1 Juan 2:18 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de 1 Juan 2:18 | Comentario Bíblico Online

En esta porción, y siempre acerca de lo que respecta a la conducta del que profesa tener comunión con Dios, presenta Juan una afirmación de las creencias fundamentales del cristianismo. La porción puede subdividirse en cuatro grupos de tres versículos cada uno. En ellos, vuelve el autor sagrado a proponer el «test» doctrinal: 1) ¿Cómo se puede distinguir entre los falsos profesantes y los genuinos creyentes? (vv. 1Jn 2:18-20). 2) ¿Cómo se puede distinguir entre los que dicen la verdad y los que dicen la mentira acerca de Jesucristo? (vv. 1Jn 2:21-23). 3) ¿Cómo se distinguen los que permanecen de los que pasan? (vv. 1Jn 2:24-26). 4) ¿Cuáles son los pilares que sustentan esta permanencia? (A) El Espíritu Santo que inhabita (enseñando la verdad); B) El Hijo de Dios, a quien está unido el cristiano (animando a practicar el bien) (vv. 1Jn 2:27-29).

1. En cuanto al «test» doctrinal, es menester distinguir, en primer lugar, entre los falsos profesantes y los genuinos creyentes. Lo expone Juan en los versículos 1Jn 2:18-20, que dicen así en la NVI: «Queridos hijos (lit. paidía, niñitos), ésta es la última hora; y así como habéis orado que el Anticristo está llegando, pues también ahora han surgido muchos anticristos. Así es como conocemos que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran en realidad de los nuestros. Porque si hubiesen sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros; pero su marcha ha servido para mostrar que no todos son de los nuestros. Pero vosotros tenéis una unción (gr. khrisma) de parte del (gr. apó, procedente de) Santo, y todos conocéis (lit. sabéis) la verdad (o, conocéis toda la verdad; lit. todas las cosas)».

(A) ¿Qué quiere decir Juan con eso de que … ésta es la última hora» (v. 1Jn 2:18)? Sabemos que «los últimos tiempos», en la mentalidad judía, han comenzado con la Primera Venida del Mesías. Basándose en Joe 2:28, el apóstol Pedro dijo, el dia de Pentecostés, que los últimos días ya habían comenzado, de algún modo, con el descenso del Espíritu Santo (v. Hch 2:17). Pero Juan no se refiere a «los últimos tiempos», ni aun a «los últimos días», sino a una última hora (lit.), ya que conecta el tiempo de esta última hora con la aparición de muchos anticristos. Esto confiere cierto carácter escatológico a la expresión, como en los versículos 1Jn 2:8 y 1Jn 2:17 (acerca del mundo y de las tinieblas que van pasando), pero Juan no quiere decir con esto que la Parusía sea inminente. Es, por decirlo de alguna manera, «última hora de los últimos días», pero, como dice Rodríguez-Molero, «esa época importante en el cómputo de horas de Dios no se puede calcular por nuestras medidas de tiempo … Las medidas que usa Dios en su cronología divina son muy distintas de las humanas» (v. Sal 90:4; 2Pe 3:9).

(B) ¿Qué entiende Juan por «Anticristo»? Su mención en singular, y como cosa bien conocida de sus lectores, es señal clara, a mi juicio, de que se está refiriendo al mismo anticristo individual que Pablo tenía en mente (v. 2Ts 2:3-7), aunque no lo designase con este nombre, el cual sólo aparece cinco veces en todo el Nuevo Testamento, y todas ellas salen de la pluma de Juan (1Jn 2:18 dos veces , 1Jn 2:22; 1Jn 4:3; 2Jn 1:7). El vocablo «anticristo» tiene dos sentidos, como dos son los sentidos del prefijo antí: (a) contra; (b) en lugar de. De esta forma, pueden ser llamados «anticristos» tanto los que van contra Cristo como los que usurpan el nombre de Cristo haciéndose pasar por el Mesías, por el verdadero Cristo o por una reencarnación de Jesús. El Anticristo futuro, individual, se caracterizará por ambas cosas (v. 2Ts 2:4), pero los anticristos (en plural) a los que se refiere aquí Juan, lo son únicamente en el sentido de que se oponen a la verdadera enseñanza bíblica acerca de Cristo como el Hijo de Dios manifestado en carne (1Jn 4:3); es en esto donde tienen «el espíritu del anticristo».

(C) De ese «Anticristo» (en singular), dice Juan (aquí, como en 1Jn 4:3) que es el mismo «que oísteis (aoristo en 1Jn 2:18; perfecto, habéis oído , en 1Jn 4:3) que viene», es decir, está llegando (sin determinar el espacio de tiempo), del mismo modo que al Mesías se le denominaba, ya desde antiguo, con el calificativo de ho erkhómenos, el que está viniendo (v. por ej., Mat 11:3; Luc 7:19, Luc 7:20). Los verbos oísteis, habéis oído dan a entender que no se trata meramente de una mención pasajera de algún predicador, sino de algo que pertenecía a la predicación apostólica común.

