1 Corintios 10:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En la presente sección, el apóstol insiste en sus advertencias contra la idolatría.

1. Apela primero al buen sentido y discernimiento de ellos (v. 1Co 10:15): «Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo». El vocablo phrónimos que Pablo usa aquí tiene sentido de «prudente, precavido, sagaz», y no hay motivo para pensar que lo dice irónicamente.

2. Pasa luego a establecer un contraste entre la comunión que tenemos con el Señor mediante el rito de la Cena del Señor y la comunión con los demonios mediante la participación en el festín dedicado a honrar a los ídolos. Es menester tener en cuenta que, en los sacrificios del Antiguo Testamento, los que comían de lo ofrecido en sacrificio participaban del sacrificio mismo, con lo que no sólo rendían así culto a Dios, sino también manifestaban su comunión con Él (v. 1Co 10:18).

(A) La copa de bendición (v. 1Co 10:16) era el nombre que se daba a la tercera copa de la Cena pascual. Es posible que fuese ésta la que el Señor usó para la institución de la ordenanza de la Cena. Tanto el partimiento del pan (v. 1Co 10:16), como el beber de la copa, eran símbolo expresivo y claro memorial de la muerte de Cristo al ser roto, es decir, horadado su cuerpo y derramada su sangre en el Calvario, como puede verse en los relatos de Mat 26:26-29; Mar 14:22-25; Luc 22:17-20 y, en esta misma epístola, 1Co 11:23.

(B) La expresión «que bendecimos» no implica ninguna «consagración» al modo como la Iglesia de Roma, la Ortodoxia Griega y la Iglesia Alta de Inglaterra lo entienden, de forma que el vino y el pan den paso al cuerpo y a la sangre de Cristo (que, por cierto, carece de carne y sangre en su estado glorioso, celestial). Lo más probable es que se refiera a la bendición que se pronunciaba en la oración inicial que comenzaba diciendo: «¡Bendito seas, Señor!»

(C) L. Morris da como probable la explicación de por qué menciona Pablo en primer lugar la copa, al ser así que el Señor bendijo primero, y partió, el pan. «Este orden, dice, puede deberse al deseo de poner de relieve el derramamiento de la sangre del Señor. O también podría deberse al hecho de la prominencia que se daba a la copa, junto a la insignificancia del pan, en los sacrificios paganos a los que Pablo va a referirse a continuación».

(D) El vocablo «comunión», que el apóstol usa dos veces en el versículo 1Co 10:16, no tiene nada que ver con la frase «tomar la comunión», según la entienden los catolicorromanos, sino que conserva su significado bíblico (comp. con Hch 2:42 y 1Jn 1:3, entre otros lugares) de «compartir con alguien» algo que no se disminuye, sino que aumenta, con el número de los que de ello comparten. Su sentido aquí no es que quien participa de la Cena del Señor tome de ninguna manera el cuerpo y la sangre del Señor, los cuales, de suyo, no confieren ningún provecho espiritual (v. Jua 6:63), sino que quien recibe con fe el pan y el vino de la Mesa del Señor, reaviva en sí el recuerdo de lo que Jesús llevó a cabo por nosotros en la Cruz del Calvario. Dice Trenchard: «De este modo, al participar en los símbolos, manifestamos nuestra participación espiritual, por la fe, en todo el profundísimo significado del Sacrificio realizado, confirmando nuestra unión espiritual con el Señor por medio de su obra».

(E) El versículo 1Co 10:17, de redacción demasiado concisa, se aclara algún tanto en la NVI: «Al haber un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos (gr. metékhomen, llevarse cada uno una parte; no es el mismo verbo del v. 1Co 10:20, pero sí del v. 1Co 10:21) de aquella única pieza de pan». Este versículo, al que no se le suele dar la debida consideración, significa lo siguiente: La hogaza de pan que partimos, y de la que participamos todos los que celebramos la Cena del Señor, es una sola. Esta hogaza es símbolo, no sólo del cuerpo físico de Jesús, sino también del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (v. 1Co 12:12.). Al formar todos un solo Cuerpo con Cristo, manifestamos la unidad de la Iglesia al participar todos del mismo único pan.

(F) Pasa ahora a la aplicación de todo esto a los sacrificios ofrecidos a los ídolos (vv. 1Co 10:18-21), en lo cual hay muchos detalles dignos de notar:

(a) Téngase en cuenta que Pablo NO VE EN LA CENA DEL SEÑOR NINGÚN SACRIFICIO (contra la opinión de la Iglesia de Roma, hecha «dogma de fe» en el Concilio de Trento); por eso, intercala el versículo 1Co 10:18, a fin de hacer la comparación entre los «sacrificios» y el «altar» de Israel según la carne (para distinguirlo de la Iglesia, que ya no ofrecía sacrificios, ni tenía más altar que Cristo mismo, (Heb 13:10) y los sacrificios ofrecidos a los ídolos (vv. 1Co 10:19, 1Co 10:20).

(b) Por eso, el apóstol no hace comparación entre «altares», sino entre «mesas» (gr. trápeza): la Mesa del Señor, y la mesa donde se comía lo sacrificado a los ídolos, a la que llama mesa de los demonios (v. 1Co 10:21).

(c) La razón por la que la llama así es que, en realidad, como ya ha dicho otras veces, los ídolos no son nada (v. 1Co 10:19), por lo que tampoco tiene ninguna cualidad sagrada lo que a ellos se ofrece (v. 1Co 10:19). Así que, a fin de cuentas, lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios (que es realmente lo que hay detrás de las vanas imágenes sin vida de los ídolos), y no a Dios (v. 1Co 10:20).

(d) Por consiguiente, concluye Pablo, «No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (v. 1Co 10:21). La razón es clara: Participar de la mesa del Señor es tener comunión con el Señor (v. 1Co 10:16), mientras que participar de la mesa de los ídolos es tener comunión con los demonios (v. 1Co 10:20).

3. El apóstol concluye esta sección con una seria advertencia formulada en dos preguntas: «¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?» (v. 1Co 10:22). «Provocar a celos» es un verbo distinto del usado en el versículo 1Co 10:9, y nos recuerda la idea veterotestamentaria del Dios celoso de su gloria como único Salvador y Dueño de Israel, en contraste con los dioses falsos que no servían para nada. Así, pues, el celo de Dios se encendía de modo especial cuando el pueblo se entregaba a la idolatría. Sobre la segunda pregunta comenta J. Leal: «La advertencia final es de un profundo sentido de la pequeñez humana y de la grandeza de Dios. El hombre no puede luchar con Dios. Su postura debe ser la de someterse y no irritarle».

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