2 Corintios 10:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. A fin de que no parezca que lo que va a decir a continuación es efecto de un arrebato de indignación, Pablo comienza (v. 2Co 10:1) esta porción y ruega humilde y mansamente «por la mansedumbre y moderación del Cristo» (lit.). Usa aquí un vocablo griego (epieikéia, de donde el término legal epiqueya: moderación clemente en la aplicación de la ley, a la vista de ciertas circunstancias), el cual ocurre solamente aquí y en Hch 24:4. «Como es la autoridad de Pablo, dice Tasker, la que ponen en duda (sus adversarios), abandona el plural de autoridad en este versículo, disociándose de Timoteo (v. 2Co 1:1) y dirige a ese grupo de disidentes una apelación puramente personal»: «Y yo mismo, Pablo». Si no conociésemos la rapidez con que el apóstol cambia de tema, daríamos la razón a quienes ven en los capítulos 2Co 10:1-18; 2Co 11:1-33; 2Co 12:1-21; 2Co 13:1-14 un fragmento de la Epístola que se perdió. La segunda parte del versículo 2Co 10:1 es una alusión irónica a lo que sus adversarios decían de él (v. el v. 2Co 10:10). Lo que les ruega (v. 2Co 10:2) es que, cuando vaya a verles, no le obliguen a proceder severamente «contra algunos que se figuran que procedemos con criterios mundanos» (NVI), opuestos al modo sobrenatural, según Dios, con que Pablo procedía en todo.

2. Declara a continuación la forma en que desempeñaba su ministerio (vv. 2Co 10:3-5). Reconoce Pablo (v. 2Co 10:3) que la condición de todo ser humano en la vida presente es en la carne, es decir, conforme a la fragilidad común a todo mortal, expuesto a las necesidades, limitaciones, penas y aflicciones de la peregrinación temporal, y él no está exento de esas limitaciones, pero su modo de proceder no es según la carne. Como en otros lugares (v. Efe 6:10.; 2Ti 2:3, 2Ti 2:4; 2Ti 4:7), Pablo concibe la vida cristiana como una milicia. Y siguiendo la misma metáfora, asegura (v. 2Co 10:4) que «las armas con que combatimos no son mundanas, sino que poseen el poder divino de derribar fortalezas» (NVI). Son armas espirituales, porque son, en fin de cuentas contra enemigos espirituales (Efe 6:12). Detrás de todos los que se oponen a Dios, a Jesucristo, al Evangelio, están los poderes malignos, invisibles, del diablo. El griego ojúroma indica los fuertes torreones colocados en las cuatro esquinas de la muralla interior, donde el enemigo asediado se atrincheraba para mejor defenderse de los sitiadores y asestarles más fácilmente su certeros dardos.

3. En el versículo 2Co 10:5, el apóstol describe lo que quiere dar a entender mediante la metáfora de la «destrucción de fortalezas». Los enemigos tras de los que se esconde el diablo no son tres, como podría deducirse de una ligera lectura del versículo, sino uno solo: el orgullo, la autosuficiencia carnal, del hombre pecador y rebelde contra Dios y su Palabra («contra el conocimiento de Dios», es decir, contra el Evangelio del que Pablo ha sido constituido proclamador, heraldo, embajador, v. 2Co 5:18-20). Este orgullo es el que presta argumentos (gr. loguismoús), es decir, raciocinios prejuzgados contra todo lo que el predicador pueda decir. De ahí la inutilidad de discutir con los incrédulos mediante razones teológicas o filosóficas. El Evangelio no puede presentarse en una mesa de discusiones, sino en un púlpito de proclamaciones. Sólo la Palabra de Dios, pura, sencilla, directa, de labios del embajador de Cristo, tiene poder, mediante la acción del Espíritu Santo, para echar abajo esos torreones que se yerguen altivos «y hacer prisionero a todo pensamiento para que obedezca a Cristo» (NVI). ¡Bendita cautividad la que conduce a la verdadera libertad! (V. Jua 8:32.) Dice Tasker: «Uno de los más asombrosos e innegables argumentos a favor de la verdad de la religión cristiana, y a favor de la omnipotencia de Dios, es el hecho de que, cuando se les confronta con el Evangelio, que es un escándalo para el intelecto humano y una locura para los orgullosos hombres no regenerados, algunos de los más sutiles intelectos humanos han sido conducidos a rendir sumisión al Salvador».

4. Pablo afirma también (v. 2Co 10:6) su autoridad como ministro de Cristo para castigar toda desobediencia. Pero sólo usará de este poder cuando la obediencia de los corintios sea perfecta. Dice Gutiérrez: «Cuando los fieles en su mayoría hayan empezado a lograr cierta madurez espiritual que impida el que les haga daño el rigor empleado contra los malos, Pablo hará uso del rigor». El apóstol no quiere derribar algunos baluartes mientras el resto del edificio no esté perfectamente consolidado.

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