1 Juan 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de 1 Juan 3:1 | Comentario Bíblico Online

El capítulo se abre con un jubiloso y emocionado mensaje: El amor que Dios nos tiene es prodigiosamente excepcional, tan extraordinario que sólo de lo más alto de los cielos puede venir, de lo más profundo del corazón de Dios. Nos parece oír un eco de lo que el mismo Juan escribió en Jua 3:16: «De tal manera amó Dios al mundo …». Lo que este amor ha hecho para nosotros es ya inmensamente grande, pero todavía no se ha manifestado su verdadera grandeza; se manifestará en la Segunda Venida de Cristo. Dicen así los versículos 1Jn 3:1 y 1Jn 3:2 en la NVI: «¡Fijaos cuán sublime (lit. de qué país o de qué calidad. Gr. potapén, vocablo que, además de aquí, sale en Mat 8:27; Mar 13:1; Luc 1:29; Luc 7:39; 2Pe 3:11) es el amor que el Padre nos ha prodigado (lit. nos ha dado. Gr. dédoken), hasta poder ser llamados hijos de Dios! ¡Y lo somos de veras! (esta última frase aparece en todos los mejores MSS). La razón por la que el mundo no nos conoce es que no le ha conocido a Él. Queridos amigos (gr. agapetoí, como en 1Jn 2:7), ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha dado todavía a conocer (lit. no fue manifestado. Gr. oúpo ephaneróthe, en aoristo pasivo de indicativo). Pero sabemos que cuando se manifieste (gr. eán phanerothé, la misma construcción que en 1Jn 2:28), seremos semejantes a Él, pues le veremos tal como es».

1. La NVI ha traducido magníficamente por «¡Fijaos …!» el ídete (ved) del original, pues tal vocablo (única vez que sale en 1 Jn.) tiene por objeto «excitar la atención de los lectores al mismo tiempo que su admiración. Directamente les incita a contemplar la maravilla de su estado presente» (Rodríguez-Molero). Y, aun así, no aboga por una contemplación meramente especulativa, sino de una percepción llena de afecto, «gustativa» (comp. con Sal 34:9 «Gustad y ved …), pues se trata de estimar en lo que vale el gran amor de Dios.

2. Ya hemos visto el sentido del potapén del original para describir ese extraordinario amor de Dios. Al ampliar la referencia hecha en paréntesis, intercalado en el texto, podemos decir que dicho adjetivo, que sale otras cinco veces en el Nuevo Testamento, «resume las tres acepciones: qualis, quantus, unde» (Rodríguez-Molero); esto es, de qué calidad, de qué magnitud, de qué lugar. Como ya hemos adelantado en la introducción a esta porción, el autor sagrado quiere poner de relieve lo excepcional, lo prodigioso, maravilloso y extraordinario de este amor de Dios.

3. La calidad, magnitud y procedencia de tal amor se ha mostrado, dice Juan, en que nos ha otorgado el privilegio, no sólo de ser llamados hijos de Dios, sino también de serlo realmente. El original dice que nos ha dado ese amor, con lo que el autor sagrado da a entender que «no sólo designa la manifestación del amor, un afecto noble y puro, activo y generoso, sino también una realidad existente en sí misma, íntima y concreta, que Dios nos comunica: un don concedido, dédoken, por Dios a los fieles, que permanece en nosotros y nos constituye objetivamente en hijos de Dios» (Rodríguez-Molero).

4. Estamos dentro de un mundo sobrenatural, muy por encima de los criterios e intereses de los mundanos, del mundo en el sentido peyorativo que ya hemos visto en otras ocasiones. Por eso, añade Juan: «La razón por la que el mundo no nos conoce es que no le ha conocido a Él» (NVI). El mundo no nos reconoce como suyos porque el amor de Dios nos ha hecho semejantes al Hijo de Dios, y el mundo y Dios son completamente antagonistas (1Jn 2:15-17). Digo «semejantes al Hijo de Dios», porque ese autón, Él, tan repetido en los versículos 1Jn 3:1-6, no es Dios el Padre, sino Jesucristo, como se ve por todo el contexto. Esta identificación es de suma importancia, como veremos más adelante. En efecto, fue al Verbo manifestado en carne a quien el mundo no conoció (Jua 1:10). No le conoció en su estado de humillación. Dice J. Stott: «Así como Su gloria estaba velada en la carne, así también nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:3). Nuestra filiación, aunque ya es real, no se manifiesta todavía al exterior (Rom 8:9)».

5. Antes de pasar al versículo 1Jn 3:2, nos vendrá bien hacer una pausa para reflexionar un poco más sobre la calidad y grandeza del amor de Dios. Hay algo, no solamente característico, sino también emocionante, en este amor de Dios, en este agápe divino, que da todo y se da todo, aun en el caso de no ser correspondido (v. 2Ti 2:13). Y, en el amor, siempre toma la iniciativa (Rom 5:6-11; 1Jn 4:9, 1Jn 4:10, 1Jn 4:19). Pero sería una tremenda equivocación pensar que Dios se ve forzado a amarnos. Si así fuera, el amor de Dios perdería todo su encanto: al ser forzado, no sería libre, ni generoso ni profundamente incitativo y personal.

