1 Juan 1:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Es cierto que, cumplida la condición de caminar en la luz, en comunión con nuestro Padre y con nuestros hermanos, hay en la fuente de salvación abierta en el Calvario suficiente provisión de perdón y limpieza para los pecados del mundo entero (1Jn 2:2), pero, para que dicha provisión pueda ser aplicada eficazmente a cada persona, y en cada caso singular, es preciso que el pecador se ponga en línea con Dios. ¿Qué significa eso? Lo siguiente: Dios nos acusa, por medio de su Palabra, de su Espíritu y de la conciencia, cada vez que cometemos pecado; si nosotros nos excusamos o ignoramos esa voz de Dios condenatoria del pecado, vamos contra Dios; pero si nosotros nos acusamos, nos ponemos en línea con Dios. Esta acusación propia, que (como es natural) ha de ser sincera y, por ello, acompañada de genuino arrepentimiento, es lo que Juan llama aquí (v. 1Jn 1:9), «confesar el pecado».

Dicen, pues, los versículos 1Jn 1:8-10: «Si alegamos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él (Dios, del v. 1Jn 1:7, donde es Él quien está en la luz) es fiel y justo, y nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda iniquidad. Si alegamos que no hemos pecado, le hacemos pasar por mentiroso y su palabra no halla lugar en nuestras vidas» (NVI).

1. El propio autor sagrado parece salir al paso de la objeción que hemos tratado de solucionar en la porción anterior y viene a decir: «No os extrañéis de que diga que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado a los que caminamos en la luz, ya que de tener pecado (v. 1Jn 1:8) y de caer más de una vez en pecado (v. 1Jn 1:10, comp. con Stg 3:2) no se libra nadie. Entre los humanos, sólo nuestro Mediador estuvo exento de pecado (Jua 8:46; 2Co 5:21; Heb 4:15; Heb 7:26; 1Pe 2:22).

2. ¿Es lo mismo tener pecado (v. 1Jn 1:8) que haber pecado (v. 1Jn 1:10)? La doctrina de la Iglesia de Roma sobre la no pecaminosidad formal de la concupiscencia y su concepto de gracia infusa que se pierde por cada pecador mortal, llevan a los autores católicos (como Rodríguez-Molero y Salguero) a una confusión tremenda sobre este punto. Dice Rodríguez-Molero a este respecto: « Tener pecado supone estar en pecado actual, como no tener pecado equivale a estar en gracia. Haber pecado indica una comisión pretérita de actos pecaminosos concretos». Sin embargo, ya Agustín de Hipona entendió el «tener pecado» como albergar en nuestro interior «el foco natural» que nos constituye pecadores y nos induce a cometer pecados. Dice Ryrie: «No tenemos pecado. Referencia al principio del pecado que habita en nosotros, más bien que a los actos de pecado». Otros comentadores, como Moffatt y Law (citados por Stott) dicen que en la literatura juánica (v. Jua 9:41; Jua 15:22, Jua 15:24; Jua 19:11) «tener pecado», según insiste Law, «denota específicamente la culpabilidad del agente». Cualquiera de las dos interpretaciones (Ryrie y Law) hace buen sentido y no violenta el contexto próximo ni el general de la Palabra de Dios.

3. Las frases siguientes (v. 1Jn 1:8) parecen favorecer a la opinión más común entre los evangélicos (Ryrie), pues Juan añade que, si decimos que no tenemos pecado, «nos engañamos (gr. planómen, extraviamos; el mismo verbo que ocurre 39 veces en el Nuevo Testamento V. los casos más recientes en 1Pe 2:25; 2Pe 2:15. Sale también en esta 1 Jn. tres veces: aquí, en 1Jn 2:26 y 1Jn 3:7) a nosotros mismos (comp. con Jer 17:9 «engañoso es el corazón más que todas las cosas») y la verdad no está en nosotros». Como ya dijimos al comentar el versículo 1Jn 1:6, «verdad» tiene aquí el sentido bíblico que equivale a «luz». Si la verdad no está en nosotros, «no sólo dejamos de practicar la verdad, sino que estamos vacíos de ella» (Stott). Juan tiene siempre en mente a los gnósticos, que alardeaban de tener una iluminación especial, a pesar de su antinomianismo. Como observa Rodríguez-Molero: «Los gnósticos, que se creían impecables, se habían fabricado una atmósfera de tinieblas, que dejaba fuera la verdad. En tal caso, aunque la verdad les circunde por todas partes, la verdad no está en ellos».

4. En cambio, dice Juan (v. 1Jn 1:9), «si confesamos nuestros pecados, Él (Dios) es fiel y justo, y nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda iniquidad» (NVI). Observemos algunos detalles importantes:

(A) El verbo griego que aquí usa Juan para lo de «confesamos» es homologómen. Este verbo ocurre 26 veces en el Nuevo Testamento (su compuesto, exomologuéo, diez veces). Según su etimología, significa «decir o hablar lo mismo». Así que «confesar significa decir, acerca del pecado, lo mismo que Dios dice» (Ryrie). De este modo, según lo dicho al comienzo de esta sección, «nos ponemos en línea con Dios» con respecto a este punto.