(D) Los anticristos (en plural) a que Juan se refiere, y cuya aparición es señal de la «última hora», eran muchos (comp. con 1Jn 4:1, 1Jn 4:3; Mar 13:22 y hasta con 1Ti 4:1-5; 2Ti 4:3), pero, añade (v. 1Jn 2:19): «Salieron de entre (gr. ex) nosotros, pero no eran de (de nuevo, ex) nosotros» (lit.). En la primera frase, la preposición ex indica un cambio de lugar; en la segunda, una pertenencia íntima, como lo da a entender el verbo sustantivo (no copulativo) eran. En otras palabras, estos «anticristos», falsos maestros, doctores gnósticos, se habían introducido de matute en algunas comunidades cristianas, pero lo hicieron mediante una falsa profesión de fe; nunca habían sido genuinos creyentes, nunca habían participado de la verdadera condición de los auténticos miembros de la congregación. Por eso, su salida no había sido una pérdida, sino una purificación y, por tanto, una ganancia. De ahí que Juan ve en ello un propósito de la divina providencia (v. 1Jn 2:19): «Su marcha ha servido para mostrar que no todos son de los nuestros» (NVI). No dice: «fueron echados», sino «salieron», es decir, se marcharon por su propio pie, sin que nadie les pusiera fuera de comunión. ¿A qué se debió esta marcha espontánea? No lo dice Juan, ni es conjeturado el motivo por los comentarios que tengo delante, pero sólo caben dos razones que lo expliquen: (a) Salieron porque se descubrió su hipocresía. (b) Salieron porque, al ser oportunistas (comp. con Mat 13:21), no quisieron sufrir persecución. Personalmente, me inclino por esta segunda explicación.

(E) Como hace notar J. Stott, este versículo 1Jn 2:19 «arroja luz sobre dos importantes doctrinas: la perseverancia de los santos y la naturaleza de la Iglesia». En efecto: (a) Si habían estado en la congregación, pero no eran de la congregación, eso quiere decir, ni más ni menos, que en la Iglesia visible (la única que existe en concreto) puede haber (¡y los hay!) quienes no están vitalmente unidos a Cristo y, por tanto, pertenecen únicamente a la fachada o andamiaje del edificio de la Iglesia; están en el recinto, pero es peor que si se hubiesen quedado en el «atrio de los gentiles», pues éstos, al fin y al cabo, podían ser sinceros adoradores del Dios verdadero (v. 2Ti 2:19; Jua 10:14; 1Co 8:3). (b) Por otra parte, Juan dice que «si hubiesen sido (lit. eran) de nosotros, se habrían quedado (en pretérito pluscuamperfecto) con nosotros (gr. meth hemón, en compañía de nosotros)» (lit.). Eso significa que el creyente genuino persevera hasta el fin; no es que la perseverancia confiera la salvación final (contra la doctrina de la Iglesia de Roma), sino que manifiesta de modo decisivo que la conversión fue genuina. Dice Stott: «La futura y final perseverancia es el test definitivo de una anterior participación en Cristo (cf. Heb 3:14)».

(F) Como puede verse por el texto que dimos del versículo 1Jn 2:20, según la NVI, la última palabra del versículo, en el original, puede ser pántes (todos) o pánta (todas las cosas). Ambas lecturas están atestiguadas por gran número de MSS, aunque la primera (pántes) tiene a su favor, entre otros, los dos MSS más antiguos, el Sinaítico y el Vaticano, que aparecen en los textos críticos bajo las siglas del alef hebreo (?) y B respectivamente. También el contexto y la intención general del autor sagrado favorecen la lectura pántes, es decir, todos vosotros, con lo que daba a entender que todos sus lectores, los genuinos cristianos, en contraste con los herejes gnósticos, sabían bien cuál era la auténtica «gnosis», el verdadero conocimiento de Dios y de Jesucristo. Como traduce, con demasiada libertad, la New English Bible: «You, no less than they, are among the initiated» («Vosotros estáis entre los iniciados, no menos que ellos»). Este versículo 1Jn 2:20 merece especial atención. Supuesto que pántes es la lectura preferible, su traducción literal es la siguiente: «Y (no simplemente conjunción copulativa, sino indicando cierto contraste) vosotros (explícito y en posición enfática) tenéis la unción de parte del (gr. apó, como en otros lugares similares) Santo, y sabéis (gr. oídate) todos (la verdad; aunque no figura en el texto, se suple del v. 1Jn 2:21 con toda facilidad)». Analicemos este importante versículo:

(a) Juan asegura que todos los creyentes genuinos tienen la unción (gr. khrísma, no el acto de ungir, sino la unción misma que es llevada a cabo). Si comparamos esto con Isa 61:1; Luc 4:18; Hch 4:27; Hch 10:38, veremos que la frase da a entender una participación en la unción que Cristo recibió del Padre por medio del Espíritu Santo, ya en su concepción (v. Luc 1:35), pero especialmente en su bautismo (v. Mat 3:16; Jua 1:32, Jua 1:33); por lo que todo creyente puede ser llamado otro Cristo (otro ungido), y no solamente los sacerdotes y obispos (según les aplica la Iglesia de Roma el antiguo dicho latino «alter Christus»). Basta leer 2Co 1:21, 2Co 1:22; Efe 1:13, para percatarse de que Juan está mencionando, con el vocablo «unción», al propio Espíritu Santo. Lo da a entender también la segunda parte del versículo 1Jn 2:20, así como el versículo 1Jn 2:27.

(b) ¿Quién es aquí «el Santo» de quien procede la «unción»? «El Santo» es uno de los nombres que se aplican a Jehová en el Antiguo Testamento (v. por ej. Hab 3:3), pero en el Nuevo Testamento se aplica también a Jesucristo (v. Mar 1:24; Luc 4:34; Jua 6:69 en el griego ; Hch 3:14; Apo 3:7). En favor de su aplicación a Jesucristo, esgrime Rodríguez-Molero tres razones: «a) porque Cristo les prometió el Paráclito a los apóstoles (Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7); b) por la concordancia con otros textos (Apo 3:7; Mar 1:24; Hch 3:14); c) y sobre todo porque en 1Jn 2:27, en la expresión to autoú khrísma, el pronombre autoú apenas puede cuadrar a otro que a Jesucristo».