Más aún, es precisamente por ser enteramente libre, al mismo tiempo que enraizado en su propia esencia (v. 1Jn 4:8, 1Jn 4:16), por lo que el amor de Dios invita a una respuesta de amor, que es también libre de nuestra parte. Aunque desea nuestra respuesta favorable con toda la fuerza inmensa de su mismo Ser infinito, respeta nuestra libertad; es decir, a nadie fuerza a amarle. Permítaseme citar del libro de G. Priestland The Case against God unos párrafos que me han conmovido: «He dicho varias veces que Dios es extrañamente discrecional (inglés, optional). Lo que en realidad quiero decir es que, por Su misma naturaleza, Él es esencial; pero que nuestra creencia en Él es potestativa; no estamos forzados a creer en Él. Pienso que esto tiene algo que ver con Su carácter como Amor. El amor, para ser completo, tiene que ser reconocido por lo que es y de dónde procede, tiene que ser correspondido y reciprocado, o no es Amor de ninguna forma o es sólo Amor frustrado . Pero esa respuesta tiene que ser voluntaria. Si fuese forzada o automática, no sería creativa ni digna de recibirse, sino una servidumbre impersonal; y ésa no es la relación que el creyente cristiano, en modo alguno, experimenta, pues él se siente conocido, interrogado, invitado y amado como persona . Pero también es consciente de ser libre para rechazar todo eso. De hecho, el pecado mismo comporta la conciencia de haberlo hecho así … Así que la creencia en Dios permanece discrecional, y la sentencia que Él mismo sufre por ser responsable del mundo y haberse encarnado es una eternidad de estar a merced de nosotros. Si no fuera por el mundo de los hombres, Su Amor habría sido como un huevo no fecundado: perfecto, pero estéril. ¡En qué aprieto se ha puesto a Sí mismo! ¡Qué poder tenemos sobre Él! ¡Qué aventura tan peligrosa!» No necesito el microscopio del análisis teológico para ver dónde se ha podido pasar de la «raya» ortodoxa G. Priestland al estampar algunas de estas frases. Sólo sé que su fondo es bíblico (pues la Biblia enseña que somos libres para aceptar la gracia de Dios, explíquese como se explique) y que sus reflexiones no pueden menos de emocionar a quien las considere seriamente si es que tiene corazón.

6. Como ya nos toma un poco lejos del comienzo de esta porción el versículo 1Jn 3:2, voy a repetirlo, tomándolo ahora textualmente, a la letra, del original: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y todavía no fue manifestado qué seremos. Sabemos que cuando sea manifestado, seremos semejantes a Él, pues le veremos tal como es».

(A) En las seis veces en que Juan se dirige a sus lectores en esta epístola llamándoles «amados» (gr. agapetoí), pueden notarse juntamente el tierno afecto paternal de Juan y la importancia, tanto doctrinal como práctica, de lo que va a decir. Nótese ese «ahora», que marca un puente entre lo que fue y lo que será, entre el pasado y el futuro: El pasado fue lamentable, lleno de miseria, pues antes de la conversión estábamos «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efe 2:12); ese ahora establece la línea divisoria entre la perdición y la salvación y abre un presente que se prolongará en la eternidad, pues es ya cosa segura e irrevocable (comp. con Rom 11:29) que somos hijos de Dios ¡para siempre! Pero queda algo para el futuroÉ

(B) «Y todavía no fue manifestado qué seremos», añade Juan. Comoquiera que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3:3, Col 3:4), mientras Cristo no se manifieste, tampoco se manifestará lo que seremos. La forma en que aparecerá al exterior la vida eterna que ya tenemos dentro está oculta, no sólo a nuestros ojos y a los ojos de quienes nos rodean, sino también a los ojos de los mayores santos de nuestro tiempo. Ni siquiera Juan, el apóstol y discípulo amado especialmente del Señor, conocía en qué había de consistir esa manifestación de lo que seremos un día. Dice J. Stott: «Así que Juan confiesa aquí que el exacto estado y la condición celestial de los redimidos no le habían sido revelados. Siendo esto así, es inútil y pecaminoso especular o fisgonear en cosas que a Dios no le plugo darnos a conocer».

