1 Reyes 20:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de 1 Reyes 20:31 | Comentario Bíblico Online

Relato de lo que sucedió después de la victoria que obtuvo Israel contra los sirios.

I. Ben-adad se somete mansa y humildemente. Sus siervos, viéndole a él y a sí mismos reducidos al último extremo, le aconsejaron que se rindiera sin condiciones para salvar la vida (v. 1Re 20:31). Habían oído que los reyes de Israel eran clementes. Quizás habían oído que Jehová es clemente y misericordioso y pensaban que los reyes de Israel seguirían el ejemplo de su Dios. Esto, que para los sirios era un mero pretexto para ver de salvar la vida, para el pobre pecador es un consuelo que le anima a humillarse y arrepentirse delante de Dios. «¿No hemos oído que el Dios de Israel es clemente y compasivo? ¿No le hemos hallado así? ¡Rasguemos, pues, nuestro corazón y convirtámonos a Él!» (Joe 2:13). Éste es un arrepentimiento genuino, evangélico: El que brota de la convicción de la misericordia de Dios en Cristo: Con Él hay perdón. Dos cosas le ruegan a Ben-adad sus siervos que haga: 1. Presentarse (y ellos con él) como penitentes: «Ciñeron sus lomos con cilicio (esto es, saco), como quienes están de duelo, y pusieron cuerdas sobre sus cabezas», con la soga al cuello, como criminales que marchan al patíbulo. Muchos hacen como que se arrepienten cuando las cosas les salen mal, cuando se habrían gloriado de sus hechos si las cosas les hubiesen salido bien. 2. Presentarse como pordiosero, y mendigar la vida: «Tu siervo Ben-adad dice: Te ruego que viva mi alma» (v. 1Re 20:32). ¡Qué cambio! (A) En su condición. De las alturas del poder y de la prosperidad, ha caído a lo más bajo de la desgracia y de la aflicción.

(B). En su tono. Al comienzo del capítulo le veíamos fanfarrón, juraba y amenazaba, con demandas crueles; ahora le vemos agachado y gimoteando, sin pedir otra cosa que salvar la vida.

II. Acab acepta neciamente la fingida sumisión de Ben-adad y hace de inmediato un trato favorable al sirio. Se muestra orgulloso de que se le humille aquel mismo al que él tanto temía: «¿Vive aún? Es mi hermano». Le llama «hermano» conforme era costumbre entre los reyes orientales (1Re 9:13), apoyándose en la hermandad de la realeza más que en la hermandad de la religión. «¿De veras es tu hermano, Acab? ¿Te trataba él como a hermano cuando te envió aquel bárbaro ultimátum? (vv. 1Re 20:5, 1Re 20:6). ¿Te habría llamado hermano si hubiese sido él el vencedor? ¿Se llamaría él tu siervo si no hubiese sido reducido a la extrema estrechura? ¿Cómo puedes permitir que te engañe con una falsa sumisión?» Al someterse Ben-adad de esta manera, Acab le trató, no sólo con honor: «Le hizo subir a su carro» (v. 1Re 20:33), sino con la amistad propia de un aliado (v. 1Re 20:34): «Hizo pacto con él y le dejó ir», sin consultar a los profetas de Dios ni a los ancianos del país. Podía haberle exigido ciudades a Ben-adad pero se contentó con que le restituyera las robadas por su padre. Podía haberle exigido todos los tesoros de Damasco, pero se contentó con que le concediera hacer en Damasco un barrio de bazares a expensas de Acab. Con esto le dejó ir, sin reprenderle siquiera por las blasfemias que Ben-adad había lanzado contra el Dios de Israel, por cuyo honor tenía Acab muy poco interés.

III. La reprensión que recibió Acab por su clemencia con Ben-adad y el pacto que había hecho con él. Le fue dada por medio de un profeta en nombre de Dios. Este profeta no es el mismo de los versículos 1Re 20:13. Flavio Josefo dice que era Miqueas, lo cual es muy posible, por la forma que habla de él Acab más tarde (1Re 22:8). Este profeta quiso reprender a Acab mediante una parábola y, para hacerla más dramática, se disfrazó de soldado herido.

1. No le fue fácil presentarse herido. No quiso herirse a sí mismo, sino que mandó a uno de sus compañeros profetas que le hiriese «por orden de Jehová» (lectura probable). Pero él no quiso (v. 1Re 20:35); podemos pensar que lo hizo por buena razón. Las personas buenas prefieren recibir golpes a darlos. Pero, por contravenir una orden expresa de Dios (tanto peor, siendo él mismo profeta), le mató un león (v. 1Re 20:36), como le había pasado a otro profeta desobediente (1Re 13:24). La intención de esto era darle a entender a Acab que si un buen profeta era castigado tan severamente por haber perdonado la vida a un amigo suyo, y de Dios, cuando Dios había dicho: «Hiérele», ¡cuánto mayor sería el castigo de un rey perverso por haber perdonado la vida a un enemigo suyo, y de Dios, cuando Dios había dicho: «Hiérele»! El siguiente hombre no tuvo ningún inconveniente en herirle (v. 1Re 20:37). Probablemente le sacó sangre del rostro, y él se puso una venda.

2. Herido como estaba y con ceniza sobre la cabeza (probablemente), para ocultar que era profeta, se va hacia el rey y le cuenta una historia en la que él mismo resultaba culpable de descuido por habérsele escapado un prisionero. ¿Le perdonará el rey? ¡De ninguna manera! «Tú mismo has pronunciado tu sentencia», le dice Acab. El profeta tiene ahora lo que quería, lo mismo que Natán en otra ocasión (2Sa 12:5). Se quita el disfraz y la venda y viene a decirle a Acab: «Tú eres ese hombre. Con tu propia palabra te has juzgado. Jehová te había ordenado acabar con la vida del enemigo ( soltaste de la mano el hombre de mi anatema v. 1Re 20:42 ) y tú se la has conservado. Por tanto, tu vida será por la suya, y tu pueblo por el suyo».

3. Acab recibió con enojo la reprensión: «Se fue a su casa triste y enojado» (v. 1Re 20:43); enojado con el profeta, exasperado contra Dios y vejado en su propio interior.

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