(c) ¿Qué es lo que todos los destinatarios de la epístola saben, si se acepta como más probable la lectura pántes? Como ya indicamos al comienzo de este apartado («F»), el versículo 1Jn 2:21 aclara que los lectores saben la verdad; y los versículos 1Jn 2:22-24 indican que esta verdad es primordialmente la que se refiere a la Deidad, aunque el contraste con la falsa gnosis de los «anticristos» puede implicar que los lectores saben bien lo que se necesita para una auténtica comunión con Dios y, por tanto, lo que se requiere para la salvación. Así lo entiende Rodríguez-Molero, quien parafrasea: «Todos tenéis la ciencia verdadera de la salvación, que os comunica el Espíritu de verdad». Para más detalles, véase el comentario al versículo 27.

2. Siguiendo en la misma línea de exposición doctrinal, Juan describe luego (vv. 1Jn 2:21-23) la forma en que pueden distinguirse los que siguen la verdad de los que siguen la mentira acerca de Jesucristo. Dicen esos versículos en la NVI: «No os escribo como si no conocieseis (lit. sabéis) la verdad, sino porque la conocéis (lit. sabéis) y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso? El que niega que Jesús es el Cristo. Tal individuo es el anticristo niega al Padre y al hijo . Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; todo el que reconoce al Hijo, también tiene al Padre».

(A) Consecuente con lo que acaba de decir en el versículo 1Jn 2:20, Juan reconoce (v. 1Jn 2:21) la plena ortodoxia de sus lectores. «Su objetivo al escribirles, dice Stott, no es informarles de una verdad nueva, sino confirmarles en la verdad que ya conocen (cf. Rom 15:14, Rom 15:15).» Más aún, el autor sagrado halla un motivo ulterior para asegurarles que conocen la verdad: Ellos son, por decirlo así, del «partido de la verdad», porque están en verdadera comunión con el Dios que es luz verdadera y con el Espíritu de la verdad. Y, así como la luz no puede proceder de las tinieblas, así tampoco puede la mentira proceder de la verdad (véase el v. 1Jn 2:27). La mentira procede del diablo, que es el padre de la mentira (Jua 8:44).

(B) A continuación describe Juan a los que son del «partido de la mentira» (v. 1Jn 2:22): «¿Quién es el mentiroso?» La respuesta de Juan nos ofrece una aclaración estupenda sobre la verdad pivotal del cristianismo al exponer cuál es la mentira, también pivotal, acerca del núcleo mismo de la religión cristiana; o, si se prefiere, acerca del fundamento del cristianismo. Este fundamento es sin duda alguna, la afirmación de que «Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (v. Mat 16:16; Mar 8:29; Luc 9:20; Jua 6:69 según algunos MSS ; Jua 11:27; Jua 20:31; Hch 2:36; Hch 9:22; Hch 17:3; Hch 18:5, Hch 18:28. V. tambien el comentario a la frase «Jesús es el Señor» en 1Co 12:3 b). Por eso puede decir aquí Juan que «el mentiroso» por antonomasia es «el que niega que Jesús es el Cristo» (NVI). Al negar la verdad pivotal del cristianismo, ese mentiroso bien puede llamarse, también por antonomasia, «el anticristo» (v. 1Jn 2:22). Más aún, Juan no se contenta con decir que este mentiroso anticristo «niega que Jesús es el Cristo», sino que añade (v. 1Jn 2:22) que «niega al Padre y al Hijo». ¡Y lo va a demostrar contundentemente en el versículo 1Jn 2:23!

(C) Dice Juan en el versículo 1Jn 2:23: «Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre; todo el que reconoce al Hijo, también tiene al Padre» (NVI). La lógica de Juan es verdaderamente contundente: Jesús no solamente es el Cristo, sino que es también el Hijo de Dios (1Jn 1:3, 1Jn 1:7; 1Jn 2:22-24; 1Jn 3:23; 1Jn 4:9, 1Jn 4:10, 1Jn 4:14, 1Jn 4:15; 1Jn 5:5, 1Jn 5:9-13, 1Jn 5:20). Ahora bien, el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre, no sólo porque el Hijo es el revelador del Padre (Mat 11:27; Jua 1:18; Jua 5:23; Jua 14:6-9; Jua 15:23; Heb 1:1, Heb 1:2) y el único camino para llegar al Padre (Jua 14:6), sino también porque «Hijo» y «Padre» son términos personalmente correlativos. En otras palabras, no puede haber «hijo» sin que haya «padre». Entre los hombres, ser «hombre» no es equivalente a ser «padre»; ésta es la razón por la que un padre es anterior a su hijo (en cuanto hombre, no en cuanto padre) y por la que un hijo puede sobrevivir a su padre, ya que éste no es eterno. Pero el Dios eterno (Rom 16:26) es, al mismo tiempo, Padre eterno, pues tiene un Hijo, el Verbo, que es eterno (v. Jua 1:1, Jua 1:2). Por eso, el que niega al Hijo, está negando implícitamente al Padre.

(D) Pero el autor sagrado no dice «también niega al Padre», sino «tampoco TIENE al Padre». Lo mismo hace en la segunda parte del versículo 1Jn 2:23, donde establece el contraste positivo, dentro de la lógica de su argumentación: «Todo el que reconoce (lit. confiesa; es decir, afirma. Es el mismo verbo de 1Jn 1:9) al Hijo, también TIENE al Padre» (NVI). Es que tener es mucho más que afirmar o reconocer. Comenta Rodríguez-Molero: «literalmente quiere decir tenerle a Él como a su propio Padre ; estar en comunión de vida con Él; sentirse y ser verdaderos hijos de Dios (v. Jua 1:12)».