(C) Aunque Juan no sabe cuál será la forma exacta en que se manifestará nuestra gloria definitiva, sí que sabe algo muy precioso: Que cuando el Señor Jesucristo se manifieste en su Segunda Venida, nosotros seremos manifestados al mismo tiempo (Col 3:4) y, como nuestra vida habrá estado escondida con la suya, también nuestra condición final será semejante a la suya. Es cierto que, como hemos visto, el original no tiene explícito el sujeto de cuando sea manifestado, pero la mayoría de los autores, tanto protestantes como católicorromanos, lo entiende de la manifestación gloriosa del Señor Jesucristo. Veamos cómo describe Juan las fases de esta manifestación:

(a) Primero, será manifestado el Señor Jesucristo. El que se manifestó en carne al venir a este mundo para llevar a cabo la redención de la humanidad caída, será manifestado en la gloria propia de espíritu vivificante para consumar la salvación efectuada en los que un día creímos en Él (v. Rom 8:23-25; Rom 13:11; Heb 9:28).

(b) Segundo, al ser manifestado en gloria el Señor Jesucristo, le veremos tal como es. Ya dijimos que, en toda esta porción, domina el pronombre Él aplicado al Señor Jesucristo (vv. 1Jn 3:1-6). Luego el objeto de nuestra visión «beatífica» será Jesucristo en su naturaleza humana, no Dios Padre en su esencia invisible e infinita (v. entre otros lugares, Jua 16:9, Jua 16:10; 1Ti 6:16). Solamente los autores catolicorromanos, por su prejuicio teológico de que la bienaventuranza eterna consiste en la visión facial, directa, inmediata e intuitiva, de la esencia divina, ven aquí, en contra del contexto, tanto próximo como remoto de toda la Biblia, la visión de Dios Padre. Lamentablemente, hay muchos evangélicos que, por desconocimiento de lo que significan las frases, frecuentes en la Biblia, que hablan de «ver a Dios», «ver el rostro de Dios», etc., aceptan esta enseñanza típicamente catolicorromana que acabamos de exponer, y cuyas consecuencias vamos a explicar a continuación.

(c) Tercero, al ver al Señor Jesucristo cara a cara, glorificado y glorificante, seremos hechos semejantes a él. Esta semejanza, que ya comenzó al recibir la nueva naturaleza (Rom 8:29; 2Pe 1:4), será perfecta, consumadamente perfecta, cuando llegue aquel dichoso día. Ya ahora, el Espíritu Santo está constantemente transfigurándonos: «Y nosotros todos, al ir contemplando de cerca (participio de presente) como en un espejo, con el rostro descubierto, la gloria del Señor, vamos siendo transformados en la misma imagen (la del Señor), de gloria en gloria, como por (gr. apó, en sentido de procedencia) el Señor espíritu (o, el Señor, que es el Espíritu; o, el Espíritu del Señor; tanto Señor como Espíritu carecen de artículo en el original)» (traducción literal). Por consiguiente, lo que Juan dice aquí es que, cuando veamos cara a cara al Señor Jesucristo el día de su manifestación gloriosa, el Espíritu Santo dará «el último toque» a su obra de transformarnos en la imagen de Jesucristo, de forma que nuestra semejanza con Él será entonces perfecta, consumada. Tan clara como será entonces nuestra visión de Él, será también perfecta nuestra semejanza con Él, en virtud de la transformación llevada a cabo por el Espíritu Santo, que es el agente ejecutivo de la Trina Deidad.

(d) Y aquí tiene su lugar la explicación de las graves consecuencias que comporta el admitir, con la Iglesia de Roma, que la visión a la que aquí se refiere Juan es la de Dios Padre, quien (puesto que no es el Padre quien se encarnó, sino el Hijo) permanece en su esencia puramente espiritual, invisible e infinita. Al ser una visión transformadora, el que entra en el cielo, aunque ya tenía la participación de la naturaleza divina, no es todavía apto (todo esto es doctrina dogmática de la Iglesia de Roma) para ver a Dios como es en sí; necesita una nueva elevación de su mente creada, mediante el llamado lumen gloriae («luz de la gloria»), que le capacita para la «visión beatífica de la esencia divina». Como esa visión es, según Roma, el fin sobrenatural del hombre, la gracia es entonces la incoación de la gloria y, por tanto, una cualidad infusa, no un mero favor de Dios, mediante la cual el hombre justificado recibe una participación, no solamente moral, sino también física, de orden óntico (aunque a nivel creado) de la naturaleza divina, y queda así en condiciones de llegar un día, recibido el aumento de capacidad que le proporciona el lumen gloriae, a la visión facial, directa, inmediata e intuitiva, de la esencia divina.

Al ser la gracia (según Roma) una cualidad infusa, no sólo un favor desmerecido, su condición física en el creyente sube y baja de acuerdo con el fervor o falta de fervor de su amor, y desaparece del todo con cualquier pecado mortal que deja al sujeto bajo condenación, a no ser que la readquiera mediante el «sacramento» de la Penitencia. ¡Tenga todo esto en cuenta cualquier hermano mal informado, que sostenga dicha doctrina de la visión directa, en el cielo, de Dios el Padre!

1 Juan 3:1 explicación
1 Juan 3:1 reflexión para meditar
1 Juan 3:1 resumen corto para entender
1 Juan 3:1 explicación teológica para estudiar
1 Juan 3:1 resumen para niños
1 Juan 3:1 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí