1 Corintios 3:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Pablo les dice ahora cómo han de curar esos malos humores.

1. Les recuerda que quienes les administraron el Evangelio no son sino servidores (gr. diákonoi): «¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno (comp. Rom 12:3, Rom 12:6; 1Co 12:18) concedió el Señor» (v. 1Co 3:5).

L. Morris hace notar que Pablo no dice «¿quién es Pablo, etc.?», sino «¿qué es, etc.?», «como para distraer la atención hacia las funciones de los predicadores, en vez de concentrarla en las personas». Después de lo que ha dicho (v. 1Co 3:2) sobre «leche» y «alimento sólido», no pudo emplear mejor epíteto que diákonos: el que sirve a la mesa (Hch 6:1-4). El alimento es la Palabra de Dios; la predicación es la forma en que ese alimento se presenta en la mesa del púlpito, sin más salsa que el poder del Espíritu.

Pero el apóstol pasa a usar otra ilustración: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento (el germinar y crecer) lo dio (lit.) Dios» (v. 1Co 3:6). Dios era el único que había obrado en el interior del corazón de los oyentes (comp. Hch 16:14), al hacer que la Palabra echase raíces, brotara y creciera; Pablo y Apolos habían ejercitado cada uno su don respectivo; el uno, al plantar; el otro, al regar (el mismo verbo griego de «dar a beber» en el v. 1Co 3:2) lo que el primero había plantado; pero ambos se habían limitado a una operación exterior, aunque necesaria (según la providencia ordinaria de Dios), para conducir a los hombres a los pies de la Cruz (Jua 3:14, Jua 3:15). Con esto se da a entender que los ministros de Dios no pueden «convertir» a nadie, pues la conversión es obra de Dios; por lo que los «convertidos» deberían fijar su atención en Dios que da el crecimiento (v. 1Co 3:7), pues, aparte de esa acción interior divina, «ni el que planta es algo, ni el que riega».

2. Les hace ver la unanimidad de los ministros de Cristo (v. 1Co 3:8): «El que planta y el que riega son una misma cosa», es decir, son criados de un mismo Señor, están empleados en la misma obra y han de actuar en completa armonía, aunque cada uno recibirá su propia recompensa, conforme a su propio esfuerzo (gr. kópon). El fruto pertenece por igual a Dios, pero la recompensa del criado depende de la labor ardua que desempeña cada uno.

Y, para hacerles ver a los corintios que los ministros de Dios no trabajan en su propio negocio, sino en el de Dios, añade (v. 1Co 3:9): «Porque nosotros somos colaboradores de Dios». La frase puede entenderse de dos maneras: (A) «Siervos que trabajamos juntos a las órdenes de Dios». Esta interpretación es la que mejor cuadra con el contexto; (13) «Siervos que trabajamos juntamente con Dios». Aunque menos probable, esta interpretación no puede descartarse a la vista de Mar 16:20. En cualquiera de los dos casos, se pone de relieve el privilegio, la responsabilidad y la autoridad de la tarea apostólica y, más en general, de todo ministerio cristiano. A tono con la metáfora que Pablo usa, dice «y vosotros sois labrantío (campo de labranza) de Dios» (Pablo usa el vocablo gueórguion; comp. con el gueorgós de Jua 15:1).

3. Súbitamente, cambia de metáfora (v. 1Co 3:9, al final) y los llama: «edificio de Dios». Necesita cambiar de metáfora por lo que dice a continuación (vv. 1Co 3:10-15). Ahora, al que «planta» corresponde «el que pone el fundamento» (comp. con Efe 2:20) del edificio; y al que «riega» corresponde «el que edifica encima». De sí mismo dice Pablo (v. 1Co 3:10): «Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito (es decir, experto, especializado en este ramo) arquitecto puse el fundamento (v. el versículo siguiente)».

Pablo había sido equipado por Dios con la gracia y el don de abrir el surco, de plantar en tierra virgen, de poner «la primera piedra» en el edificio de Dios. Pero era más que eso: el término «arquitecto», jefe de los albañiles, da a entender que había recibido también el cargo de «supervisor general» (como los «Doce» especialmente llamados al apostolado específico) de las iglesias que había fundado (v. 2Co 11:28). Por eso, le compete la autoridad de hacer la siguiente advertencia: «pero cada uno mire cómo sobreedifica». A pesar de la semejanza con Efe 2:20-22; 1Pe 2:4-8, aquí no se trata de las personas («piedras vivas») que van siendo añadidas al edificio, sino de los materiales doctrinales que cada uno, especialmente los predicadores, aporta a la obra.

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