3. En los versículos 1Jn 2:24-26, Juan va a establecer la diferencia entre lo que permanece y lo que pasa: «En cuanto a vosotros, que lo que habéis escuchado desde el principio permanezca en vosotros. Si así es, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esto es lo que Él nos ha prometido: la vida, sí, la vida eterna. Os estoy escribiendo estas cosas acerca de los que intentan induciros al error» (NVI).

(A) Lo que los lectores de la epístola habían escuchado desde el principio (v. 1Jn 2:24) era la predicación apostólica sobre la persona y la obra de Jesucristo. Es el evangelio eterno (Apo 14:6) y, por tanto, algo que no puede cambiar. Lo habían escuchado y recibido desde el principio de su conversión. La Palabra de Dios les había llevado el mensaje de vida; al recibirla, habían alcanzado el perdón de los pecados y la vida eterna: la justificación. Esa unión con el Señor y con su Espíritu, que la salvación comporta, no se pierden ya jamás. Pero Juan está hablando aquí, no de la justificación, sino de la santificación; no de la unión, sino de la comunión. Por eso usa el verbo ménein, permanecer. Lo usa primero en imperativo (menéto permanezca de continuo es presente), y da a entender que esa permanencia no es automática, sino que ellos deben hacer algo: no poner obstáculos a la acción del Espíritu (v. Efe 4:30; Efe 5:18; 1Ts 5:19). Para permanecer ellos en comunión con el Hijo y con el Padre (v. 1Jn 2:24), es menester que ellos permanezcan anclados en la verdad que, sobre el Hijo y el Padre, les fue predicada por los apóstoles y que tengan un conocimiento íntimo, experimental, de dicha verdad. El verbo ménein sale, pues, tres veces en este versículo: (a) en imperativo presente: «permanezca»; (b) en aoristo de subjuntivo: «si permanece» (gr. eán … meíne condicional posible ); (c) en futuro de indicativo: «permaneceréis».

(B) Dice literalmente el versículo 1Jn 2:25: «Y ésta es la promesa que Él (Cristo) nos prometió (en aoristo de indicativo): la vida, la eterna». En efecto, la vida eterna es algo que Cristo menciona frecuentemente en el cuarto Evangelio (Jua 3:6, Jua 3:18, Jua 3:36; Jua 5:24; Jua 6:35, Jua 4:47; Jua 8:51; Jua 11:25); pero, mientras esa vida eterna aparece en el Evangelio de Juan como una posesión ya presente, en 1 Juan, como observa Rodríguez-Molero, el autor sagrado «considera esa vida en el futuro, porque el apóstol quiere darles a sus lectores un motivo para perseverar firmes en la recta doctrina, para permanecer en la comunión con Dios». No obstante esta observación del erudito jesuita, también la 1 Juan hace ver que la vida eterna es ya una posesión presente para todo aquel que tiene al Hijo (v. 1Jn 5:11-13, 1Jn 5:20).

(C) Pero, como hace ver J. Stott, «la enseñanza apostólica no es de suyo suficiente para guardarlos en la verdad. Juan no subestima la fuerza ni la sutileza de los engañadores». De ahí que Juan vuelva la vista (v. 1Jn 2:26) a los engañadores, a los falsos maestros, los gnósticos «anticristos», que, si hasta entonces no habían logrado seducir a los destinatarios de la epístola, no por eso habían cejado en su empeño. El griego dice: Taúta égrapsa humín. Lit. «estas cosas os escribí». «Estas cosas» no se refiere a todo lo que lleva escrito hasta ahora en la epístola, sino solamente lo que se refiere a los «anticristos» (vv. 1Jn 2:18-25). El verbo griego égrapsa es un aoristo epistolar, por lo que lo mismo puede traducirse en presente que en pretérito perfecto (comp. con los vv. 1Jn 2:12, 1Jn 2:13 donde aparece tres veces en presente y con el v. 1Jn 2:14, donde aparece tres veces en aoristo).

4. Finalmente, en los versículos 1Jn 2:27 y 1Jn 2:28, Juan hace ver las dichosas consecuencias de la permanencia en el Señor, de la comunión íntima con Jesucristo, el Hijo de Dios. La primera de estas consecuencias (v. 1Jn 2:27) es la seguridad que nos da la enseñanza verdadera, pura, que el Espíritu Santo nos imparte ya en el presente. La segunda es la confianza (v. 1Jn 2:28) que nos otorga de recibir amplia entrada en el cielo (v. 2Pe 1:10, 2Pe 1:11), sin tener que avergonzarnos cuando el Señor se manifieste. El versículo 1Jn 2:29 aparece unido a los anteriores en el capítulo 1Jn 2:1-29, quizá por razones de simetría, aunque es evidente su conexión con 1Jn 3:1. Tal vez podamos decir que sirve como de puente entre ambos capítulos. Dicen, pues, los versículo 1Jn 2:27-29 en la NVI: «En cuanto a vosotros, la unción que de Él recibisteis permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe, sino que, como su unción os enseña acerca de todas las cosas, y su unción es real, no espuria conforme ella os ha enseñado , permaneced en Él. Y ahora, queridos hijos (gr. teknía, hijitos; el mismo vocablo de los vv. 1Jn 2:1 y 1Jn 2:12), permaneced en Él, a fin de que cuando Él se manifieste, tengamos confianza y no quedemos avergonzados ante Él en su venida. Si sabéis que Él es justo, conocéis que todo el que practica la justicia ha nacido de Él».

