocasiones, Él reafirmó su superioridad frente a las ordenanzas que posteriormente iba a enriquecer y cumplir (Mat 12:8; Mar 2:28; Luc 6:5).
En sus enseñanzas, Cristo hizo más rigurosos los requisitos del culto del AT en cuanto a la limpieza, y enfatizó la motivación de la persona en lugar del cumplimiento externo y mecánico de reglas y reglamentos. Enseñó que el adulterio había sido cometido en plenitud tanto por un varón que deseara a una mujer (Mat 5:27-28) como si el acto físico hubiese ocurrido. En Jua 15:3, la palabra que Cristo había proclamado los limpiaría regenerándoles el carácter e inculcando la santidad de vida.
Jesús no fue solo un Maestro de moral. Él vino a la tierra para dar Su vida en rescate por los pecados de la humanidad (Mar 10:45). En este sentido se convirtió en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jua 1:29). Su muerte expiatoria como nuestro gran Sumo Sacerdote ofreciéndose a sí mismo una sola vez por nosotros en el Calvario, trascendió todo lo que se podía esperar de los rituales de purificación de la ley (Heb 7:27). Allí instituyó en Su sangre un nuevo pacto de gracia divina (Heb 8:6), y así consiguió la redención de los seres humanos e hizo posible la vida eterna para el individuo arrepentido que tiene fe en Su obra expiatoria.
Una de las más grandes declaraciones de la gracia de Dios y de Su nuevo pacto es que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado (1Jn 1:7). Ahora los sacrificios y las ofrendas son innecesarios ya que Jesús solo requiere un espíritu arrepentido que confiese los méritos de la expiación que Él efectuó. En el caso de los cristianos, las provisiones del culto del AT han sido anuladas. Todas las comidas han sido declaradas limpias (Mar 7:19; Hch 10:9-16), y los únicos sacrificios que requiere Dios son los que emergen de un corazón contrito y humillado (Sal 51:17).

R. K. Harrison

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