1 Timoteo 6:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, el apóstol tiene en mente, una vez más, a los falsos maestros, como puede observarse al hacer un paralelo entre estos versículos y 1Ti 1:3-10.

1. No debe pasarse por alto la conexión de estos versículos con la frase final del versículo 1Ti 6:2: «Esto enseña y exhorta», pues ello demuestra que tanto las enseñanzas que preceden a dicha frase, como las que siguen, son sanas palabras, son del Señor Jesucristo, cuyo enviado (apóstol) es Pablo, y son una enseñanza conforme a la piedad (v. 1Ti 6:3).

2. Donde no hay sanidad, hay enfermedad; donde no hay sanas palabras, hay enseñanzas infectadas e infecciosas. Tales eran las de los falsos doctores que Pablo tiene aquí en mente, lo mismo que en otros lugares de la epístola. Múltiples son las infecciones de la heterodoxia:

(A) Se muestran primero en el carácter mismo de las personas (v. 1Ti 6:4): «está envanecido, nada entiende y delira …». Nótese la secuencia: «está envanecido» (gr. tetúphotai, el mismo verbo de 1Ti 3:6); el «tufo» no le deja ver bien; por eso «no entiende nada», sino que «tiene un afán morboso» (lit. gr. nosón; de ahí, el término técnico «nosocomio» para designar un hospital).

(B) Se muestra después en el área de interés de las personas que se apartan de la sana doctrina (v. 1Ti 6:4; comp. con 1Ti 1:4): «tiene un afán morboso acerca de cuestiones, es decir, necias cavilaciones, y juegos de palabras (gr. logomakhías, lit. contiendas o luchas acerca de palabras). Esto no es, ni mucho menos, cosa del pasado. También hoy, y entre cristianos, hay discusiones interminables que son un juego de palabras. Si el orgullo y los prejuicios se pusieran a un lado (¡el odio teológico!), los hermanos que contienden sobre detalles doctrinales hallarían que están diciendo lo mismo, pero con diferente lenguaje. Gran parte de la culpa por la ruptura que se operó durante la Reforma se debió a que cada una de las partes tenía su propio Diccionario y unas mismas cosas se definían de diferente manera. No quiero insinuar con esto que no hubiese un problema de fondo, pero sí que la acrimonia y, por tanto, la incomprensión por ambas partes, especialmente por parte de la Iglesia de Roma, obstaculizó todo buen entendimiento.

(C) Los resultados son desastrosos (v. 1Ti 6:4, 1Ti 6:5): «envidia, discordia, insultos (lit. blasfemias), sospechas malignas, fricciones constantes (gr. diaparatribaí)» (lit.). ¿Pueden describirse mejor los efectos de una discusión teológica? ¡Y aún dicen algunos: «De la discusión sale la luz»! En mi larga vida, no he visto un solo caso. A la vista de los espectadores (que suele haberlos), uno sale vencedor y el otro sale vencido, lo cual no quiere decir que la verdad haya sido la vencedora. El supuesto vencedor se engríe todavía más y menosprecia más la opinión contraria. El vencido, por su parte, abriga resentimiento; muchas veces, a falta de razones, surgen los insultos, las sospechas, las rencillas. Aquí viene al pelo la sabia consideración del Kempis: «¿De qué te sirve decir cosas profundas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad?» Un buen consejo a todo hermano que lea esto: Si quieres saber, aprende a escuchar; no te creas poseedor exclusivo de la verdad; no te avergüences si las razones del interlocutor pesan más que las tuyas; no te encierres en tu castillo de marfil.

(D) El caso que Pablo contempla aquí se ve agravado por otro motivo indigno (v. 1Ti 6:5): Tales hombres son «de mente corrompida, que se han dejado arrebatar la verdad y se figuran que la religión es un medio de hacer negocio» (NVI). Dice Hendriksen: «La mente depravada se opone a la verdad y acoge la mentira, hasta que, al final, los que poseen tal clase de mente se vuelven completa y permanentemente separados de la verdad». Todas las discusiones aludidas anteriormente han resultado en esterilidad espiritual, y lo único que surge de un corazón espiritualmente estéril es el egoísmo: la codicia de lo material, de forma que, una vez instalados en la «religión» y al profesar la fe que ni tienen ni practican, se sirven de esa misma religión para su lucro personal.

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