(A) El autor sagrado usa de nuevo el verbo ménein tres veces en los versículos 1Jn 2:27 y 1Jn 2:28. Dos veces, en el versículo 1Jn 2:27 (la primera en presente de indicativo; la segunda, en presente de imperativo); una vez, en el versículo 1Jn 2:28 (en presente de imperativo). La primera vez (v. 1Jn 2:27), en presente de indicativo, se refiere al Espíritu Santo, que permanece en los lectores, de los que supone y espera Juan que tengan comunión con Dios y unos con otros (1Jn 1:3, 1Jn 1:7). Las otras dos veces (vv. 1Jn 2:27, 1Jn 2:28), en presente de imperativo, se refiere a los destinatarios de la epístola, con lo que Juan pone de relieve que la comunión con la Deidad comporta una mutua inmanencia (v. 1Jn 4:16). ¿A quién se refiere Juan en ese «Él», cuando dice (vv. 1Jn 2:27, 1Jn 2:28): «permaneced en Él»? No cabe duda de que se refiere a Jesucristo, y ello por dos razones: (a) Ese Él del versículo 1Jn 2:27 es el mismo que el que les ha impartido la unción, como se ve por la frase «la unción que recibisteis de Él», comparada con la del versículo 1Jn 2:20 «tenéis unción de parte del Santo». (b) Ese Él del versículo 1Jn 2:28 que, sin duda, es el mismo, es también Aquel a quien se refiere «su venida» (gr. parousía autoú) al final del versículo 1Jn 2:28.

(B) Juan dice que «la unción», es decir, el Espíritu Santo (comp. con el v. 1Jn 2:20) les enseña (a ellos y a nosotros; a todos los creyentes) acerca de todas las cosas (v. el comentario al v. 20). Es un verdadero maestro o didáskalos (gr. didáskei, en presente continuativo) acerca de las cosas reveladas; especialmente, en este contexto, acerca de lo que se refiere al Hijo de Dios manifestado en carne, contra la falsa enseñanza de los gnósticos «anticristos».

(C) Lo curioso del caso es que Juan dice que, al tener dentro el Espíritu Santo, que enseña acerca de todas las cosas, «no tenéis, dice, necesidad de que nadie os enseñe» (v. 1Jn 2:27). Pero podríamos preguntarle a Juan: Si no hay necesidad de que nadie nos enseñe, ¿por que estás tú enseñando en esta epístola? Esta pregunta la hizo ya hace cerca de 16 siglos (el año 416) Agustín de Hipona cuando escribió el comentario a esta epístola. Dice con su habitual maestría y elocuencia: «Tú (Juan) dijiste que su unción nos enseña toda cosa. ¿Con qué fin has escrito tal epístola? ¿Que cosa les enseñaste?… Ya aquí aparece el gran misterio, hermanos; en los oídos percute el sonido de nuestras palabras, pero el maestro está en el interior … Si no está dentro el que enseña, vano es nuestro vocear … La cátedra de aquel que guía los corazones está en el cielo».

(D) Hemos tomado la cita de Agustín del comentario de Rodríguez-Molero y no sólo estamos completamente de acuerdo, sino que admitimos también la necesidad del ministerio docente en la Iglesia, pues es el propio Señor quien dio, para equipar a los creyentes para la obra del ministerio común en la edificación del Cuerpo de Cristo, pastores y maestros (Efe 4:11, Efe 4:12). Se equivocan, pues, los católicos (como Rodríguez-Molero, Salguero, etc.) que ven en este versículo una prueba de que «al escribirles esta instrucción epistolar, él (Juan) está ejercitando el magisterio jerárquico» (Rodríguez-Molero). Por su parte, Salguero dice: «¿Hay fundamento en este versículo 1Jn 2:27 para que Lutero y muchos protestantes opongan la concepción pneumática de la 1 Juan a la doctrina católica del magisterio eclesiástico? No hay fundamento alguno, porque san Juan no pretende excluir, sino que más bien supone que en la Iglesia existe un magisterio legítimo y externo».

¿Cabe mayor confusión? En primer lugar, nosotros no vamos contra el magisterio en la Iglesia, pues es un ministerio específico autorizado por el propio fundador de la Iglesia (Mat 28:20 «enseñándoles», en participio de presente; Efe 4:11 «maestros» gr. didaskálous, de la misma raíz que el verbo de Mat 28:20 ). Lo que negamos es que dicho magisterio comporte una función «jerárquica», de jurisdicción, a la que los simples fieles tengan que someter (como individuos y como congregación) su juicio sobre lo que, con toda claridad, ven en la Palabra de Dios, pues dicha «jerarquía» reclama para sí, no sólo una posesión especial del Espíritu Santo, sino el carisma de la infalibilidad, con lo que esos simples fieles tienen suficiente con la llamada «fe del carbonero»: «creo lo que cree la Iglesia », entendiendo por «Iglesia» la jerarquía eclesiástica. ¡Entiéndase bien! No abogamos por una anarquía interpretativa, en la que cualquier miembro de la congregación (especialmente, los menos maduros) esté objetando o contradiciendo las enseñanzas del pastor y maestro; pero cualquier cristiano maduro, con el suficiente conocimiento de la Biblia, puede corregir discretamente al predicador que enseñe algo notoriamente erróneo en materia de fe o práctica.

En segundo lugar, es falso que Lutero y muchos protestantes, en palabras de Salguero, «opongan la concepción pneumática de la 1 Juan a la doctrina católica del magisterio eclesiástico» como tal doctrina. Sólo la oponen al concepto católico de magisterio jerárquico, que no es lo mismo. Lo acabamos de recalcar en el punto anterior. Fue precisamente Lutero quien se opuso vigorosamente a los «iluminados» que apelaban constantemente al Espíritu para evadirse de la sumisión a cualquier norma fundada en la propia Palabra de Dios.

