1 Reyes 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquel gran hombre y buen hombre que fue David, aparece aquí (v. 1Re 2:1) próximo a morir y, poco después (v. 1Re 2:10), muerto. Es una bendición que haya otra vida después de ésta, porque la muerte mancha la gloria presente arrojándola al polvo.

I. Instrucciones que David, próximo a morir, dio a Salomón, su hijo y sucesor. Se siente próximo a su ocaso y así lo reconoce (v. 1Re 2:2): «Me voy por el camino de toda la tierra» (lit.). Es un bello eufemismo para expresar el destino común de los mortales. La muerte es un camino; no es sólo un episodio de la vida, sino una senda que conduce a otra vida mejor. También los hijos de Dios y herederos del Cielo tienen que pasar por ese camino; han de morir (Heb 9:27); pero pueden ir gozosos por ese camino, por valle de sombra de muerte (Sal 23:4). Los profetas, y también los reyes, tienen que ir por ese camino hacia una luz más brillante y un honor más alto que la profecía o la soberanía. David se va, pues, por ese camino, y da instrucciones a Salomón sobre lo que debe hacer.

1. Le encarga, en general, que guarde los mandamientos de Dios y cumpla a conciencia con su deber (vv. 1Re 2:2-4). Le prescribe: (A) Una buena norma para obrar: la voluntad de Dios (v. 1Re 2:3): «Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, etc». (B) Un buen espíritu con el que actuar (v. 1Re 2:2): «Esfuérzate y sé hombre». Esto era necesario para un jovencito como era Salomón, de unos 16 o 17 años. (C) Un buen motivo para todo esto (v. 1Re 2:3): «Para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas». Que cada uno cumpla, en sus días, la voluntad de Dios; podemos entonces estar seguros de que Dios cumplirá su palabra. Nunca cae la promesa mientras no caiga el precepto. Dios había prometido a David que el Mesías había de salir de sus lomos, y esta promesa era absoluta; pero la promesa de que no le faltaría a David varón en el trono de Israel era condicionada: «Si tus hijos guardan mi camino» (v. 1Re 2:4). Si Salomón, en sus días cumplía la condición, pondría lo que estaba de su parte para que se perpetuase la promesa. La condición es que andemos delante de Dios con verdad, de todo corazón y con toda el alma.

2. Le da instrucciones particulares con respecto a ciertas personas, para que sepa lo que ha de hacer con ellas.

(A) En cuanto a Joab (v. 1Re 2:5). David se daba cuenta de que no había hecho bien perdonándole la vida después que había contravenido gravemente, una y otra vez, la ley de Dios mediante el asesinato de Abner y de Amasá, grandes hombres ambos, generales del ejército de Israel. Los había matado a traición («derramando en tiempo de paz sangre de guerra»), con lo que había injuriado también a David: «Ya sabes lo que me ha hecho Joab». Los crímenes de Joab se agravaban por el hecho de que ni se avergonzaba de ellos ni tenía miedo al castigo, sino que se atrevía a llevar desvergonzadamente la sangre inocente en el cinturón de sus lomos y en las sandalias de su pies. David lo deja a la prudencia de Salomón (v. 1Re 2:6), indicándole que no debe dejarle sin castigo.

(B) En cuanto a la familia de Barzilay, a la que le ordena que se muestre benigno por amor a Barzilay, quien, por lo que se ve (v. 1Re 2:7), ya había muerto. Los beneficios que hemos recibido de nuestros amigos no deben quedar sepultados en nuestra tumba ni en la de ellos, sino que nuestros hijos deben corresponder con beneficios a los hijos de ellos.

(C) En cuanto a Simeí (vv. 1Re 2:8, 1Re 2:9): «Me maldijo con una maldición fuerte». Tanto más fuerte cuanto que le insultó cuando David se hallaba en su mayor aprieto, y puso vinagre en sus heridas. David le había jurado (2Sa 19:23) que no le había de matar, pero ahora encarga a Salomón que, siendo hombre sabio, sabrá lo que debe hacer con él, «y harás descender sus canas con sangre al Seol» (v. 1Re 2:9). Esta última frase ha dado mucho que hablar. El propio rabino Hertz hace notar que, «cualesquiera sean las razones de Estado que puedan presentarse para mitigar la acción de David, no es un acto que haya de imitarse en la vida de ningún individuo ordinario», y apela a Lev 19:18: «No te vengarás ni guardarás rencor, etc». Bullinger llega a interpolar un «no» delante de «harás descender …», y alega que es un caso de elipsis del adverbio de negación, por continuación del primer «no» del versículo (nota del traductor), pero difícilmente se hallará un hebraísta en el mundo entero que esté de acuerdo con esta suposición en el presente texto. Es cierto, por otra parte, que Salomón no mandó matar a Simeí precisamente por la maldición que había echado a David, sino por quebrantar cierta orden de Salomón, como veremos en su lugar. Lo que es de notar es la frase «sabes cómo debes hacer con él»; es decir, «al conocer su espíritu rebelde y turbulento, hallarás algún modo de quitarlo de en medio sin que yo tenga que faltar a mi juramento». No olvidemos que estamos hablando de una época muy antigua dentro del Antiguo Testamento.

II. Muerte y sepultura de David (v. 1Re 2:10): «Fue sepultado en su ciudad», no en Belén, donde había nacido, sino en Jerusalén, ciudad que él había fundado. Allí se habían erigido los tronos, y allí también se excavaron las tumbas, de la casa de David. Su epitafio podría tomarse de 2Sa 23:1: «Aquí yace David, hijo de Isaí, el varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel», y añadir aquellas otras palabras suyas del Sal 16:9: «Mi carne también reposará confiadamente».

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