(B) Una vez puestos de acuerdo con Dios, nuestra comunión con Él es restaurada: Dios nos perdona los pecados que le hemos confesado y nos limpia de toda iniquidad. Dice Stott: «En la primera frase el pecado es una deuda que Él remite, y en la segunda es una mancha que Él remueve». Ambos conceptos, culpabilidad y contaminación del pecado, explican la razón por la que, en Lev 4:1-35; Lev 5:1-19; Lev 6:1-7, hallamos dos series distintas de sacrificios para cubrir ambos aspectos.

(C) Juan añade que Dios hará eso porque «es fiel y justo». Es fiel a sí mismo, porque no puede negarse a sí mismo (2Ti 2:13), y es Él mismo quien compromete su carácter inmutable al hacer sus promesas, una de las cuales entraba precisamente en el nuevo pacto, promulgado por medio de Jeremías: «perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jer 31:34). Pero, ¿cómo puede ser justo perdonando el pecado que merece condenación? Aunque es cierto que la misericordia de Dios aparece a veces bajo el apelativo de justicia (v. por ej. Dan 9:16), es más probable (comp. con 1Jn 2:2) que Juan se refiera aquí al hecho de que, mediante la propiciación llevada a cabo en la Cruz, Dios permanece justo al justificar al impío que cree (v. por ej. Rom 3:25, Rom 3:26; Rom 4:5; 2Co 5:21).

(D) Aunque todo el contexto muestra que dicha confesión ha de hacerse a Dios, no estará de más recalcarlo, a fin de que no quepa ninguna duda de que Juan así lo quiere dar a entender, sin pasarle por las mientes que la confesión que menciona haya de hacerse a otra persona especialmente capacitada para otorgarle el perdón. Por otra parte, los mismos autores católicos (Rodríguez-Molero, Salguero) están de acuerdo en que el autor sagrado no se refiere aquí a la confesión «sacramental». Esto no impide el que, cuando se ha ofendido a un hermano, a él haya que acudir tambien en busca de perdón, acusándonos sinceramente de la ofensa que le hicimos (v. Stg 5:16, como un eco de Mat 5:23-26; Mat 6:14, Mat 6:15; Mat 18:15-35. V. también Efe 4:32).

5. Para que no quede lugar a dudas de lo que el autor sagrado ha querido decir (v. 1Jn 1:9) al mencionar los pecados en plural (dos veces), avanza ahora del pecado interior del versículo 1Jn 1:8 a los pecados actuales, esto es, a los actos concretos de pecado (v. 1Jn 1:10): «Si dijésemos (gr. eán eípomen, en aoristo de subjuntivo; la misma expresión con que comienza los vv. 1Jn 1:6 y 1Jn 1:8) que no hemos pecado (pretérito perfecto), le hacemos (a Dios) mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (lit.).

(A) Vemos primero que Juan pone el verbo pecar en pretérito perfecto de indicativo (gr. hemartékamen), y da a entender que los pecados actuales dejan en nosotros una culpa y una mancha que perduran hasta que los confesamos, sinceramente arrepentidos, ante la presencia de Dios.

(B) Añade que, si llegásemos a decir (es una condición irreal, como se ve por la conjunción eán y aoristo de subjuntivo), haríamos mentiroso a Dios, esto es, equivaldría a decir que Dios miente, lo cual es mucho más grave todavía que engañarnos a nosotros mismos (v. 1Jn 1:8). Dice Rodríguez-Molero: «Ahora ofendemos al mismo Dios, al haber Él afirmado frecuentemente que todos los hombres son pecadores (Pro 20:9; Sal 51:2, Sal 51:6; Rom 3:10). Ahora queda Él por embustero al encontrarnos con unos hombres los gnósticos que ni pecan ni han pecado». Dejar a Dios por mentiroso es una abominación de tal magnitud, que Juan, con esa condicional irreal («Si dijésemos …»), da a entender que es una aberración el pensamiento mismo de que eso pueda ocurrir; pero lamentablemente, en el caso de los gnósticos, equivale a un hecho real, ya que, al afirmar que no pecan, niegan implícitamente la palabra de Dios.

(C) De ahí que el autor sagrado avance un paso más, al añadir: «y su palabra no halla lugar en nuestras vidas» (v. 1Jn 1:10, en la NVI). Aunque esta palabra (gr. lógos, el mismo término con que se expresa «Verbo») no significa aquí la persona del Verbo, es, sin embargo, como hace notar Rodríguez-Molero, «más personal que la verdad , que no implica necesariamente un locutor. Además, palabra aparece aquí como algo sustancial, que encierra en sí vida divina, un principio interior, que comunica al alma la verdad y la verdadera libertad». Compárese con Jua 8:31, Jua 8:32, Jua 8:37.

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