Mucho más equilibrado es el comentario que hace Stott sobre la frase del versículo 1Jn 2:27 «no tenéis necesidad de que nadie os enseñe». Dice: «No sería difícil exagerar esta afirmación en una forma incauta y desequilibrada. Es cierto que, en última instancia, el Espíritu Santo es nuestro Maestro absolutamente adecuado, y nosotros mantenemos nuestro derecho de juicio privado (el libre examen . El paréntesis es mío) mediante Su iluminación de la Palabra de Dios. Pero debemos ver este versículo en el contexto de una epístola en la que Juan está, de hecho, enseñando a los que, dice él, ¡no tienen necesidad de maestros humanos! … La Palabra es una salvaguardia objetiva, mientras que la unción del Espíritu es una experiencia subjetiva; pero tanto la enseñanza apostólica como el Maestro Celestial son necesarios para continuar en la verdad. Y de ambos necesitamos asirnos de un modo personal e interior. Éste es el equilibrio bíblico tan raras veces preservado por los hombres. Unos honran la Palabra y descuidan el Espíritu, que es el único que puede interpretarla; otros honran al Espíritu, pero descuidan la Palabra de la que Él saca lo que enseña».

La cita es larga, pero puede ser muy provechosa a mis lectores. La única equivocación (extraña en un siervo de Dios tan experto como Stott) que en ella hallo es eso de «Su iluminación de la Palabra de Dios», ya que la Palabra de Dios no necesita ninguna iluminación: ¡tiene su propia luz! (v. Sal 119:105). Lo que el Espíritu Santo ilumina no es la Palabra de Dios, sino nuestros ojos (v. Efe 1:18) para poder verla como es en sí. Véase tambien el comentario a Jua 16:13.

Sin pretender agotar la lista, me ha parecido conveniente ofrecer aquí a los lectores una serie de normas (diez), no técnicas, sino sencillas (populares, diríamos), para una recta interpretación de las Escrituras, ya que es un punto relacionado con el versículo que nos ocupa:

Primera: Pureza de corazón. Antes de ponernos a estudiar la Palabra de Dios, debemos tener el corazón dispuesto, sin doblez, a obedecer la voluntad de Dios (v. Jua 7:17). Dice el apócrifo Sabiduría (1Jn 1:4, 1Jn 1:5, según la Biblia de Jerusalén): «En efecto, en alma perversa no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el Espíritu Santo que nos educa huye de la doblez, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad».

Segunda: Ferviente oración. Es menester orar, con la ayuda del propio Espíritu Santo (Rom 8:26, Rom 8:27), para que Él nos ilumine los ojos del corazón (Efe 1:18) y nos guíe, sin obstáculos de nuestra parte, a toda la verdad (Jua 16:13).

Tercera: Espíritu de humildad. Sin la vestidura de la humildad, nuestro pensamiento no puede ser llevado cautivo a la obediencia de Cristo (2Co 10:5). No hay mayor obstáculo a la recta inteligencia de la Escritura que la arrogancia del que se cree «maestro experto» y no está dispuesto a someter sus juicios a lo que el Espíritu Santo ha intentado mostrar en la Palabra.

Cuarta: Ausencia de prejuicios. Esta norma es consecuencia natural de la anterior. Quien esté dominado por prejuicios de «escuela teológica» (la que sea) y no quiera pasar por la «humillación» de confesar su posible equivocación anterior y de ser tenido por «inestable, que cambia de opinión», nunca estará en las condiciones requeridas para ver con claridad lo que enseña la Escritura.

Quinta: Estudio diligente. Sin un estudio atento y constante de toda la Escritura, no es posible entender bien una porción particular ni juzgar correctamente sobre su sentido (literal, típico, alegórico, acomodaticio, etc.).

Sexta: Atención al contexto próximo. No es posible entender bien una frase determinada, o un versículo, sin atención al contexto próximo, tanto anterior como posterior. (Si el estudiante puede alcanzar algún conocimiento de las lenguas originales, le servirá de mucha ayuda. De ahí, el beneficio de las versiones interlineales.)

Séptima: Atención a la llamada «analogía de la fe»; es decir, al contexto general de las Escrituras. Cada texto debe ser examinado y entendido a la luz del resto de la divina revelación.

Octava: Ir de lo claro a lo oscuro. Esta norma es una consecuencia de la anterior. Siempre que el creyente estudioso de las Escrituras se encuentre con algún texto difícil, oscuro para él, debe acudir a pasajes claros sobre la misma enseñanza; en otras palabras, lo ya claro puede esclarecer lo oscuro; lo oscuro no debe oscurecer lo que ya es claro. Esta norma es de sentido común, casi una perogrullada; sin embargo, es frecuentemente olvidada.

Novena: Distinguir entre lo seguro y lo opinable. Aunque todas las enseñanzas de la Escritura sean igualmente inspiradas e infalibles, no todas tienen la misma importancia ni todas aparecen con la misma claridad (aparte de muchos detalles que Dios ha querido ocultarnos, pues sólo servirían para satisfacer nuestra curiosidad o para mellar nuestra expectante vigilancia v. por ej., Mat 24:36; Hch 1:7; 2Ts 2:5, 2Ts 2:6). Defender una opinión, por probable que sea, pero, al fin y al cabo, tan discutible como la opuesta, cual si fuese enseñanza clara y segura de la Palabra de Dios, es señal, no de convicción firme, sino de fanatismo intolerante.

Décima: Favorecer el estudio comunitario. El estudio de la Escritura en forma congregacional, o en grupos de diferentes niveles, posee muchas ventajas sobre el estudio privado, individual, no sólo porque ayuda a contrastar puntos de vista y reflexiones de carácter exegético o devocional y práctico, sino también porque el Señor está de manera especial, por medio de su Espíritu, fomentando así el crecimiento espiritual de su Cuerpo que es la Iglesia (comp. con Mat 18:19, Mat 18:20). Aunque el aspecto comunitario no preste «infalibilidad» a las conclusiones que allí se deduzcan de tal estudio, las probabilidades de acertar aumentan considerablemente, siempre que se tengan en cuenta las otras nueve normas que acabamos de exponer.

(E) Después de esta larga digresión, retornemos al versículo 1Jn 2:27. Para corroborar lo que acaba de decir sobre la enseñanza que el Espíritu Santo («la unción») imparte, dice Juan que dicha unción «es verdadera (gr. alethés, real y verídica, veraz) y no es mentira». Es un semitismo como muchísimos otros que ya conocemos, en los cuales una misma verdad es expuesta en forma afirmativa y en forma negativa (v. por ej., Jua 1:20 «confesó y no negó …»). La verdad es consustancial con la Deidad (v. 2Cr 15:3; Jer 10:10; Jua 14:6; Jua 15:26; Jua 16:13; Jua 17:3; 1Ts 1:9; 1Jn 5:6, 1Jn 5:20). En realidad, la frase que ahora consideramos es similar a la última frase del versículo 21 «porque ninguna mentira procede de la verdad» (v. el comentario a dicho versículo).

(F) Habida esta seguridad de que el Espíritu que es la verdad (1Jn 5:6) no puede enseñar ninguna mentira, Juan exhorta a sus lectores a permanecer en Él, es decir, en Cristo, el Hijo de Dios, no en la unción. Aunque la referencia no puede establecerse sobre razones meramente gramaticales (ya que el dativo autoi puede concertar en género lo mismo con el masculino Khristós o Huiós que con el neutro khrísma), sin embargo, y aparte de otras consideraciones de carácter doctrinal, la misma frase (idéntica, en el original) del comienzo del versículo 1Jn 2:28 nos aclara definitivamente que Juan se está refiriendo a Cristo. Observa Rodríguez-Molero que este versículo 1Jn 2:27 «parece ser una recapitulación de toda la perícopa. En efecto: 1) la unción del Espíritu os enseña todas las cosas, reproduce la idea del v. 1Jn 2:20; 2) es verdadero y no hay mentira recuerda al v. 1Jn 2:21; 3) permaneced en él reproduce la idea del versículo 1Jn 2:24».

(G) El versículo 1Jn 2:28 se abre con una repetición de «permaneced en Él». Pero ahora añade Juan una nueva motivación. Por eso, comienza diciendo, antes de dicha frase: «Y ahora, hijitos (gr. teknía, como en los vv. 1Jn 2:1 y 1Jn 2:12), permaneced en Él …» Ese «y ahora», como observa Rodríguez-Molero, equivale a la frase latina quae cum ita sint, es decir, «siendo así las cosas», como sacando una consecuencia de lo dicho anteriormente. El nuevo motivo que Juan aduce es que al permanecer firmes en la comunión con Cristo y en la ortodoxa doctrina sobre su persona y su obra, podremos tener confianza (gr. parrhesían vocablo bien conocido . V. por ej. Heb 4:16) en su venida. Notemos algunos detalles importantes:

(a) Hemos visto constantemente que Juan no se repite, incluso cuando usa las mismas frases. Tampoco aquí se repite al decir «permaneced en Él» (Cristo). Hay un nuevo énfasis, como se adivina por el «Y ahora» que le precede. Y, además, hay un nuevo contenido en ese «permaneced …», ya que, en el versículo 1Jn 2:27, como en el 1Jn 2:24, la permanencia tenía por objeto directo la ortodoxia: permanecer en Cristo equivalía a permanecer firmes en lo que habían oído desde el principio (v. el v. 1Jn 2:24); en el versículo 1Jn 2:28, el objeto directo es una comunión muy íntima con Cristo, con repercusiones escatológicas.

(b) En efecto, no cabe duda de que la expresión eán phanerothé («cuando sea manifestado») apunta a la Segunda Venida del Señor. Como puede observarse, el texto dice literalmente: «si es manifestado» (conjunción condicional de posibilidad, con aoristo de subjuntivo de la voz pasiva), pero dicha conjunción equivale obviamente a «cuando». ¿Por qué ha usado Juan la condicional eán en lugar de la temporal hótan? Rodríguez-Molero da a esta aparente anomalía una cumplida solución: «El si no es dubitativo, sino temporal; no pone en duda el hecho cierto de la parusía, sino algunas circunstancias: el tiempo, el modo, que son del secreto de Dios (cf. Jua 6:62; Jua 12:32; Jua 14:3)».

(c) La expresión con que se cierra el versículo en el original: «en su venida», corrobora el talante escatológico de todo el versículo, pues el griego dice en te parousía autoú, siendo «parousía» uno de los cuatro vocablos que el Nuevo Testamento (especialmente, Pablo) usa para designar la Segunda Venida de Cristo. Esos cuatro vocablos son, por orden alfabético: 1) Apokálupsis (¡apocalipsis!) que significa «revelación», en el sentido de «descorrer un velo». En este sentido, aplicado a Jesucristo, sale en 1Co 1:7; 2Ts 1:7; 1Pe 1:7, 1Pe 1:13; 1Pe 4:13 y Apo 1:1, aunque en este último lugar abarca todo el contenido del último libro de la Biblia. 2) Epipháneia (¡epifanía!), que significa «aparición» (lit. resplandor desde arriba), que sale en 2Ts 2:8; 1Ti 6:14; 2Ti 1:10; 2Ti 4:1, 2Ti 4:8; Tit 2:13. 3) Parousia, que suele traducirse por «venida», aunque literalmente significa «presencia» y sale (en relación con Cristo) en Mat 24:3, Mat 24:27, Mat 24:37, Mat 24:39; 1Co 15:23; 1Ts 2:19; 1Ts 3:13; 1Ts 4:15; 1Ts 5:23; 2Ts 2:1, 2Ts 2:8; Stg 5:7, Stg 5:8; 2Pe 1:16; 2Pe 3:4, 2Pe 3:12; 1Jn 2:28 aquí . 4) Phanérosis, que significa «manifestación». El vocablo mismo sale únicamente en 1Co 12:7 y 2Co 4:2, y en ninguna de las dos ocasiones se refiere a la Segunda Venida de Cristo, pero esta especial «manifestación» de Cristo queda expresada por el verbo de la misma raíz que phanérosis (phaneróo) que, con relación a la Segunda Venida de Cristo, sale en Col 3:4Col 3:4; 1Pe 5:4; 1Jn 2:28 aquí y 1Jn 3:2 (la segunda vez en que ocurre en tal versículo, no la primera). El verbo mismo es uno de los favoritos de Juan, porque de las 49 veces en que ocurre en todo el Nuevo Testamento, 20 son de su pluma.

(d) Dice Juan que debemos permanecer en Cristo, a fin de que, en su venida, tengamos confianza «y no seamos avergonzados de parte de Él» (lit. Gr. kai me aiskhunthómen ap autoú). Nótese que el verbo está en aoristo de la voz pasiva, no media; y que ap (apócope de apó) significa «de parte de»: una procedencia que lo mismo podría significar causa como distancia. La mayor parte de los autores, y de las versiones, entienden ese apó en sentido de distanciamiento: «y no tengamos que retirarnos de Él» (en sentido figurado; es decir: «y no tengamos que bajar la cabeza ante Él avergonzados»). Sin embargo, atendiendo, sobre todo, a la voz pasiva del verbo, Rodríguez-Molero lo entiende de la siguiente manera: «No indica la situación psicológica del reo, el avergonzarse delante del juez, que es el sentido de la voz media; sino el ser objetivamente confundido y avergonzado, el ser públicamente abochornado por el juez, que es lo que indica la voz pasiva». En cualquiera de los dos sentidos, sin embargo, la idea es clara y conforme a otros lugares de la Escritura: El que se presente en el tribunal de Cristo con las manos vacías, por fuerza tendrá que avergonzarse, o ser avergonzado, de su negligencia (comp. con Mar 8:38; 1Co 3:13-15; 2Co 5:10 «… bueno o RUIN»; 2Pe 1:10, 2Pe 1:11).

(H) Finalmente, el versículo 1Jn 2:29, como ya indicamos, sirve como de puente entre este capítulo y el siguiente. Dice literalmente: «Si sabéis (gr. eán eidéte condicional de posibilidad ; Juan espera que sea realidad) que Él (Dios el Padre, no Cristo, como se ve por la frase final del versículo) es justo (v. 1Jn 1:9, comp. con Jua 17:25), conoced (esto es, reconoced, tened en cuenta) que todo el que practica (gr. poión, hace; en presente continuativo) la justicia, ha sido engendrado de (gr. ex; preposición de origen) Él (Dios el Padre)». Algunos autores de talla atribuyen a Jesucristo el primer Él del versículo, y al Padre el segundo. Pero es preferible entender un cambio de persona del versículo 1Jn 2:28 al 1Jn 2:29, antes que un cambio de persona dentro del mismo versículo, ya que aquí se quebraría completamente la secuencia, puesto que la idea de Juan es claramente que «el Justo engendra justos» (Bengel, siguiendo a Ecumenio).

En efecto, la enseñanza de la Biblia es constante acerca de este punto: de Jesucristo somos hermanos, ya que Él es el primogénito (v. Rom 8:29; Col 1:15; Heb 1:6; Heb 2:11-14, 1Jn 2:17, entre otros lugares), pero nunca es nuestro padre. Somos engendrados por Dios el Padre (Jua 1:12) por medio del agente ejecutivo de la Deidad, el Espíritu Santo (Jua 3:5). Ésta, por supuesto, es una generación espiritual y sobrenatural, ya que es un favor enteramente gratuito de Dios. Dice Rodríguez-Molero: «El justo, el que hace justicia, da muestras por ello de estar en posesión de un atributo divino. Pero es justo porque ha nacido de Dios; no a la inversa … Porque son engendrados de Dios, son justos. No son las virtudes naturales la justicia las que nos unen al Padre celestial; el nacimiento de Él, el que Él nos haya comunicado su naturaleza divina, es la causa de que practiquemos virtudes sobrenaturales».

Es, pues, necesario practicar la justicia y huir del vicio, para mostrar que somos hijos de Dios (comp. con 1Jn 3:3), que llevamos en nuestra conducta los rasgos de familia. Es la práctica del bien, y no una iniciación especial (como sostenían los gnósticos), lo que manifiesta una real, auténtica, «regeneración». Y, con este versículo 1Jn 2:29, Juan, como observa Ryrie, comienza la presentación del «tercer gran contraste: entre la vida y la muerte (1Jn 2:28-29; 1Jn 3:1-24)». El primer contraste fue entre la luz y las tinieblas (1Jn 1:5-10; 1Jn 2:1-11); y el segundo, entre el amor y el odio (1Jn 2:12-17). La mención que hace Juan, al final del versículo 1Jn 2:29, de «haber sido engendrados por Dios», sirve de introducción al grandioso comienzo del capítulo 1Jn 3:1-24.

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